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Cómo dar para que el otro perciba tu amor

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 08/11/15
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Al abajarme para comprometerme con el que sufre, con el que no tiene, me hago vulnerable y frágilJesús se sienta delante del arca de las ofrendas y observa: “Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero. Muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales”.

Jesús se queda a observar la vida. Nunca me había parado a pensar en ese gesto. Jesús mira. Me impresiona esta escena. Jesús sentado, observando. Sin hacer grandes cosas. Sólo eso. Dios en la tierra perdiendo el tiempo.

No siempre hay que estar haciendo cosas productivas. Eso me lo enseña Jesús. Mira la vida. No está sentado con la gente. Está sentado observando un gesto ritual que muchos hombres realizan. Un momento de paz en medio del ajetreo del día. De saborear, de mirar en profundidad.

¡Qué poco tiempo estuvo Jesús en la tierra! Además treinta años los pasó con su familia, escondido, sin hacer nada especial. Amando y dejándose amar. Y ahora, en su vida pública, no siempre lo vemos enseñando, curando, llenando sus horas de obras de amor.

A veces, como hoy, sencillamente, está sentado, mirando. Me sorprende que lo recoja el evangelista. Lo que hace también es importante. Y me gusta leerlo una y otra vez. Jesús está en Jerusalén. Ha estado enseñando en la explanada del templo.

Seguro que la actividad de la ciudad es increíble. También la suya. Cura. Enseña. Está con la gente. Se sienta a mirar a los hombres. Él mira por dentro. En esta escena hay dos miradas. Mira a los ricos y mira a la viuda.

Muchos hombres ricos se acercan al templo y echan su dinero. Jesús no los alaba. Me impresiona. Pienso en las colectas en las misas. Nos alegramos con la generosidad del que da mucho. Pero Jesús parece no alegrarse con la generosidad de los ricos, de los que más tienen. Ve que echan mucho dinero pero eso no le impresiona. En eso no se fija.

Jesús mira por dentro. Para Él no es tan importante, porque dan de lo que les sobra. Son ricos. Lo tienen todo. Y dan lo que no necesitan. Yo me siento identificado con ellos. Lo tengo todo y me quejo.

Rico no es el que tiene más dinero, sino el que tiene en abundancia y no necesita tanto. Rico puede llegar a ser un término despectivo. Porque al rico no se le puede ayudar. Lo tiene todo. No necesita nada.



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¿Eres rico en tu corazón?

El otro día me impresionó que hablaban de un hombre en la televisión que por momentos había sido el más rico del mundo. No sé cómo se sentiría en su corazón. Tal vez vería realizados muchos de los sueños y anhelos de toda su vida. Tanto esfuerzo recompensado. Toda su vida consagrada a ese fin y lo había logrado.

Me impresiona. Por unos momentos el más rico. ¿Uno se siente mejor, es más feliz, si por unos momentos es el más rico? No lo creo. Jesús hoy mira con compasión a los ricos. Porque lo tienen todo y no tienen nada de verdad.

Ser ricos no nos hace más felices. A veces nos obsesionamos con tener, con lograr, con ser los más ricos, los más poderosos. Olvidamos lo importante de la vida. Estamos llamados a amar y ser amados. Lo demás es secundario.

Podrá no faltarnos de nada, pero a lo mejor nos falta amor. Podremos poseer los bienes más preciados, pero eso tampoco nos hace mejores y no logra darnos la paz que buscamos.

Queremos ser ricos, cobrar mucho, poseerlo todo. Nos gustaría tener todas las posibilidades del mundo. Cruzar el Atlántico, llegar a lugares donde nadie ha llegado. Presumimos de lo que hacemos. Nos gusta aparentar más de lo que hay.

¡Qué curiosa es el alma humana que vive comparándose! Nos comparamos con los que más tienen. Menospreciamos a los que tienen menos.

Ninguno de esos ricos se fijó en la viuda. Ninguno valoró su gesto. Ellos sintieron que hacían una gran obra dando su dinero a Dios en el Templo. Fueron generosos. Sólo con lo que les sobraba.

Jesús mira con más compasión a la viuda que echa dos reales. “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.

La viuda que no tiene nada. Es la última, la más pequeña. Escondida, pasa desapercibida. Humilde. Jesús la mira. Ve su corazón. Ve su pureza de intención. Ve su pobreza que es su tesoro. Porque no se queja, sino que además da todo lo que tiene. Ve que todo lo que ha puesto es más de lo que puede.

Me impresionan esas personas que viven al día, confiadas. Dan cuando tienen poco, se alegran con la alegría del que recibe. Siempre dan, siempre tienen.

Me recuerda a la viuda que habla con el profeta Elías y le da de comer: “La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará”. Da todo lo que tiene y se alegra. Y nada le falta.

Me impresionan esas personas que no calculan, no llevan cuentas, no escatiman, no se quejan. Me sorprende su generosidad y su confianza plena en el Dios que camina en su vida. No temen, no se angustian.

Para Jesús, la viuda es hoy el templo verdadero. Porque Dios está en ella. No mide. No cuenta. Da y confía. Así actúa siempre Dios. Da de lo que no tiene y nos llena con su vida. Ojalá pudiera dar yo así siempre. Sin tacañerías. Sin miedo a no tener.

La actitud de la viuda, la actitud de esas personas generosas que conozco en esta vida, me recuerdan el amor de Dios. Jesús me ayuda hoy a fijarme en lo que nadie ha visto. Jesús se conmueve ante esa mujer.

Llama a los discípulos para que miren lo que Él ha visto. Le parece importante hablarles de ella. Ellos todavía valoran los puestos, el poder, los amplios ropajes, el lugar principal. Ellos tal vez se fijaron en la generosidad de los ricos.

Pero Jesús quiere contarles que para Él eso no cuenta. Ni siquiera cuenta quién da más o menos en el templo. Dios sólo mira el corazón. La intención recta. La pureza y la autenticidad. Sólo mira el porqué hacemos las cosas. El cómo.

Jesús quiere que sus discípulos miren lo mismo que Él mira. Que aprendan a mirar más allá de lo que parece. De lo oculto. De lo que no cuenta.

Jesús también quiere que miremos como Él y seamos como esa viuda. Quiere que tengamos ese corazón generoso, sin límites. También nos llama a cada uno y nos dice: “mira”. Nos pide que miremos a los demás por dentro.

El otro día leía:

“La compasión es el modo de ser de Dios, su primera reacción ante el ser humano, lo primero que brota de sus entrañas de Padre. Dios es compasión y amor entrañable a todos, también a los impuros, los privados de honor, los excluidos de su templo. Por eso, la compasión es, para Jesús, la manera de imitar a Dios y ser santos como Él. Mirar a las personas con amor compasivo es parecerse a Dios; ayudar a los que sufren es actuar como Él”[1].

Jesús tiene una mirada compasiva. Se fija en los ricos y se conmueve con la viuda. Porque ella sí lo da todo.

La viuda dio todo lo que tenía. Dio sin ser vista. No se detuvo en un gesto histriónico haciendo ver al mundo su generosidad. Nadie se percató de su acto. Nadie, salvo Jesús, sintió que su donativo era cuantioso.

En realidad, no lo era. En comparación con lo que dieron los ricos, la viuda no dio nada. Jesús ve su corazón, ve toda su vida y se conmueve.

Me impresiona que Jesús se diera cuenta. Yo no me doy cuenta de todo lo que dan tantas personas que no tienen. No lo valoro, no me sorprendo. Me acostumbro a que me den, a que den.

Al mismo tiempo yo no doy de lo que me falta, de lo que necesito. Sólo doy lo que me sobra. Si es que lo llego a dar.

Es verdad que los ricos dan mucho, pero no lo dan todo. Yo ni siquiera doy mucho. Y me aprovecho para mi interés, para lo que yo quiero. ¿Dónde queda mi deseo de pobreza?

A veces decimos que queremos ser austeros, pobres como Jesús. Y luego, al caer la tarde, nos damos cuenta de cómo se encuentra apegado nuestro corazón a la riqueza. No somos pobres, no somos generosos.

Quisiera vaciarme de lo que no es importante, y buscar sólo su amor. Temo perder lo que tengo y guardo, me reservo. Conservo la vida porque me da miedo desgastarme.

Es lo que hizo Jesús en su vida. Se fue desgastando día a día, poco a poco. No de golpe, no en la cruz. Su vida fue dejarse la piel y el alma amando, entregando. Muriendo por amor. Dio más de lo que tenía, lo dio todo. Me gustaría amar como Él, dar como Él, hasta el extremo y desgastarme amando, dando hasta que duela.

Jean Vanier lo describe así:

Imagina a alguien que se cae en la calle y tú vas a ayudarlo a levantarse. Comienzas a escuchar a esa persona, se convierte en amigo. Quizás descubras que él o ella vive en la miseria y tiene poco dinero. No sólo estás siendo generoso: estás entrando en una relación que cambiará tu vida. Ya no estás al mando. Te has vuelto vulnerable; has llegado a querer y preocuparte por otra persona. Has oído su historia. Has sido tocado por esa persona increíble y hermosa que ha vivido algo increíblemente difícil. Ya no estás al mando, no tienes el control, ya no eres más el generoso, te has vuelto vulnerable. Te has convertido en un amigo.

El gesto de dar de la viuda, el gesto de dar de Jesús, tiene que ver con esta imagen. Abajarnos para comprometernos con el que sufre, con el que no tiene. Me hago vulnerable y frágil.

Una persona rezaba:

Quiero amar en mis palabras y seguirte en mis deseos. Sé que sólo seré feliz si me amoldo a tu sueño y me entrego en cuerpo y alma. Cuando no retenga nada, cuando me desgaste alegre. Sé que si me contengo, pierdo. Si calculo me confundo. Pero, ¡cuánto cuesta amar sin medir y dar sin guardar! Te quiero, Jesús, déjame tocarte siempre. Y al tocarte, acercarme al que te busca. Quiero entregar lo que yo tengo.

Me gustaría decirle siempre a Jesús que quiero dar la vida por Él. Seguir sus pasos y dar eso mismo que tengo para vivir. Sin desconfiar de Él. Porque es más generoso, mucho más generoso, de lo que yo pueda llegar a ser nunca.

[1] José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica

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