La respuesta es taxativa: no, ni tampoco los heterosexuales. Ser sacerdote no es un derechoDe vez en cuando, surge en los medios de comunicación algún caso de sacerdote homosexual que levanta la bandera de los llamados “derechos gays”, incluyendo entre ellos el “derecho al sacerdocio”.
Para empezar, el sacerdocio católico no es un “derecho” para nadie: ni para homosexuales, ni para heterosexuales. El sacerdocio católico es una vocación, un llamado personal e intransferible, hecho por Cristo a quien él quiere.
El propio Cristo confió al primer papa, San Pedro, la misión de cuidar su rebaño en la tierra, afirmando que “lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo”.
Desde los orígenes, los primeros cristianos formaron alrededor de Pedro una asamblea (en griego, ekklesía, término en latín es ecclesia, que en español es iglesia), un rebaño cuyo pastoreo tocaba a los apóstoles, con Pedro a la cabeza, presidiendo la asamblea de los cristianos.
En esa misión confiada por Cristo a Pedro y transmitida a sus sucesores, una serie de medidas prácticas fueron adoptándose por la Iglesia presidida por el Papa, siempre con base en la reflexión conciente del mensaje de Cristo contenida en los Evangelios.
Entre esas medidas, originadas en el Evangelio y preservadas por la Iglesia, está la de verificar el llamado sacerdocio mediante exigencias concretas: que el sacerdote sea hombre, bautizado y heterosexual.
Hombre porque el propio Cristo se hizo hombre, en el pleno sentido antropológico de “hacerse hombre”, y porque, al elegir a sus ministros, Cristo ordenó solamente hombres. Bautizado porque el sacerdote debe ser un miembro vivo de la Iglesia.
Y heterosexual porque el sacerdote está llamado a ser “padre”, sublimando la paternidad biológica y trasformándola en una paternidad espiritual, que incluye la consciente renuncia a la paternidad biológica a través de la opción por el celibato, a ejemplo del propio Cristo sacerdote.
La Congregación para la Educación Católica esclareció la relación entre sacerdocio y homosexualidad en el documento Sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las órdenes sagradas (4 de noviembre de 2005).
Este documento diferencia los “actos homosexuales” de las “tendencias homosexuales”. Los actos implican el ejercicio activo de la homosexualidad, mientras que las tendencias implican solamente el impulso homosexual.
Enseguida, el documento hace otra diferenciación al respecto de las “tendencias homosexuales”: las “profundamente arraigadas” y las que son “expresión de un problema transitorio”.
Y declara: “Respetando profundamente a las personas en cuestión, la Iglesia no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada ‘cultura gay’.
Si se tratase, en cambio, de tendencias homosexuales que fuese sólo la expresión de un problema transitorio, como, por ejemplo, el de una adolescencia no terminada, esas deberán ser claramente superadas al menos tres años antes de la ordenación diaconal”.
En cuanto a los padres ya ordenados que se revelan homosexuales, el Papa Benedicto XVI esclarece en el libro entrevista Luz del Mundo, publicado en 2010:
“La homosexualidad no es compatible con la vocación sacerdotal. Pues entonces el celibato no tiene ningún sentido como renuncia. Sería un gran peligro si el celibato se convirtiera, por así decirlo, en ocasión para introducir en el sacerdocio a gente a la que, de todos modos, no le gusta casarse, porque en última instancia también su postura ante el varón y la mujer está de alguna manera modificada, desconcertada, y en cualquier caso no se encuentra en la dirección de la creación de la que hemos hablado.
La Congregación para la Educación Católica emitió hace algunos años una disposición en el sentido de que los candidatos homosexuales no pueden ser sacerdotes porque su orientación sexual los distancia de la recta paternidad, de la realidad interior de la condición de sacerdote.
Por eso, la selección de los candidatos al sacerdocio debe ser muy cuidadosa. Aquí tiene que aplicarse la máxima atención para que no irrumpa una confusión semejante y, al final, por así decirlo, se identifique el celibato de los sacerdotes con la tendencia a la homosexualidad (…) [La existencia de sacerdotes con tendencias homosexuales] forma parte de las dificultades de la Iglesia. Y los afectados tienen que procurar, por lo menos, no practicar activamente esa inclinación a fin de permanecer fieles al cometido interior de su ministerio”.
Ser sacerdote, por lo tanto, no es un “derecho” de nadie; y ejercer la eventual tendencia homosexual no es derecho de ningún sacerdote, así como tampoco la tendencia heterosexual, dado que todos los sacerdotes católicos están llamados, por vocación, también al celibato.
Esta es la respuesta que los católicos deben saber dar cuando los medios de comunicación resuelven hacer campaña para reinventar lo que Cristo estableció, aprovechándose de las debilidades de sacerdotes que no fueron coherentes con la vocación que libremente se comprometieron a abrazar.
Nadie puede alegar que no conocía las renuncias y sacrificios exigidos por el sacerdocio.