Saber lo que queremos es importante, pero mucho más amar lo que queremosHay personas que quieren amar con toda el alma, sin egoísmos. Pero se han acostumbrado a una forma egoísta de amar. Y le echan la culpa a la mala suerte cuando fracasan. Culpan a los otros y al mundo. Dicen que es imposible lo que a ellos no les resulta. Y les gusta destacar los fracasos de los demás para minimizar los propios.
Tal vez sus sueños quedaron dormidos y sus buenas intenciones nunca se hicieron realidad. Se empeñan en ser felices y se ofuscan. Y en el fracaso, entristecidos, dejan de soñar.
A veces nos puede pasar lo mismo. Es parte de la vida. Cuando no nos decidimos a actuar, cuando actuamos y no logramos lo soñado, cuando no nos ponemos en camino y nos dejamos llevar por la corriente. Entonces, en la precariedad de nuestra vida, el desánimo nos endurece el alma.
A veces son otros los que acaban decidiendo por nosotros y llevamos entonces una vida que no queremos. O las circunstancias nos atrapan y no sabemos dar pasos audaces hacia delante. Es muy fácil soltar el timón en manos de otras personas y dejar que ellas decidan por nosotros.
A veces la corriente, el ambiente que nos rodea, es muy fuerte y hace inútil nuestra lucha. Entonces podemos llegar a convertirnos en hombres masificados que no saben decidir lo que realmente quieren.
El hombre masificado se deja llevar por lo que todos hacen. No piensa por sí mismo, no decide. Otros piensan por él, otros deciden. Así lo describe el Padre José Kentenich: “El hombre masificado no piensa por sí mismo sino que piensa lo que otros piensan y porque los otros lo piensan. No investiga. En el hombre masificado la acción de pensar es tan impersonal que en él ‘piensa’ es como decir ‘llueve’, ‘truena’. Porque no pienso yo, no reflexiono yo. Porque ya no tengo la capacidad ni el tiempo para ello, porque estoy continuamente ocupado con la lucha por la existencia. Por eso pensar autónomamente sobre temas espirituales, ¡es algo que he olvidado por completo! La masa piensa por mí”[1].
¿Soy yo realmente el que piensa la vida que quiero llevar o alguien la piensa por mí? ¿Tengo criterios claros, principios sólidos que no dejo de lado aún en circunstancias difíciles? ¿Sé de verdad lo que quiero?
Desde hace años una frase quedó grabada en mi alma: “Sé lo que quiero y quiero lo que sé”. Era un ideal para los jóvenes, un camino de vida para los niños en los campamentos.
No basta en la vida con pensar con claridad lo que queremos y marcar las líneas a seguir. Después de pensar algo tengo que ser capaz de quererlo, de amarlo y así lo realizaremos. Si no es así, si no pongo el corazón en lo que deseo, es posible que aquello que pienso y decido se quede sólo en el papel.
Necesita el amor para hacerse vida. Necesito el amor para ponerme manos a la obra. No es tan sencillo, pero es una tarea preciosa para toda nuestra vida. Querer aquello que decidimos. Amar aquello que soñamos.
Saber lo que queremos es importante, pero mucho más amar lo que queremos, lo que intentamos realizar con nuestras torpes manos. Si no hay amor es posible que todo se quede en buenas intenciones. Las grandes ideas, si no está el corazón comprometido, permanecen en los libros, quietas, como muertas.
[1] J. Kentenich, 28-10-1962