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La pregunta del hombre a Dios desde siempre: “Entonces ¿qué hago?”

Carlos Padilla Esteban - publicado el 14/12/15

El amor se toca en las obras, en detalles hacia otros 

En el Evangelio muchos llegan a Juan buscando respuestas. Buscan el amor de Dios, buscan el sentido de sus vidas y descubrir qué tienen que hacer: “¿Entonces qué hacemos?”. Esa es la pregunta de los discípulos a Juan. Han escuchado sus palabras y quieren cambiar de vida.

No era su voz una voz perdida en el desierto. Esa pregunta indica que la voz hizo vibrar el corazón de algunos que creyeron en ese hombre honesto. Ese profeta que anunciaba al Salvador que estaba a las puertas.

Ojalá yo creyese igual. Han escuchado esa voz que parecía que nadie escuchaba. Esa es también mi pregunta hoy, en mi desierto, en mi Adviento: “Entonces ¿qué hago?”.

Me gusta ese “entonces”. ¡Dice tantas cosas! Resume esa fe sencilla de creer, de esperar. Entonces implica un momento en el que estoy y creo. ¿Y entonces? Entonces tal como soy, con mi hoy, tal como estoy, con mis miedos, con mis necesidades. ¿Qué hago?

Entonces, porque Jesús viene pronto. Entonces, porque hay que preparar el alma. Entonces, en el desierto de mi corazón. Entonces, en mi Adviento. ¿Qué hago? En mi desierto es donde puedo pensar mis “entonces”.

Cuando me detengo. Cuando escucho y hago silencio. Cuando cesan los ruidos y me miro. Y dejo que la voz del que anuncia a Jesús toque mi corazón. ¡Cuántos ángeles en mi día a día me anuncian a Dios y yo no escucho!

Pero cuando paro y escucho, oigo su voz. Y pienso: “Entonces, ¿Puede cambiar algo en mí? ¿Hay algo que no está en orden? ¿Qué más puedo hacer?”.

Todo es susceptible de mejora. Suele ser así. Siempre podemos amar más y mejor. Llegar a más personas. Dejar nuestra zona de confort. Podemos vivir más intensamente lo que hacemos, con más amor.

El otro día estuve largo rato con una persona mayor. Con ella no hay mucho que hacer. Sólo estar. Sólo contemplar. Sólo mirar. No hay conversaciones con sentido. No importa. La mirada basta. Los silencios son suficientes.

Pienso que es como estar con Jesús. No quiero sacar conclusiones, tomar decisiones. Simplemente quiero estar con Él, como estoy con ella. Como en esas noches de estrellas infinitas en el desierto. Ante un horizonte amplio.

Parece que uno pierde el tiempo. Pero no es así. Estar lo es todo. Es acompañar y cuidar. Velar y amar. En silencio. Sin palabras. “Entonces” implica una parada. A veces nos detiene un dolor, algo que no entendemos, una enfermedad, la vejez, y nos hace parar un momento en medio de la rutina.

O quizás nos detiene un miedo nuevo que nos lleva al desierto. Entonces. O algo que irrumpe en la vida y nos descoloca. Ese “entonces» tan sencillo implica que he salido de mi vida cotidiana. Es un momento sagrado. De Dios.

Como el de esos hombres que han ido al desierto, han escuchado a Juan, y han creído. “Entonces” supone un acto de fe. “Entonces” sólo sucede en el desierto. Miro mi vida con algo de profundidad. ¡Cuántas cosas tengo! ¡Cuántas cosas me faltan! Mi vacío lo puedo tocar. Le pido a Jesús que venga: “Ven, Señor Jesús”. Eso significa “entonces”.

Es una súplica humilde. ¿Le digo que venga, una y otra vez? ¿En qué situaciones de mi vida ahora mismo no está Él? ¿En qué sentimientos quizás más ocultos necesito que venga, que los toque, que me sane?

Me detengo frente a Dios. Eso es el Adviento. Despojado de mí mismo, en mi desierto. Así, tal como soy, con mi vida, con mis incoherencias y mis dones, con mi pecado y mis opciones, con mis amores y mis heridas, con mis pasiones y esos momentos cotidianos que me dan vida, con mi búsqueda.

Me paro frente a Él y le digo: “Entonces, Señor, aquí me tienes. Entonces, ven. Entonces, te necesito”. “Entonces” me sitúa en el ahora. En el instante que vivo y que ya parece que se va. Tal como soy, con lo que soy, así, en mi momento.

Necesito que Jesús pise el camino de mi vida. Es una parada para mirar al cielo. Eso es el Adviento: “Entonces ¿qué hago?”. Creo que Dios se conmueve ante esta mirada al cielo y esa pregunta. Se conmueve ante mí. Ante mí que no lo sé todo. Quiero contar con Él, pero no sé cómo hacerlo. Y pregunto.

Los discípulos se lo preguntan a Juan. En realidad es la pregunta del hombre a Dios desde siempre. Es una pregunta que habla de hechos, de acciones, de misión. De plasmar en obras que abran el camino al Señor.

El amor se toca en las obras, en detalles hacia otros. La voz y los hechos. Son las dos cosas importantes de la vida. Escuchar y salir de uno mismo en hechos, en obras, en acciones. María escucha, dice que sí y se pone en camino.

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