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Mi novio es un personaje, pero le haré cambiar cuando nos casemos…

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Orfa Astorga - publicado el 24/11/15
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Un pensamiento erróneo que lleva al fracaso a muchas parejas: el matrimonio no cambia a las personas, si éstas no quierenSofía realmente estaba enamorada de su novio Tomas, aunque admite que percibía en él ciertas limitaciones y errores: como no cumplir en ciertos compromisos que ambos adquirían, pues prefería estar con sus amigos; su forma de beber en las fiestas; su forma de gastar; o sus reacciones de irascibilidad por celos. Lo que más de una vez consideró muy difíciles de soportar, pero que, sin embargo, toleraba y aceptaba “por una prudencia” heredada como una forma de educación y con la esperanza de que, en el futuro, el matrimonio lo haría cambiar.

La de ella, fue una esperanza sin fundamento.

En los primeros meses de casados se atrevió a revelarle sus sentimientos y deseos de que cambiara, señalándole qué aspectos y actitudes precisas, eran injustas hacia ella y para su matrimonio. Tomas reaccionó enojándose mucho, y lo único que provocó fue que aquellos cambios que anhelaba, permanecieran robustos y fundados en una actitud machista.

Sofía se dio cuenta de que, cuando en su actitud de novia consideraba solo estar concediendo, en realidad estaba cediendo, y comprometiendo con ello su felicidad.

Y cometió tres grandes errores:

El primero, cuando se dejó influenciar por malos consejos, solicitados a quienes no correspondía, como el de su estilista o el de sus amigas de fin de semana;  comenzando así un camino de confrontaciones desgastante en donde ninguno de los dos daba la paz al otro, en búsqueda de un camino de soluciones para sobrellevarse mejor… y empezaron a distanciarse.

El segundo, cuando decidió cambiar su modo de ver y entender la vida matrimonial, para hacerla que funcionara en la medida de la posible, pues ya había dos hijos de por medio y se sentía incapaz de afrontar la vida sola para educarlos. Se dejó llevar por este miedo, eligiendo la “comodidad”. Desde entonces, su marido le fue infiel abiertamente, con el cinismo de decirle que era a ella a quien amaba. La tenía en su redil.

El tercero, cuando Sofía fue más allá, tratando de “negar sus valores para obtener mayores concesiones, a cambio de hacerse de la vista gorda en su infidelidades”, cosa fácil de lograr, pues su esposo era dado a chantajearla, haciéndole obsequios como una forma de tranquilizar su deformada conciencia.

Han dado un mal testimonio a sus hijos, que tristemente han elegido relaciones muy vulnerables, a los cuales, por otro lado, no parece preocuparles; realmente al vivir mal todos en familia, terminaron pensando como viven.

Si el lograr los cambios en primera persona es difícil, más difícil e idealista resulta el lograrlo en otro. Es así que el camino para quien aspira a que mejore la persona del cónyuge, consiste en el proyecto de cambiarse primero a sí misma.

Los defectos de aquellos con los que se convive, deben y pueden ayudar a desarrollar virtudes como la paciencia, la humildad, ciencia y fortaleza para exigir lo justo y sostenerse, conservar la paz, la alegría, la dignidad. Precisamente para suplir lo que al otro le falta y moverlo voluntariamente al cambio.

Algunas reflexiones  para quienes aspiran a lograr esos cambios en el futuro cónyuge:

  • ¿En virtud de que fundamento puede una persona proponerse el cambio de otra?
  • ¿Conoce la otra persona, lo que la primera se propone?
  • ¿Ha dado su aprobación?
  • ¿Es válido cuando la persona que se pretende modificar, no ha dado para ello su consentimiento?
  • ¿Puede ser un principio de manipulación del otro que contradice la naturaleza misma del amor al otro?

 

Por Orfa Astorga de Lira.

Orientadora Familiar.

Máster en matrimonio y familia.

Universidad de Navarra.

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