La historiadora de la Iglesia Angela Pellicciari: los masones estudiaban estrategias subversiva para acabar con el poder eclesiástico.¿La Masonería intentó alguna ver destruir la religión en Italia? ¿Ha actuado alguna vez para bloquear la acción de la Iglesia católica y hundirla? La respuesta es positiva. En el sentido de que la Masonería, desde su nacimiento, intentó socavar el poder de la Iglesia con acciones subversivas que fueron reprimidas por los papas.
Angela Pelliccieri, historiadora del Risorgimento y profesora de Historia de la Iglesia, explica a Aleteia: “La masonería moderna nace en Londres en 1717: la iglesia emite la primera de sus cientos de condenas y excomuniones en 1738 con la carta apostólica In Eminenti de Clemente XII. “Llenos de una cierta afectada apariencia de natural honradez”, escribe el papa a propósito de los francmasones. El papa tiene razón: la masonería tiene siempre en los labios la palabra “moral”, pero la moral a la que se refiere no es la moral revelada”.
La persecución antirreligiosa
Y de hecho, observa Pellicciari, en 1853 J.M. Ragon, autoridad de la masonería francesa, puntualiza así: “la Masonería no recibe la ley, es ella misma quien la establece”. “Pío IX y León XIII, los papas que asisten, durante el Risorgimento, al desmantelamiento de todas las órdenes religiosas católicas (a pesar de que el catolicismo seguía siendo religión de estado), a la persecución de obispos y sacerdotes, a la reducción a la pobreza absoluta de la mayoría de la población, obligada a una emigración masiva, identifican en el odio masónico y protestante el origen anticatólico, y por tanto anti italiano, de tanta violencia y decadencia”.
Como en Francia durante la revolución, como durante el imperio del masón Napoleón, como en América Latina, como en España y Portugal, la masonería es una sociedad revolucionaria que los príncipes apoyan “sin darse cuenta de que están firmando su propia ruina”, sentencia la historiadora. “Los papas lo recuerdan a menudo pero no son escuchados. Bajo el pontificado de Gregorio XVI, la policía descubre una documentación de gran interés sobre los carbonarios (una sociedad secreta de derivación masónica) que muestra como el odio por la iglesia va acompañado del odio a la familia”. [N.d.e. En 1859, el Papa Pío IX hizo publicar unos documentos intervenidos a la Carbonería en los que se detalla su estrategia para infiltrarse en el Vaticano]
Así escribe el sectario conocido con el pseudónimo de Piccolo Tigre: “Lo esencial es aislar al hombre de la familia, es hacerle perder sus costumbres […] Cuando hayáis insinuado en algún alma el disgusto por la familia y la religión (la una va casi siempre a continuación de la otra) dejad caer alguna palabra que provoque el deseo de ser afiliado a la Logia más cercana. […] La fascinación por lo desconocido ejerce sobre los hombres tal poder, que se prepara temblando a las fantasmagóricas pruebas de la iniciación y de los banquetes fraternos”.
La advertencia de Pío VII
En 1821, Pío VII escribe a propósito de los carbonarios: “Estos simulan un singular respeto y un cierto extraordinario celo hacia la Religión Católica”, pero “no son otra cosa que dardos disparados con más seguridad por hombres astutos, para herir a los incautos; esos hombres se presentan con piel de cordero, pero por dentro son lobos rapaces”.
El papa, según Pellicciari, tiene: en el documento, conocido con el nombre de Instrucción permanente, redactado en 1819, se lee: “debéis presentaros con todas las apariencias del hombre serio y moral. Una vez que vuestra buena reputación quede establecida en los colegios, en los gimnasios, en las universidades y en los seminarios, una vez que hayáis captado la confianza de profesores y estudiantes, haced de manera que quienes busquen vuestra compañía sean sobre todo los enrolados en la milicia clerical […] Se trata de establecer el reino de los elegidos sobre el trono de la prostituta de Babilonia: que el clero marche bajo vuestra bandera sin dudar nunca que están siguiendo la de las llaves apostólicas”.
“Enterraremos a la Iglesia”
Los carbonarios pretendían infiltrarse dentro del clero. El 18 de enero de 1822, Piccolo Tigre escribe a los afiliados piamonteses: “sirviéndoos del pretexto más fútil, pero nunca político o religioso, cread vosotros mismos, o mejor aún, hace que sean creadas por otros, asociaciones que tengan como fin el comercio, la industria, la música, las bellas artes. Reunid en un lugar cualquiera, incluso en las sacristías o capillas, a vuestros seguidores que aún no saben nada; ponedles bajo la guía de un sacerdote virtuoso, conocido, pero crédulo y fácil de engañar; infiltrad el veneno en los corazones elegidos, infiltradlo en pequeñas dosis y como por casualidad; a continuación, os sorprenderéis vosotros mismos de vuestro éxito”.
Algunos años más tarde el “primo” Vindice sintetiza así el fin de los carbonarios: “Hemos comenzado una corrupción a gran escala, la corrupción del pueblo a través del clero y la del clero por medio nuestro, la corrupción que sin duda nos llevará un día a sepultar a la Iglesia”.
“Secreto, juramento, ningún escrúpulo en el uso de cualquier medio porque el fin justifica los medios, calumnia, mentira, homicidio, son las armas a las que las asociaciones secretas recurren para llevar a cabo sus planes – afirma la experta. El juramento en particular acompaña todos los avances en el grado masónico”. En el momento de su ingreso en la logia como aprendiz, el candidato jura así: “Prometo no revelar jamás los secretos de la Libre Masonería; no dar a conocer a nadie lo que se me desvelará, bajo pena de que me corten la garganta, me arranquen el corazón y la lengua, me desgarren las entrañas, corten mi cuerpo en pedazos, lo quemen y reduzcan a polvo, y este sea esparcido en el viento para execrada memoria e infamia eterna”.
La denuncia de los papas
Empezando por Clemente XII y hasta León XIII, todos los papas denuncian con firmeza, con valor, con patriotismo, con análisis históricos y filosóficos detallados, los propósitos revolucionarios de las logias que, exaltando la “libertad”, buscan obtener libertad sólo para sí mismos, formando dentro de los países como un estado en el estado que dicta por ley todos los aspectos de la vida pública.
En 1864, poco después del merito “grandioso” que las logias se atribuyen por haber desencadenado el mayor ataque contra la iglesia católica en su patria de elección (Roma e Italia), los artículos 3 y 7 de las constituciones de la masonería italiana establecen: “Art. 3. Su fin [de la masonería] directo e inmediato es el de concurrir eficazmente al la realización progresiva de estos principios en la Unidad, para que se conviertan gradualmente en ley efectiva y suprema de todos los actos de la vida individual, doméstica y civil”; “Art. 7. La meta última de sus trabajos es la de reunir a todos los hombres libres en una gran familia, que pueda y debe poco a poco suceder a todas las sectas, fundadas en la fe ciega y la autoridad teocrática, a todos los cultos supersticiosos, intolerantes y enemigos entre sí, para construir la verdadera y única iglesia de la Humanidad”.
“Personificación permanente de la revolución, [la masonería] constituye una especie de sociedad al revés, cuyo fin es un predominio oculto sobre la sociedad visible, y cuya razón de ser consiste en la guerra a Dios y a su Iglesia”, escribe León XIII en 1902, poco antes de morir.
“La firme condena de la Iglesia contra la masonería – concluye Pellicciari – contra todo tipo de masonería (“condenamos y prohibimos las predichas Sociedades, Uniones, Reuniones, Agregaciones o Convenciones de Libres Muradores o Francs Maçons, o con cualquier otro nombre que se llamen”, escribe Clemente XII), vale hasta nuestros días, como recordó explícitamente el cardenal Ratzinger en la Declaración sobre la masonería de 1983.