En la iglesia de San Antonio, en Estambul, el belén, con los vestidos de los niños sirios ahogados mientras intentaban llegar a EuropaZapatillas, pantalones embarrados, mochilas, un peluche y chalecos salvavidas: los ciudadanos de Estambul que como es costumbre llegan al atrio de la iglesia de San Antonio para observar el belén colocado por los frailes franciscanos, este año encontraron una Sagrada Familia vestida de modo insólito.
Manos piadosas que se ocupaban de los niños sirios ahogados en las aguas del Egeo mientras intentaban llegar a Grecia desde Turquía– para todos la meta es Europa, por muchos titubeos que muestre en su disposición de acogerles – enviaron a Estambul algunos de los vestidos de los pequeños.
Y los frailes conventuales decidieron que, aunque no en Europa, los niños se ganaron al menos el derecho a entrar en el belén y hacer compañía a Jesús con el recuerdo de sus pequeñas vidas.
“No se puede ignorar la tragedia que se está consumando a poca distancia de nosotros – afirma el fraile Iulian Pista -, de lo contrario, el belén pasa de ser una representación sagrada a un teatro idílico. La sacralidad debe salir al encuentro de la vida cotidiana de las personas”.
Sagrada Familia
Según los datos difundidos por Unicef a principios de diciembre, al menos 185 niños han muerto al naufragar en el mar Egeo, en la ruta entre Turquía y Grecia, en 2015 (700 en todo el Mediterráneo). El primero en abofetear nuestra conciencia fue el pequeño Aylan, el niño kurdo-sirio de 3 años ahogado a principios de septiembre con su madre y su hermanito de 5 años.
La imagen de su cuerpecito boca abajo sobre la playa dio la vuelta al mundo y sacudió las conciencias. Al menos por algún tiempo. La última es Sajida, siria también ella, 5 años, encontrada sobre la playa de Pirlanta en Cesme. Hace unos días llegaba de que los ocupantes de una embarcación hundida en la costa de Bodrum, sólo cuatro fueron salvados por la guardia costera turca, mientras que otros ocho murieron, entre ellos cinco niños.
En las calles alrededor de la iglesia de san Antonio, a medio camino entre la torre de Galata y plaza Taksim, en el antiguo barrio de Pera, es fácil cruzarse con niños de familias refugiadas procedentes de Siria o Iraq. Sus mamás, el martes por la tarde, vienen a tomar el pan de los pobres de san Antonio, una tradición franciscana que ha conocido nuevas y urgentes peticiones con la llegada a la ciudad de centenares de miles de prófugos sirios.
Menos mal que socorre la generosidad de quienes asisten a la Iglesia, musulmanes en su mayoría, porque en Turquía los cristianos de las diversas confesiones son sólo el 0,15 % de la población. En los días anteriores a la Navidad, la iglesia, adornada de fiesta con guirnaldas navideñas y decoraciones que tienen todo el sabor de la tradición rumana y polaca de los frailes de la comunidad, se abre al flujo continuo de miles de visitantes.
“Es nuestra realidad y algo que debe llamar nuestra atención”, comentan la mayor parte mirando la composición del belén, que brilla de luz bajo la mirada benévola de la estatua de Juan XXIII.
La Virgen del belén de san Antonio tiene un chaleco salvavidas con el número 26. Si en lugar de huir a Egipto a lomos de un asno en tiempo de Herodes, hubiera tenido que buscar la salvación en el mar en nuestros días, también lo habría llevado. “En el fondo – comenta fray Iulian – también el Niño Jesús fue un prófugo”.
“Muchos niños consiguen llegar – recordó el papa Francisco a los niños de la Acción católica a los que recibió en su cumpleaños, el 17 de diciembre, y que le contaron la iniciativa de caridad elegida para este año, en ayuda de los inmigrantes llegados al territorio de la diócesis de Agrigento – otros no… Todo lo que hagáis por esta gente es bueno: ¡gracias por hacerlo!”.