Ahora sabemos lo que escondía su prudente silencio frente a las atrocidades nazis El Papa Francisco se ha referido al milagro que falta. De hecho, normalmente deben atribuirse dos milagros a todo candidato a la canonización. Sin embargo, el Santo Padre se había mostrado más flexible para la canonización de Juan XXIII, pero sobre el buen papa Roncalli no pesaban suspicacias de los medios o polemizadores sobre su incapacidad para proteger a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Pío XII escogió abiertamente el silencio, lo que explica las controversias levantadas por su proceso de canonización.
Sin embargo, según Riebling, el autor del libro La Iglesia de los espías, la guerra secreta del Papa contra Hitler, la primera encíclica del Papa en 1939 fue considerada como un ataque abierto a la Alemania nazi.
“El que pertenece a la Milicia de Cristo –ya sea eclesiástico o laico-, ¿no debería nunca sentirse estimulado y llevado a una mayor vigilancia, a una defensa más resuelta cuando ve aumentar sin cesar las filas de los enemigos de Cristo (···), cuando se da cuenta de que los portavoces de estas tendencias (···) rompen de manera sacrílega las tablas de los mandamientos de Dios para sustituirlas por tablas y reglas a las que se ha quitado la sustancia moral de la revelación del Sinaí (···)?
¿Estas desviaciones hacen madurar una trágica cosecha entre los que, en los días de tranquilidad y de seguridad, se cuentan entre los discípulos de Cristo, pero que –más cristianos de nombre que de hecho- a la hora en que hay que perseverar, luchar, sufrir, afrontar las persecuciones ocultas o abiertas, se convierten en víctimas de la pusilanimidad, la debilidad, la incertidumbre y, presos de terror frente a sacrificios que les impone su profesión de fe cristiana, no encuentran la fuerza para beber el cáliz amargo de los fieles a Cristo?”
El Papa no pronunció la palabra “judío” hasta 1945. Sin embargo, ello no está relacionado con el silencio del Papa, sino con su lucha contra Hitler a través de una amplia red de espías desconocida por la historia.
El Papa aprobaba eliminar el nazismo matando a Hitler, pero los intentos de asesinato fracasaron (n.d.e. la conocida como operación Valquiria, que tuvo lugar el 20 de julio de 1944)
Ante la invasión de Francia, se detuvo un plan de golpe de estado militar por iniciativa de oficiales que querían pedir a Londres una paz honorable.
El Papa debía transmitir las demandas a los aliados y verificar la sinceridad de los conspiradores. Él decidió “confiar en los conspiradores”.
Riebling repite lo que ya se ha dicho: “expresarse contra Hitler habría engendrado una mayor persecución a la Iglesia católica y a los judíos que aquella de la que él intentaba proteger. En su opinión, el Papa estaba aconsejado por los conspiradores.
Por otra parte, no podía condenar a los nazis sin condenar a la Unión Soviética por el mismo tipo de violencia, como la muerte de 22.000 oficiales polacos capturados en los bosques de Katyn.
Según Riebling, “desgarrado por presiones de ambos lados, el Papa no buscó tanto permanecer más allá de la refriega como trabajar en la sombra”.
Sin resultado concluyente: los esfuerzos secretos del Vaticano se dirigieron a hacer salir sacerdotes de Polonia y Alemania, donde los nazis estaban más encendidos contra la Iglesia, y demostrar sin pausa el exterminio continuo de judíos de manera que ningún gobierno no pudiera ignorar.
Si los nazis hubieran atacado el Vaticano y martirizado al Papa, su santidad sería hoy menos problemática. La Iglesia de los espías merece por tanto leerse para ahondar en los meandros de esta historia fascinante y tan matizada.
Por Russell E. Saltzman