Un punto de partida inquietante que termina convirtiéndose en una película funcional que no ofrece mucho más de lo que hemos visto antes en otros títulos del géneroHay un lugar, en el remoto Japón, conocido como el bosque de los suicidios. Un inmenso tapiz de árboles y madera a los pies del monte Fuji de 35 kilómetros cuadrados. Aunque su nombre real es el de Aokigahara, la zona es más conocida por su siniestro sobrenombre. La verdad es que su reputación le precede. Según las autoridades niponas, desde la década de los 50, allí se han encontrado más de medio millar de cadáveres cuya causa principal de la muerte era el suicidio.
Sin embargo, a finales de la década de los 80 la cosa empezó a ponerse verdaderamente truculenta y el número de cuerpos que se encontraban allí anualmente empezó a aumentar. En 1988 fueron casi cien cadáveres y en 2003 otros tantos. La cosa se puso tan delicada que el gobierno japonés dejó de hacer públicas las cifras de muertos que todos los años se encontraban en ese bosque sobre todo porque Aokigahara comenzó a ser un siniestro lugar de turismo escabroso.
Las leyendas sobre espíritus y demonios se multiplicaron y oficialmente el bosque se convirtió en el segundo lugar del mundo donde más gente se ha quitado la vida, solo le supera el Golden Gate de San Francisco.
Con este punto de partida no es de extrañar que más pronto que tarde Hollywood pusiera sus ojos en este inquietante lugar. Aunque eso sí, lo ha hecho con precaución, invirtiendo una cantidad relativamente baja para cómo se las gastan en Estados Unidos y abaratando costes al máximo. Nada de estrellas y rodando en Europa, que para un bosque frondoso no hace falta irse a la lejana –y cara- Japón, y en Serbia también hay un bosque la mar de espeso.
La verdad es que el resultado de El bosque de los suicidios resulta un tanto confuso. No es una película particularmente mala pero sin embargo resulta demasiado predecible. Además, para lo golosa que era la materia prima, era para que su director, Jason Zada, hubiera hecho una obra maestra. Pero no, el resultado ha quedado un poco disperso. Resulta imposible no acordarse de El proyecto de la Bruja de Blair y evidenciar que aquella película filmada de forma casi amateur provocaba mucha más inquietud y pánico que esta cinta que conforme va avanzando va perdiendo los papeles.
Al final hay un giro poco probable y poco claro, las sombras y el follaje siniestro del bosque se convierten en siniestras criaturas y rostros deformados. Al final, pese a algunas buenas ideas y a pesar de algunas escenas bien rodadas el conjunto desmerece en exceso. Uno no sale con la impresión de que haya visto una gran película de terror, más bien al contrario, da la sensación de que hemos visto lo mismo de siempre. Eso sí, hay un par de ideas, un par de planos, un par de escenas, pero poco más. Como digo, todo demasiado disperso.