Algunos lo pintan como un papa bonachón y permisivo: ¡Francisco es tremendamente exigente con su llamado a la misericordia!No sabemos qué nos dirá el Papa Francisco. Cualquier avance es simple especulación. Sin embargo, sabemos bien lo que nos ha pedido a los católicos en general como eje de su pontificado, confirmado en cada viaje pastoral. Tenerlo presente será importante para comprender mejor sus palabras y sus gestos. En esta lógica, comparto cinco reflexiones.
1.- Francisco es el Papa de la misericordia; pero hay quien lo mal interpreta dibujándolo como un hombre bonachón con tendencias permisivas. La imagen es falsa. Francisco es tremendamente exigente con la Iglesia, es decir con cada católico, porque la misericordia, al abrazarnos con ternura, nos llama a la conversión, al cambio radical para entrar en sintonía con una vida en la caridad, el perdón, la justicia, la verdad. Escuchar la llamada de la misericordia implica vivir en constante tensión, en permanente conversión ante el gozo del seguimiento de Jesús de Nazaret. El Papa, entonces, presenta un reto fenomenal a los católicos mexicanos, principalmente hacia los laicos de a pie, como un servidor. No hay modo de hacerse el menso.
2.- Francisco es un Papa arraigado en el Concilio Vaticano II, en plena armonía con sus predecesores, desde la voz e identidad de la Iglesia latinoamericana expresada en su momento de madurez, tal como resonó en la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Aparecida (Brasil, 2007). Como explica Austen Ivereigh en su extraordinaria biografía sobre el Papa (El Gran Reformador), Francisco es portavoz de esta nueva Iglesia fuente en que se ha convertido la catolicidad de la “Patria Grande”.
3.- Desde el primer momento de su pontificado nos ha pedido a los católicos una conversión profunda, la cual formula en tres invitaciones.
La primera y más radical, la expresó en su primera homilía como Pontífice, al día siguiente de su elección, frente al colegio de Cardenales. Para cumplir nuestra misión debemos siempre y al mismo tiempo caminar con Dios, construir la Iglesia y confesar a Cristo encarnado, muerto y resucitado. Ninguna de las tres puede faltar pues “quien no le reza a Dios, le reza al diablo”.
Segunda. Nos ha llamado a ser una Iglesia “de salida”, para buscar a la gente herida, necesitada, lastimada por la cultura del descarte. Para hacerlo es imprescindible abandonar cualquier tentación de ser católicos vergonzantes, autorreferenciales, ciegos y sordos a los problemas del mundo. Lo ha repetido constantemente. Prefiere una Iglesia accidentada por salir a la defensa del necesitado, que otra enferma y aislada en sus zonas de confort.
Tercera. Nos ha pedido que demos cara, con valentía, a la cultura del descarte porque reduce a las personas a simples cosas, objetos de desecho, basura ambulante. Es imperioso luchar por cada persona desde el primer momento de la vida, hasta la muerte natural. Dar cara por los seres humanos concebidos, sus madres, migrantes, trabajadores, mujeres explotadas, indios, niños, jóvenes y un etcétera tan largo, como largo es el dolor de la humanidad. Nada puede sernos ajeno para proponer y construir la cultura del encuentro, del diálogo y la inclusión, impulsada por la misericordia que llama a la conversión.
4.- Para ganar terreno en esta batalla —tan ignaciana como la meditación de las dos banderas— Francisco tiene una estrategia bien arraigada en el Evangelio. Consta de tres puntos: primero, trabajar en las periferias sociales y existenciales de la humanidad y, desde ahí, permear al conjunto de la sociedad; segundo, hacer de la Iglesia un gran hospital de campaña que abrace, cure y envíe; tercero, hacer de cada católico un discípulo y misionero de Jesús de Nazaret, entendiendo que la Iglesia es una comunión de carismas que fluyen a un objetivo común, cada uno trabajando con los dones que Dios le dio y hacerlo ahí donde Dios le mande, le ponga o le siembre.
Ser discípulos y misioneros en medio del mundo es la síntesis del programa del Papa Francisco, como es la gran propuesta del episcopado latinoamericana para la Iglesia universal. ¿Puede haber algo más profundamente evangélico que ser discípulo y misionero del Nazareno?
Estamos próximos a saber lo qué dirá y hará el Papa en México. Entretanto, haríamos bien en preguntarnos qué conversión en la misericordia necesitamos los católicos mexicanos para responder al llamado del Evangelio, bajo el liderazgo de Francisco, para salir de esta crisis cultural que nos atenaza entre la corrupción y la violencia.