Porque desde el día del atentado a Juan Pablo II todo cambió para siemprePor una parte, una profesora siempre sonriente con sus pequeños estudiantes. Por otra, una identidad escondida de heroína que le costó juicios, testimonios, deposiciones. Sor Leticia Giudici, entonces sor Lucia, vive ya desde hace 34 años con este tipo de “doble vida”.
El atentado de la Plaza San Pedro
La Repubblica (16 septiembre) cuenta la historia de la monja franciscana de 64 años, que vive en Génova en el convento de San Fruttuoso, a los pies de la Virgen del Monte. A las 17:17 del 13 de mayo de 1981 sucedió un hecho que le cambió la existencia. Desde ese momento una monja misionera de 30 años, dedicada a la enseñanza en una escuela primaria de Génova y en los estudios en la Universidad Pontificia “Antonianum” de la calle Merulana en Roma, termina, a su pesar, en el centro de la atención de todo el mundo.
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Pensé que los disparos eran fuegos artificiales
Ella es la que bloquea a Ali Agcà, y lo hace pocos instantes y pocos metros después de los disparos que habrían podido matar a Juan Pablo II y cambiar el curso de la historia. La narración que sor Lucia ofrece a La Repubblica es aún lucida: “Estaba ahí, en la audiencia, que entonces se llevaba a cabo cada miércoles por la tarde, junto con sor Natalia, una hermana un poco más joven que yo que apenas había llegado de África. Era la primera vez que asistía a una audiencia en la Plaza San Pedro y fue la última. Desde ese día por muchos años no tuve ánimo de volver. Busqué un lugar adelante precisamente cerca de la barrera y cuando el Papa pasó de repente oí dos tiros, y por un momento los confundí con fuegos artificiales, convencida que alguien quería festejar al Santo Padre”.
“Me tiré instintivamente”
Sin embargo, la monja se encuentró frente al atacante con la pistola en la mano “que comenzó a retroceder, amenazando con disparar, hasta que… no cayó hacia atrás, probablemente al tropezar con los sampietrini (adoquines). En ese momento me vino el instinto de lanzarme encima de él para detenerlo, pues la pistola ya la había perdido. No es verdad que yo lo desarmé. Creo haber hecho lo que cualquier persona habría hecho en mi lugar”.
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El “misterio” de la pistola
La escena en la Plaza San Pedro se oscurece con este pasaje.
“Vuelvo a Grottafferrata, donde residía – continúa sor Lucia – y donde, enterándose de la noticia por televisión, se discutía del hecho que Agcà había sido inmovilizado con la pistola encima. En ese momento dije: “No es verdad, yo estaba ahí y él había perdido la pistola”. Así comenzó el calvario de mis testimonios. Una pesadilla que duró un año y luego me encontré en el juicio con los policías que me seguían incluso cuando iba al baño”.
De heroína a educadora
Con el pasar del tiempo no se atenuó la presión mediática en relación a ella: “Pero yo – dice – no quería cámaras, mi historia en el fondo está aquí en este convento y en esta escuela donde vivo desde hace muchos años y donde he visto crecer a generaciones de niños y luego a sus hijos. Hice de todo para vivir una vida normal, y continúo así hasta que las fuerzas me lo permitan”.
Los grupos de verano con los niños
Sería reductivo afirmar que la religiosa es maestra, porque su vida no tiene pausas: en verano organiza los campamentos de verano de los niños en Piancastagna. Tiene casi una doble vida, como en una novela pirandeliana, sólo que las dos vidas transcurren sincrónica y paralelamente y sin sobreponerse, ni sucederse.