La lucha de una irlandesa por superar la espina de la inmigración
Como en el clásico chiste de Bilbao, la esencia de esta película estriba en que la voluntad y la pasión pueden conseguirlo casi todo, incluso si ello supone adoptar una nacionalidad distinta a la del país en el que vimos la luz.
O más habría que decir la vecindad civil, la pertenencia no tanto a un país (que también) como a una ciudad, o por concretar incluso aún más, un barrio de dicha ciudad.
Y es que Nueva York lleva ya siglos convertido en un punto de destino de quienes ansían la libertad que tan bien representa la estatua homónima que da la bienvenida a quienes vienen desde el otro lado del Atlántico, hacia donde mira como buscando el reflejo de su gemela francesa, que con un tamaño mucho menor (y también menos conocida) mira al oeste desde una pequeña isla en medio del Sena, en las proximidades de la mucho más popular Torre Eiffel.
Ese símbolo es el que explica el ánimo que mueve la voluntad de la protagonista de la función, interpretada de manera sublime por la estadounidense de origen irlandés Saoirse Ronan (“El Gran Hotel Budapest”, “La huésped”, “Hanna”, “The lovely bones”, “City on Ember: en busca de luz”) que en esta película alcanza un muy merecido papel protagonista de madurez interpretativa, sobradamente demostrada pese a su juventud.
Ella misma con una historia genética similar a la del personaje que interpreta, nos permite acercarnos a una mujer irlandesa que en la década de los 50 viaja desde su tierra natal a la promisoria Nueva York, el sueño alcanzable donde vivir la vida que se soñó. Incluso encuentra el amor, una forma más de convertirse en neoyorquina (o habitante del barrio de Brooklyn, que quizá no sea del todo lo mismo), una forma más de dejar de verse a sí misma como una inmigrante irlandesa, una forma más de integrarse en su nueva futura vida soñada.
El inevitable conflicto (sin conflicto no hay trama, no hay atractivo, no hay vida) llega cuando desde su país natal (ilusa, pensar que el origen y la historia pasada pueden quedar atrás) inevitables circunstancias la obligan a regresar. Y en ese regreso (regreso al terruño, pero regreso desde otra incipiente realidad) descubre una alternativa a su vida que quizá nunca se habría planteado desde la misma óptica de no haber mediado esa etapa de alejamiento, esa salida del bosque para ver los árboles con perspectiva.
Mencionábamos al inicio la cuestión de la libertad. Una vez conocida, una vez probada, una vez vivida, su influencia resulta casi imposible de desdeñar, por ello aparece una zozobra al ubicarse el personaje protagonista en la encrucijada, cuando debe elegir entre dos hombres, entre dos países, entre dos formas de vida, entre el pasado y el futuro, entre la tradición obligada y la libertad escogida. Entre lo viejo y lo nuevo, entre el deslumbrante descubrimiento de un sueño posible y la insospechada certeza de una posibilidad cercana.
Hace décadas que otra pelirroja de ojos verdes tuvo que optar entre alternativas irresolubles bajo el título de “La decisión de Sophie” (curiosamente ambientada ambién en Brooklyn de mediados de siglo pasado), un título que daría inicio a la irrepetible trayectoria interpretativa de Meryl Streep.
Algunos de los paralelismos con “Brooklyn” podrían ser tan sencillos como este: descubrir el excelente trabajo de gran interpretación que consagra a Saoirse Ronan al mostrarnos el proceso de valoración de alternativas contrapuestas que obligarán al propio espectador a examinar su propia conciencia sobre cuál sería su propia elección de atravesar dicha tesitura.