Está considerada de forma casi unánime como una de las mejores de la Historia de la Televisión junto con “Los Soprano”, “El ala oeste de la Casa Blanca”, “Mad men”, “Breaking Bad” y poco másDurante cinco temporadas nos mostró la cara más descarnada, sucia y desesperanzada de Baltimore, dejando que cada una de dichas temporadas se centrase en un aspecto relacionado con la pesadilla del tráfico de drogas (la vida en el ghetto y la educación, la investigación policial, la mafia portuaria, las intrigas políticas).
Hoy abordamos la penúltima temporada, que toma como ejes en torno a los que gravitar el ecosistema educativo y las procelosas aguas de la política en Baltimore, la ciudad protagonista que nos muestra sus vergüenzas, sus fallos, esperanzas y desesperanzas y los intentos por algunos de lograr rescatar el futuro.
En esta quinta temporada de “The Wire” se nos muestra la vida de cuatro estudiantes, compañeros de instituto, en lo que a priori parece un salto lateral con respecto a las primeras tres temporadas en las que el espectador se ha sumergido de lleno en el mundo delincuencial y en los intentos (casi siempre infructuosos) por limitar el crimen relacionado con la droga en los bajos fondos de la ciudad estadounidense.
Con antecedentes familiares para todos los gustos (y nunca edificantes), habiendo contemplado en las tres temporadas anteriores los perfiles de los jóvenes de la marginalidad suburbial de Baltimore casi un escalofrío de descorazonadora anticipación nos recorre el espinazo al intuir la truncada adolescencia que estamos abocados a contemplar. ¿Quién sucumbirá antes al plomo? ¿Será al de la policía o al de una banda rival? ¿Alguno llegará a despuntar al frente de alguna banda? ¿Alguno caerá pasto de la propia adicción? ¿Existe resquicio alguno para la salvación? La crudeza del ambiente les obligará a madurar a marchas forzadas.
El contrapunto en su vertiente positiva lo añade la presencia en el escalafón educativo de algún expolicía que conoce bien (por desgracia) el potencial futuro que puede esperar a sus alumnos pero a cambio el mayor obstáculo resulta ser la propia política educativa, más preocupada por salvar la cara en las estadísticas que en propiciar cambios reales, efectivos y que contribuyan a mejorar la vida de quienes pasan por sus manos.
Precisamente será este el otro eje en torno al que gravita la cuarta temporada de “The Wire”, las intrigas políticas y las luchas intestinas por el poder, por la subvención, por el titular. Se lucha tanto por las donaciones como el soplo que pueda conducir a un escándalo que termine con la carrera del rival político en la cuneta.
Finalmente cabe destacar que quien en las primeras temporadas ha sido el gran protagonista de la serie, McNulty, queda relegado en esta tanda de capítulos a una posición muy secundaria, relegado como patrullero, en un obligado proceso de reconstrucción personal y profesional, lo que por otra parte permite en esa cesión de protagonismo que sean los citados estudiantes o los políticos quienes adquieran relieve para completar este retrato multifacetado de Baltimore que nos proporciona David Simon, el guionista a quien debemos esta obra monumental que algunos no han dudado en magnificar comparándola con “Los miserables” de Victor Hugo.
Casi por contraste encontramos en esta cuarta temporada un personaje, que fue un policía más que detestable en la primera temporada, y que tras abandonar ese desempeño profesional y dedicarse precisamente a la educación resulta ser un docente ejemplar, evolucionando de una manera muy natural y coherente y casi demostrando cómo el talento puede aprovecharse mejor de lo que quizá nosotros mismos hubiésemos imaginado si nos dedicamos a otra labor.