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“Creo en este hombre; en el Poder de Pedro, incluso ahora”

Pope Francis is silhouetted at the end of a private audience with the President of Equatorial Guinea during a private audience at the Vatican on October 25, 2013. AFP PHOTO - POOL/Max Rossi

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Theresa Noble - publicado el 25/09/15
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Me encontré con el Papa en París cuando era atea: este encuentro me cambióCuando el Papa Francisco pasaba por las calles de Washington D.C, Aleteia.org entrevistó a algunos espectadores que esperaban emocionados para saludarle. No me sorprendió en absoluto leer en la entrevista que jóvenes de diferentes contextos sociales admitían al periodista que, aunque habían sido bautizados y criados en esa religión, ya no creían en Dios o en la Iglesia. Y que, a pesar de que les gustaba el Papa Francisco, no pensaban volver a frecuentar los sacramentos.

Yo fui una de esos jóvenes.

Durante el instituto tuve la oportunidad de asistir a la Jornada Mundial de la Juventud de París. Era atea. Odiaba la Iglesia y sus celebraciones.

Ese era el motivo por el que no quería ver al Papa. Pero quería ir a París. Siempre había tenido la ilusión de ir a Francia, y el tiempo que pasé allí me hizo enamorarme más de ella. Durante una semana, antes de que empezase la Jornada Mundial de la Juventud del ’97, me alojé con una familia francesa, a una distancia de varias horas al sur de París.

Recogíamos frambuesas y champiñones, y nos comunicábamos con gestos. Un día la familia nos llevó, a una chica y a mí, a una feria en la ciudad. La madre me preguntó si quería pommes frites. Le dirigí una mirada desconcertada. “Frites”, dijo, “frites”:

“¡Ah!¡Patatas fritas!”, respondí, contenta por haberlo adivinado.

La señora que me acogía puso los ojos en blanco.

Dejando el tema del idioma a un lado, me sentí como en casa. La familia en cuestión no era muy piadosa que digamos. Fuimos invitadas por los abuelos. La joven madre y sus hijos simplemente pasaban allí las vacaciones. Así que no había demasiadas actividades religiosas. Hasta ahora, bien.

Entonces acudimos a París para participar de las celebraciones de la JMJ, y ya no pude evitar el tema de la religión ya que me uní a una multitud de jóvenes entusiastas.

En el metro intentaba alejarme todo lo que podía del grupo de jóvenes con el que iba. Estos parecían ajenos a las miradas desdeñosas de los sofisticados parisinos que nos rodeaban. Me daba vergüenza ser americana.

Sentía simpatía por los parisinos que deseaban expulsar de su preciosa ciudad a esa masa de eufóricos extranjeros religiosos. Compartía su disgusto.

El día en el que íbamos a encontrarnos con el Papa Juan Pablo II lo pasamos metidos en un gran parque donde esperamos sentados en el barro bajo la lluvia. Soñaba con escaparme al Musee D’Orsay en vez de escuchar el rezo del Rosario y los gritos de los jóvenes emocionados.

Entonces apareció el Papa. Se me erizó el vello de los brazos. Tenía los auriculares en los oídos para escuchar la traducción de lo que él iba diciendo, pero la verdad es que no la escuchaba. Sólo escuchaba su voz. Y sentí algo.

Era un poder, una calidez, algo que emanaba de él, como un virus. Me di cuenta de que ese hombre me quería. Y no tenía ni idea de por qué, pero me di cuenta de que así era. No en general, de una forma vaga, sino profunda y personalmente. Ese hombre me quería. Las lágrimas acudieron a mis ojos, pero las limpié rápidamente. Aún así volví a casa distinta.

Todavía fui atea durante diez años más por lo menos. Después de París no creía en Dios más que antes. Pero creí en ese hombre. Y así comenzó todo.

 

La hermana Theresa Aletheia Noble, fsp, es la autora de The Prodigal You Love: Inviting Loved Ones Back to the Church. Hace poco tomó los primeros votos con las Hijas de San Pablo. Lee su blog en She blogs at Pursued by Truth

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