Cuando las familias y los sacerdotes se unen, se benefician ambosEl Papa Francisco quiere que sus sacerdotes tengan el olor de sus ovejas.
Es un llamamiento que el pontífice toma en serio y que ha dirigido varias veces, confirmando la idea cuando les dice a los obispos que deben “perder” tiempo con las familias a las que sirven.
Para que los pastores puedan oler como su rebaño, las ovejas deben dejarlo entrar.
Un sacerdote amigo mío me escribió hace unas semanas para preguntar si podía venir unos días a estar con mi familia en el sur de Texas.
Le dije inmediatamente que sí, aunque no tenía contacto con él más allá de Facebook desde hacía veinte años, a excepción de un rato en que conversamos en el funeral de un querido amigo.
Pero habíamos trabajado juntos un verano en un ministerio catequético difícil cuando él era seminarista y yo estaba en la universidad, y como los veteranos que no pierden nunca sus lazos, lo considero un querido amigo.
Mi primer pensamiento respecto a su visita se enfocó en los beneficios que habrían tenido mis hijos.
Mi hijo mayor, de seis años, confirmó rápidamente mi sensación de que les haría mucho bien ver e interactuar de cerca con un sacerdote.
Le dije a los niños que celebraríamos la misa en la casa, y unos días después mi hijo me dijo: “Mamá, estoy emocionado por el hecho de celebrar la misa aquí. ¿Significa que tendremos el Cuerpo de Cristo en nuestra casa?”.
“Sí, mi amor”, le dije, “eso es lo que pasa en la misa”. “¿Y puedo tomarlo yo también?”, replicó maliciosamente, desilusionado cuando le respondí que debía esperar hasta finales de abril, cuando hiciera su Primera Comunión.
Pocas horas después de que llegara, comencé a pensar que los beneficios para mi amigo sacerdote –mi familia, con cuatro pequeños remolinos y una abuela anciana enferma de Parkinson– recordaban mucho la historia del pastor y las ovejas.
Cuando cité esa expresión del Papa, me di cuenta de que también él estaba viendo los beneficios.
Su comentario al inicio de la homilía de este domingo, “padres de estos pequeños, Dios los bendiga”, implicaba que se estaba sumergiendo en un mayor conocimiento de la vida cotidiana de su rebaño.
Nuestros intentos de recordar viejos tiempos eran invariablemente interrumpidos por las preguntas de algún niño, o de una historia de la escuela contada con gran detalle o por mi “sólo un segundo” mientras corría tras algún pequeño para interceptar una amenaza de alfileres que estaba casi en su boca.
La cortesía del sacerdote escondió cualquier rastro del aburrimiento que debe haber sentido a veces, y mientras todo el cuarteto –deseoso de ver qué sorpresas podría tener en el iPhone– lo sofocaba como una manada de gatos, parecía que se sintiera adoptando el papel de tío amable dotado de superpoderes: su visita llegó llena del Cuerpo de Cristo.
No hay manera de evitar el olor de las ovejas en una casa como esta. Este tipo de momentos debía tener en mente el Papa y debe haberlos vivido él mismo.
¿Fue la convivencia en la familia lo que le permitió introducir los infinitos “Porqués” de un niño de dos años en una lección sobre pedir al Padre que nos mire frente al sufrimiento de los inocentes?
Cuando el papa en Filadelfia exhortó a los pastores a “perder” tiempo con las familias, dirigió sus pensamientos a la oración, pidiendo que “Dios nos conceda el don de esta nueva proximidad entre la familia y la Iglesia”. “La necesita la familia, la necesita la Iglesia, la necesitamos los pastores”, afirmó.
Las familias lo necesitan. La presencia de un pastor en nuestro rebaño ha significado abundancia de bendiciones para mi marido y para mí, bendiciones literales y bendiciones del alma.
Cuando los niños estaban finalmente en la cama, el sacerdote ofrecía una buena dosis de ánimos y una pizca de amable reprimenda, con la sabiduría de un célibe consagrado a Dios al corriente de muchas lecciones de humanidad recogidas en el confesionario.
También los pastores tienen necesidad de esta cercanía, como el sacerdote nos lo dejó ver. Es fácil estar solos en el sacerdocio.
Cuando le pedí una sugerencia sobre los artículos que Aleteia estaba preparando sobre los regalos y maneras para mostrar aprecio a los sacerdotes, admitió que es difícil encontrar pasatiempos sanos para la mente y el cuerpo.
Se puede probablemente pasar una hora o dos con algún juego en el iPad, pero eso no recarga el alma. Invitarlo con la familia a un parque de atracciones, propuso el sacerdote, de manera que pueda ir a la montaña rusa con los niños.
“¿Al menos recibes muchas invitaciones a cenar?”, pregunté. “Oh, no tantas”, respondió diplomáticamente.
El Papa Francisco quiere que un sacerdote esté cerca de su rebaño, en medio de él, para poder vigilar “el sueño, la vida, el crecimiento de sus ovejas”.
Pero esta exhortación sólo puede acompañarse a través de otra premisa: “Queridos fieles, sean cercanos a sus sacerdotes con el afecto y con la oración para que sean siempre pastores según el corazón de Dios”.
Por Kathleen Hattrup