La misericordia clavada en la cruz
14 testimonios de sacerdotes, recogidos por el delegado para el Año de la Misericordia de la Archidiócesis de Pamplona y Tudela, Javier Leoz, para ilustrar las 14 estaciones del camino de Cristo a la cruz
Se acerca la Semana Santa y, en estas horas, habla el silencio, el amor, el dolor y la obediencia. Y, todo ello, se escucha a través del altavoz de la cruz. ¡Con qué nitidez y gravedad se nos expresa!
En el Año de la Misericordia, el Papa Francisco, nos recordaba que «el amor es la viga de la Iglesia». El primer vía crucis que unió el enlosado con el calvario fue un derrame de generosidad, gestos, ternura, perdón, miradas y entrega.
Pero desde entonces, de aquel mismo momento en el que Cristo nos invitaba a llevar su cruz, han sido miles, millones, los vía crucis que hombres y mujeres, sacerdotes y laicos, obispos y Papas, han representado y vivido desde su profunda adhesión a Jesucristo. Unos lo habrán vivido, en carne propia, la primera o la quinta estación, otros la novena o la décima pero –todos– lo hicieron sabedores de que Cristo estaba en medio de todo ese vía crucis existencial, misericordioso y espiritual que intentaron llevar a plenitud por el camino de Evangelio.
Estos 14 testimonios, de este extraordinario vía crucis de la misericordia, son un pequeño resumen de esos otros miles de ejemplos (unos conocidos y otros en la memoria de Dios) que nos pueden ayudar a reafirmar nuestro amor a la cruz, la misericordia como identidad y la fe como motor de todas nuestras entregas.
Y es que, muchas de las misericordias (los corazones que se abren y buscan las miserias de los demás) pueden acabar como la majestuosa y magnánima generosidad de Dios en favor del hombre: en la cruz. Y es que, no siempre, el amor es acogido, reconocido y aplaudido. ¡Qué importa! Dios, al final, vence y hace que más allá de la dureza de los maderos de la Santa Cruz triunfe la mañana de la Resurrección en Cristo y por Cristo.
1ª Estación: Jesús condenado a muerte
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
Un drama con una entrega increíble en el final de su vida: William Carmona, seminarista de la diócesis norteamericana de Nashville, estaba con cáncer en su fase terminal. Fue ordenado el 10 de septiembre de 2014 en la cama de la clínica donde fallecería.
En el cuarto de cuidados intensivos William Carmona fue ordenado diácono y a continuación sacerdote. Dos días después el nuevo sacerdote murió de un cáncer que había progresado fuertemente.
El obispo de Nashville dijo: «ordenar a quien da de esta manera la cara a la muerte refleja el Misterio Pascual. Administrar el Sacramento del Orden trae la alegría y el cumplimiento y es un momento culminante en la vida de cualquier obispo».
Casi 200 personas que se habían reunido para participar en esta ordenación extraordinaria, familia, seminaristas y un arzobispo de una diócesis vecina fueron testigos de cómo otro «cristo» consagrado por el Santo Óleo derramaba la sangre en la cruz del Redentor. Durante la Misa, el seminarista, estaba inmóvil, los móviles vigilaban su estado de salud. Su estado era muy débil y asentía no con la voz, pero sí con los gestos, a las preguntas.
Previamente, en el tiempo de preparación, preguntaba: «¿Dónde está el obispo?» «¿Cuándo viene?».
«¿Cuántas horas tengo que esperar todavía hasta ser ordenado?» «Quiero entregarle al Señor las últimas horas de mi vida y lo quiero hacer como sacerdote. Quiero ser otro cristo por unas horas».
Willian Carmona estaba cursando el cuarto año de teología. Colombiano de 51 años, vocación tardía y con un temperamento afable y extremadamente cariñoso. Sus compañeros afirmaban: «Jamás nos hemos encontrado con alguien que tuviera una espiritualidad tan fuerte. Estaba tan unido a Dios que podía demostrarlo a quien fuera. Se le había visto siempre en la iglesia rezando y sirviendo a los demás».
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
2ª Estación: El Señor con la cruz a cuestas
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
Nguyen Van Thuan cuando era obispo de Saigón en Vietnam, los comunistas lo metieron a la cárcel, donde estuvo 13 años, nueve de los cuales estuvo solo en una celda sin comunicarse con nadie. Si no hubiera sido por la Eucaristía, se hubiera vuelto loco. Él dice:
«Nunca podré expresar mi gran alegría al celebrar diariamente la Misa con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de mi mano… Han sido las Misas más hermosas de mi vida».
«En la cárcel pensaba en las persecuciones; en las muertes, en los martirios, que han tenido lugar durante 350 años en Vietnam y han dado a la Iglesia tantos mártires desconocidos: unos 150.000. Yo mismo creo que mi vocación sacerdotal ha sido misteriosa; pero, realmente, vinculada a la sangre de estos mártires de Vietnam, caídos en el siglo XX, mientras anunciaban el Evangelio y, permanecían fieles a la unidad de la Iglesia, a pesar de las amenazas de muerte… Por parte de mi abuelo materno, hay un hecho dramático: En 1885 toda la parroquia fue quemada viva en la iglesia… Los mártires nos han enseñado a decir sí: un sí sin condiciones ni límites al amor por el Señor. Pero los mártires nos han enseñado también a decir no a las lisonjas, a las componendas, a la injusticia, quizás con el fin de salvar la vida o gozar de un poco de tranquilidad.
Por mi parte, tenía el apoyo de mi madre. Cuando estaba en la prisión, era mi gran consuelo. Decía a todos: Reza para que mi hijo sea fiel a la Iglesia y permanezca donde Dios quiere que esté».
En la cárcel, durante 13 años, ofrecía sus dolores a Jesús por medio de María, a quien tanto amaba y a quien ofrecía todos los días el rezo del rosario.
Cuando obtuvo la libertad, pudo viajar al extranjero y el Papa lo nombró cardenal de la santa Iglesia. El año 2000 dio los ejercicios espirituales a la Curia Romana, en presencia también del Papa Juan Pablo II.
Falleció en Roma en el 2002.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
3ª Estación: Jesús cae por primera vez
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
El padre Ciszek, norteamericano, fue voluntario de misionero a Rusia durante la segunda guerra mundial, pero lo tomaron prisionero y pasó cinco años preso en la famosa cárcel Lubianka de Moscú y otros diez en campos de trabajos forzados en Siberia, trabajando en las minas de carbón en medio de un frío extremo en invierno y con un hambre terrible. En su libro With God en Rusia, traducido al español como Espía del Vaticano, va narrando cómo confiaba siempre en la providencia de Dios para salvarse de las más difíciles situaciones y cómo rezaba todos los días el rosario, procurando hacer algunos momentos de oración. Dice:
«Durante los cinco años, que estuve en la Lubianka (prisión de Moscú), creció mi convicción de que todo lo que sucedía era voluntad de Dios y que Él me protegía.
En el campo de trabajos forzados número 5, volví a celebrar la Misa que no había podido celebrar desde los tiempos de Dubinka… Disponía, entonces, de un pequeño cáliz y una patena de níquel, que había hecho uno de los presos; el vino era de uvas, que hurtaban de no sé dónde y el pan lo cocían especialmente algunos estonianos católicos, que trabajaban en la cocina… Era peligroso que asistiesen muchos por el peligro de llamar la atención; pero, a medida que corrió la voz, ya eran más los que deseaban asistir a la Misa. Al cabo de cierto tiempo, el padre Casper y yo fuimos más atrevidos y empecé a celebrar la Misa en uno de los barracones, donde la mayoría eran polacos y lituanos y el brigada tenía sentimientos religiosos…
Muchas veces yo pensaba que los sacerdotes, que nunca han sido privados de la oportunidad de celebrar Misa, no aprecian realmente el tesoro que es la Misa. Yo sé los sacrificios que hacíamos para celebrar en aquellas condiciones, estando hambrientos. Yo he visto sacerdotes que estaban en ayunas todo el día y trabajar con el estómago vacío para tener la posibilidad de celebrar la Misa (en aquel tiempo había que guardar ayuno desde las doce de la noche del día anterior). Yo lo hice con frecuencia. La Misa era un tesoro para nosotros. La anhelábamos y hacíamos cualquier sacrificio con tal de poder celebrarla o asistir a ella.
Podíamos sentir sus efectos en la vida diaria. Para nosotros era una necesidad el celebrar la Misa… La celebrábamos sin ayudantes, sin velas, sin flores, sin música ni manteles blancos; simplemente con un vaso corriente para echar unas gotas de vino y un pedazo de pan con levadura. En estas condiciones, la Misa nos acercaba a Dios más de lo que nadie podría imaginar. Conscientes de lo que estaba sucediendo, penetraba en nuestra alma el amor de Dios. Y, a pesar de las distracciones causadas por el miedo a ser descubiertos, permanecía en nosotros la alegría que producía el pequeño pedazo de pan y algunas gotas de vino, consagrados en Jesús… Nada ni nadie podría haber hecho profundizar más mi fe que la celebración de la Misa… Mi primera preocupación cada día era poder celebrar la Misa. Ningún día la dejé de celebrar mientras pude».
Y mientras pudo, también confesaba, bautizaba, confortaba a los enfermos, rezaba por los difuntos y hasta daba retiros espirituales a otros sacerdotes prisioneros. Era realmente un sacerdote a tiempo completo para gloria de Dios y servicio a los demás.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
4ª Estación: Jesús encuentra a su Madre camino del Calvario
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
El padre Zef Simoni, de Albania, sufrió durante varios años las torturas de los campos de concentración y de las cárceles comunistas de su país. Él mismo nos dice:
«Me encerraron durante doce años en el campo de Spac, una prisión que podría compararse al campo nazi de Mauthausen. Se encontraba cerca de una zona minera, en la que los detenidos eran sometidos a un trabajo incesante y peligroso. De hecho, muchos murieron… Los prisioneros eran, a veces, sometidos a descargas eléctricas y debían caminar descalzos sobre placas metálicas incandescentes…, les llenaban la boca de sal o les obligaban a tragar medicamentos dañinos para el sistema nervioso.
Recuerdo que el sacerdote jesuita Gjon Karma fue enterrado vivo en un ataúd. El franciscano Frano Kiri estuvo atado a un cadáver durante varios días hasta que comenzaron a salir los líquidos del muerto. Otros fueron ahorcados, decapitados o ahogados en lodazales. Pero con la ayuda de Dios pudimos ser fieles a Cristo, a la Iglesia y a nuestra misión sacerdotal. María, la Madre de Jesús, estaba con nosotros al pie de la cruz. Sin Ella, nuestro encierro, hubiera sido insoportable. Era oxígeno en nuestra prisión».
El Papa Juan Pablo II, el 25 de abril de 1993, al visitar Albania, lo consagró obispo. El 22 de setiembre del 2005, con sus 77 años, estuvo presente en la audiencia general del Papa Benedicto XVI, donde le habló de tantos hermanos en el sacerdocio, que fueron masacrados y de tantas religiosas y laicos que sufrieron
persecución por ser fieles, pero que no renegaron de su fe.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
5ª Estación: Jesús ayudado por el Cirineo
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
Monseñor Kazimierz Majdanaski fue arrestado por los nazis, cuando era alumno del Seminario de Wloclawek, el 7 de noviembre de 1939, junto con otros alumnos y profesores, y encerrado en el campo de concentración de Sachsenhausen, y en Dachau después. En Dachau fue sometido a criminales experimentos seudocientíficos.
«En Dachau había un tal profesor Schilling, que hacía seudoexperimentos científicos. Experimentaba con los prisioneros la reacción del hombre a las diferentes sustancias que nos inyectaban. Antes de que me sometieran a semejantes experimentos, le pedí a mi profesor del Seminario que
informara a mis padres de mi muerte y le dejé todo mi tesoro: dos rebanadas de pan duro. Pero pude sobrevivir por un auténtico milagro. Por desgracia, el padre Jozef Kocot, mi compañero de habitación y profesor de filosofía en el Seminario, murió en silencio, sufriendo de manera inenarrable.
Nuestros verdugos alemanes blasfemaban contra Dios, denigraban a la Iglesia y nos llamaban «perros de Roma». Nos querían obligar a ultrajar la cruz y el rosario. Para ellos, no éramos más que números que había que eliminar. Echábamos, entonces, mucho de menos la Eucaristía. Allí hubo casos heroicos». El padre Frelichowski, cuando estalló la epidemia de tifus, se ofreció como voluntario para servir a los enfermos. Murió dando la vida por los demás como san Maximiliano Kolbe.
Murieron la mitad de los sacerdotes polacos encerrados en Dachau. Vi cómo morían muchos de manera heroica. Algunos hubieran podido salvarse, pues las autoridades ofrecían a los sacerdotes polacos la posibilidad de un trato especial, a condición de que declararan que pertenecían a la nación alemana. Pero ninguno aceptó. Al padre Dominik Jedrzejewski le ofrecieron la libertad, si renunciaba a sus funciones sacerdotales, pero él no quiso y murió.
El martirio del clero polaco, durante el infierno nazi, es una página gloriosa de la Iglesia y de Polonia, a pesar de que se ha querido mantenerla en el silencio. Murieron 2.000 sacerdotes y 5 obispos.
Entre los obispos, que sufrieron atrocidades y cárceles de los regímenes nazis o comunistas de Europa durante la segunda guerra mundial, podemos enumerar a Luis Stepinac, arzobispo de Zagabria en Yugoslavia; Josyf Slipyj de Ucrania; Stefan Wyszynski de Polonia; Mindszenty de Hungría; Josef Beran y Frantise Tomásek de Checoslovaquia; Julijans Vaivods de Letonia; Alexandru Todea de Rumania y otros más. Vivieron su calvario pero, unos con otros como el Cirineo, se arroparon para llevar la cruz hasta el final.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mi
6ª Estación: La Verónica enjuga el rostro de Cristo
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
Padre Luis de Moya, estudió teología en Roma y se doctoró en derecho canónico, además de ser médico. Se ordenó sacerdote del Opus Dei y, en 1991, a los 38 años de edad, quedó tetrapléjico a causa de un accidente automovilístico. Sin embargo, no se ha dado por vencido y, a pesar de todos los inconvenientes de su estado, pues sólo puede mover la cabeza, ha dado sentido a su vida y vive con optimismo, dando clases de Ética en la universidad de Navarra y trabajando como capellán. Ha escrito un libro sobre su vida, titulado Sobre la marcha. En él nos dice que se siente feliz de ser sacerdote y ofrecerle al Señor sus limitaciones y poder ayudar a tantos enfermos que necesitan ayuda y consejos. Dice:
«Cuando comencé a concelebrar la santa Misa, este acontecimiento se convirtió en lo más importante de cada jornada. En mi horario tenía previsto bajar a primera hora de la tarde al oratorio para hacer un rato de oración ante el sagrario y concelebrar a continuación. Muy rara vez omití la Misa. Sólo, cuando me encontraba considerablemente peor y estaba claro que no iba a ser capaz del pequeño ajetreo que suponía la ceremonia… La santa Misa es el «momento» del sacerdote. Siempre lo he entendido así, pero, tal vez, ha sido ahora, al tener más tranquilidad para contemplar el sacrificio mientras celebro, cuando mejor he captado el amor de Dios que salva y el sentido del sacerdocio ministerial. Muchas veces, he pedido al Eterno fortaleza para ser otro Cristo y servir a los demás para su salvación».
También aprovecha muchos ratos para atender a los que desean confesarse y tiene un horario público de confesiones en la Clínica universitaria. El padre Luis de Moya es un ejemplo para tantos enfermos que se desesperan y desean la muerte. Porque vale la pena vivir. Mientras hay vida, hay esperanza de mejorar y lo más importante no es trabajar y ser útil, humanamente hablando, sino que lo más importante es amar y hacer felices a los demás. Y eso lo puede hacer un enfermo, con amor y su oración. Como la Verónica, desde nuestra propia realidad, podemos ser pañuelo abierto o lamentaciones sin futuro.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
7ª Estación: Jesús cae por tercera vez
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
El padre Giovanni Salerno es un gran misionero italiano, que va por los caminos de las altas cordilleras de los Andes del sur del Perú, llevando consuelo y amor a los pobres y a los enfermos como médico y como sacerdote. También lleva ayuda a los presos de las cárceles. Sobre esto nos dice:
«Un día me fui a visitar la cárcel del Cuzco, donde estaban encerrados muchos peligrosos terroristas de Sendero Luminoso. Cuando me vieron, comenzaron a reírse, mofándose de mí. No me desanimé. Poco a poco, empecé a pedir al director que viera la manera de darles algo más de aire libre y de sol, permitiéndoles salir de sus celdas, al menos, media hora cada día… Poco a poco, logramos transformar el patio en un taller con máquinas para fabricar zapatos, máquinas de coser, máquinas para tejer, máquinas para trabajos de carpintería e instrumentos para trabajos en cerámica. Todos aprendieron un oficio.
Eran jóvenes universitarios, maestros, arquitectos, abogados, etc. Algunos de ellos, al salir de la cárcel, viajaron al exterior para ejercer allí el oficio aprendido. Cada vez que los veía, me causaban una gran alegría, porque un preso, cuando trabaja, mejora su vida… Jamás olvidaré las lágrimas de uno de ellos que, encerrado en su celda, me decía: Esto (que hacen ustedes) hubiese querido hacerlo yo por los pobres. Pero, lamentablemente, demasiado tarde los he conocido. Cuando salían de la cárcel, venían a agradecernos el haberlos ayudado como a hermanos. Cada vez que los visitábamos, se rezaba el rosario.
Ellos mismos habían conseguido que se colocara en su pabellón una especie de glorieta con la estatua de la Virgen de Fátima. Pero no todos se acercaban a nosotros…no todo era fácil. También teníamos nuestros momentos de caídas y de desánimo».
En el Cuzco da de comer cada día a 900 niños. Y cada día se encomienda a la divina providencia para que provea el pan para los niños y las medicinas para los enfermos, y nunca le falta nada. Tiene muchos bienhechores a lo largo del mundo. Y ha fundado el Movimiento de los siervos de los pobres del tercer mundo, para el que están surgiendo abundantes vocaciones. Tiene su seminario en Ajofrín (Toledo).
También ha fundado religiosas y laicos consagrados. Y sigue abriendo casas en distintos países como Hungría. Su apostolado es enorme, pero no olvida que, como buen sacerdote, la Misa debe ser el centro de su vida. Por eso, dice: Dios me ha hecho la gracia de no dejar jamás ni un solo día la celebración de la Misa, que constituye para mí la única fuente de energía y me hace sentir siempre joven.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
8ª Estación: Jesús habla a las hijas de Jerusalén
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
El padre Arrupe, jesuita, cuando todavía era joven sacerdote y vivía en Hiroshima, vivió el 6 de agosto de 1945 la fuerte experiencia de la bomba atómica. Aquel día a las 8:15 de la mañana, un bombardero norteamericano lanzó la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima. Sobre esta experiencia escribió el libro Yo viví la bomba atómica, donde describe los efectos devastadores y todo lo que él y sus siete compañeros jesuitas hicieron por ayudar a todos los damnificados. Él había estudiado medicina y, desde el primer momento, con las escasísimas medicinas del botiquín de su casa, empezó a ayudar, sobre todo, a tantos quemados por la explosión. Recordemos que ese día murieron unas 80.000 personas y quedaron heridas unas 120.000; de los 220 médicos, que había en la ciudad antes de la explosión, sólo quedaron con vida unos sesenta médicos.
Lo más triste fue que la ayuda proveniente de Tokio y Osaka se detuvo a las puertas de la ciudad, porque se había corrido la voz de que en la ciudad se había extendido un gas que mataba durante los primeros sesenta años. Nadie quería venir de fuera a ayudar. Por eso, tuvo más mérito la ayuda de los ocho jesuitas, que resultaron vivos milagrosamente. Ellos no pensaron en que iban a morir, quisieron vivir en plenitud sus últimos momentos y, si debían morir, querían hacerlo como sacerdotes, dando la vida por los demás.
El mismo padre Arrupe lo dice:
«Ante este hecho, un sacerdote no puede quedarse fuera para salvar su vida… Naturalmente que, cuando a uno le dicen que dentro de la ciudad hay un gas que mata, sólo después de hacer un propósito muy firme se decide a quedarse. Pero lo hicimos y comenzamos a curar a los enfermos y a quemar los cadáveres de las calles para evitar epidemias».
Fue un trabajo agotador, pero lo hicieron con espíritu sacerdotal. Por eso, cuando era general de los jesuitas (1965-1983), siempre recordaba aquellos momentos como de los más llenos y satisfactorios de su vida, porque había vivido su sacerdocio hasta el fondo, dándolo todo sin reservarse nada.
Después de veinticinco años, lo visitó en Roma un joven sacerdote japonés, a quien él había curado sus llagas supurantes a consecuencia de las radiaciones, producidas por la bomba. Aquel muchacho se había bautizado y más tarde había sido ordenado sacerdote. Se llamaba Hasegawa Tadashi. Él, como tantos otros, se sintió llamado a la fe católica y al sacerdocio por el testimonio de vida que vio en aquellos misioneros jesuitas que lo habían dado todo. Y es que, el amor habla, no se lamenta y transforma.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
9ª Estación: Jesús cae en tierra por segunda vez
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
Su nombre era Juan Manuel Martínez Macías pero nadie, o casi nadie, lo conocía por ese nombre. Para todos era el padre Trampitas, el capellán de la prisión más grande del mundo, el penal mexicano de las Islas Marías, en el Océano Pacífico. La única cárcel con muros de agua, y un agua infestada de tiburones. La historia del padre Trampitas es la historia de un joven violento y exaltado, la de un anticlerical al que le sucedió lo mismo que a san Agustín: las oraciones y las lágrimas de su madre, al igual que las de Santa Mónica, fueron el motivo de su conversión. De revolucionario y terrorista, a capellán de los delincuentes más peligrosos de México. Un buen cambio: nadie mejor que él para esa misión. Entre sus planes estaba volar la catedral de Aguascalientes en México. Pero Cristo se cruzó por el camino. Su madre acababa de descubrir unos papeles que le comprometían y que detallaban lo que había planeado. Llorando, le dijo su madre: «Te quiero mucho hijo, pero al mismo tiempo te odio porque eres enemigo de Dios». En esos momentos, Juan Manuel, impresionado, le juró: «Mira, madre: desde este momento, va a ser otro tu hijo. Si te lo cumplo, que Cristo me bendiga y si no te lo cumplo, que Cristo me maldiga». Y continuó: «Mira, sé que lo que voy a hacer, me va a costar la vida». A lo que respondió ella: «Y, ¿para qué quieres la vida si no la das por Cristo?».
Esa pregunta fue su sostén en los tiempos más duros de su estancia en la prisión: «Cuando me llega la nostalgia de la libertad, cuando quiero abandonar todo aquello, parece que la voz de mi madre hace eco y permanece allí: ¿Para qué quieres la vida, si no la das por Cristo…?»
Pasó a ser un sacerdote mexicano admirable, que quiso vivir como preso durante más de 30 años con la única finalidad de salvar a tantos que estaban allí sin ayuda espiritual. Él vivía la vida de los presos y comía con ellos. No podía salir de la prisión y no tenía ninguna diferencia, sólo que era un preso voluntario. Y allí murió y allí están enterrados sus huesos. Fue un sacerdote admirable por su espíritu apostólico. Y cuenta, en sus numerosos relatos, la conversión de grandes criminales, porque el poder de Dios llega hasta el corazón de los más avezados delincuentes.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
10ª Estación: Jesús despojado de sus vestidos
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
El padre Ignacio-María Doñoro, capellán castrense en excedencia, y fundador del Hogar Nazaret en Puerto Maldonado (Perú), dirige una casa que acoge a niños que han sido víctimas de explotación sexual y de tráfico de órganos, ha estado muy cerca de morir después de que unos mafiosos le dieran una brutal paliza.
«Me encañonaron con una pistola en la sien. Tenía tres vértebras fuera y me dieron patadas en las heridas, pero gracias a Dios a los niños no les tocaron. Yo sobreviví porque me dieron por muerto» afirma, padre Doñoro, quien desde hace meses era molesto para las mafias en su afán de acabar con esta lacra.
Tras lo ocurrido, y después de dos intentos más de matarle, Doñoro y los 25 niños que viven permanentemente en el Hogar Nazaret, tuvieron que huir hasta Callao (Perú), donde ahora han comenzado a construir su nueva vida.
«Tuvimos que salir a escondidas para no dejar ninguna pista. A los niños les hicimos creer que todo lo vivido hasta ese momento era parte de una película de pistoleros», detalla este sacerdote.
Y agrega que a pesar de estos incidentes, «se debe perdonar a los que nos hicieron esta barbaridad. Si quieren acabar conmigo, es porque algo estaré haciendo bien».
Entre otras anécdotas con sabor a misericordia el padre Doñoro se hizo pasar por un traficante para salvar la vida de un niño con malformaciones. «Realmente, puedo decir que vi la mirada de Dios reflejada en la cara de ese niño tan asustado pero con tantas ganas de vivir. Fue como una segunda vocación».
Despojarse para abrigar a otros es el testimonio que, desde las Obras de Misericordia, nos empuja a no dejar de hacer el bien.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
11ª Estación: Jesús es clavado en la cruz
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
Miguel Conesa, de 36 años, párroco y 13 feligreses de la parroquia de Bullas fallecían en un accidente de autobús. Era el 10 de noviembre de 2014. Regresaban de una peregrinación organizada por la parroquia Nuestra Señora del Rosario de Bullas al Cerro de los Ángeles en Madrid. Eran las 11 de la noche cuando, uno de los autobuses, caía por terraplén de 15 metros.
Miguel, sacerdote, murió como vivió: dando la vida por los demás. En el momento del accidente, antes que buscar su propio bien, optó por colocar el cinturón de seguridad a un joven que llevaba a su lado. A él no le dio tiempo a ponerse el suyo. Al darse cuenta de que el autobús iba a sufrir un accidente, Miguel-sacerdote, se abrazó al joven para salvarle la vida. Lo abrazó con su propio cuerpo. Ejemplo de bondad y de entrega. De negación y de confianza en Dios. Para mí la vida es Cristo. Era el lema de Miguel y, en esa noche, identificándose más con Cristo quiso inmolarse para que, otro, tuviera vida y no la perdiera.
Espinardo, un pueblo en el que pasó una gran parte de su vida, le ha dedicado un busto como homenaje al amor sin límites y a su vida generosamente ofrecida.
El obispo de su diócesis, en el día del funeral, afirmó: «Miguel ha sido un joven sacerdote de 36 años, sencillo, directo, entregado, amable, atento, servicial, sacrificado… sólo Dios sabe lo que esta criatura llevaba para adelante y el bien que estaba haciendo a tantísimas personas, de una manera callada». Entre aplausos y al grito de «santo» «santo» «santo» era despedido quien se fue de este mundo buscando la vida de los demás y no reservándose la propia.
Don Dámaso, su director espiritual, le había escrito años antes: «Miguel: Antes de que tus labios entonen o recen el gloria al Padre, que tu corazón y tu vida con María, sea un himno constante de gloria a la Santísima Trinidad, que mora en ti… canta y camina…. Canta al Padre con tu vivir cristiano y camina avanzando en santidad por los caminos de tu vocación sacerdotal: canta y camina entregándote a la causa de Cristo».
Así lo entendió y así caminó hasta los últimos instantes de su ser sacerdotal. Clavado en la cruz de un autobús salvó la vida de quien vivía a su alrededor.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
12ª Estación: Jesús muere en la cruz
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
Hasta la cumbre. Es el testamento espiritual de Pablo Domínguez. Sacerdote de la diócesis de Madrid, decano de San Dámaso, que fallecía en un accidente en el Monte Moncayo el 15 de febrero de 2009 junto con una compañera y profesora.
La última cima, la de cualquiera de los cerca de 500.000 sacerdotes que existen en el mundo, se conquista desde el amor a la Iglesia, la contemplación de las maravillas de Dios (Pablo murió en la montaña), la alegría y el acompañamiento en la fe a cuantos necesitan una palabra, un silencio o simplemente un pequeño empuje.
Minutos antes de morir en el Moncayo, Pablo, llamaba por teléfono móvil a su familia y les decía: «He llegado a la cima».
La generosidad, el perdón, la sencillez o la humildad, la fortaleza interior o el trabajo constante en pro del evangelio es la antítesis de aquella otra imagen que los medios de comunicación social nos presentan del sacerdote.
Frente a los que intentan alcanzar cimas de pretendido poder, el Año de la Misericordia nos invita a ser grandes sirviendo, cobijando a los que no saben dónde ni cómo vivir.
Frente a los que intentan aislarse de los problemas de los demás, el Evangelio nos empuja para subir las cotas de los que sufren en la enfermedad, liberar a los que se encuentran presos de la depresión, la tristeza, la amargura o la falta de horizontes.
Frente a los que sólo persiguen escalar un ministerio sacerdotal como un reto o un fin, el Año de la Misericordia nos recuerda nuestra vocación basada en la justicia que más agrada a Dios: el bien del hombre.
Las obras de misericordia en sus dos vertientes, espirituales y corporales, son el termómetro que nos señala si estamos en la cima del verdadero sacerdocio o, tal vez, en un terreno cómodo y sin más obligaciones que el cumplir los mínimos.
¿Vivimos como discípulos de Cristo? Contrastemos nuestra existencia y dedicación con las 14 obras de misericordia y la respuesta saldrá por sí misma.
«Hablar de Dios carece de sentido (es la idea que se intenta trasmitir). No es verdad. Buscar a Dios es una preocupación del hombre. Los límites tienen dos partes: lo que vemos y lo que no vemos. Dejémonos conducir por lo que no vemos y, entonces, veremos que no es que nosotros somos los que buscamos a
Dios sino que es Él quien nos busca a nosotros. Es cuestión de mirar donde el mundo, tal vez, nos impide hacerlo». Fueron unas de las últimas frases de Pablo Domínguez a sus alumnos.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
13ª Estación: Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de María
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
Cesare Bisognin ha sido el sacerdote más joven del mundo, pues fue ordenado a los 19 años. Había entrado en el Seminario de Turín y, a sus 17 años, en 1974, le detectaron un cáncer a los huesos (osteosarcoma) incurable. Alguien le habló de su gran deseo de ser sacerdote al cardenal Pellegrino de Turín, y él habló al Papa Pablo VI, quien le dio permiso para ordenarlo sacerdote en su propia casa.
Cesare estaba en su cama y allí recibió el sacramento del Orden sagrado. A la ceremonia sólo asistieron algunos familiares y amigos. En una entrevista que le hicieron ese mismo día de su ordenación, dijo:
«Mi primer acto de sacerdote ha sido dar la comunión a mis padres como una señal de agradecimiento por haberme dado la vida. Yo les he dado la Eucaristía, que es el pan de vida, la presencia real de Cristo.
En estos momentos, mi esperanza está en el buen Dios. Si me ha escogido es, porque quiere que viva para los otros. Ser sacerdote es ser de Dios y Dios es de todos, luego el sacerdote es de todos».
Cesare murió a los veinticuatro días de ser sacerdote y sólo pudo celebrar una Misa. Pero ahora sigue siendo sacerdote con Jesús por toda la eternidad y sigue intercediendo por los demás y, especialmente, por tantas personas que necesitan ser descendidas de muchas cruces: depresión, angustia, pobreza, soledad, incredulidad, inseguridad o vacío existencial. Cesare, en pocos días, recorrió un gran camino: ser de Dios y ser de los demás en cuerpo y alma.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
14ª Estación: Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de María
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
El cardenal Mindszenthy de Hungría tuvo que soportar muchos sufrimientos en prisión. Lo detuvieron los comunistas el 26 de diciembre de 1948, y lo llevaron a la infamante prisión del número 60, de la calle Andrassy de Budapest, a donde llegó a las 3 a.m. Allí le hicieron lavado de cerebro para doblegarlo.
Algunas de las prácticas inhumanas del lavado de cerebro, que se probaron con el cardenal, pueden hoy conocerse por el testimonio de un agente de policía, que trabajó en la prisión de Andrassy, cuando él estaba allí. A continuación, pasó por la celda de goma. Los bolcheviques inventaron este sufrimiento, porque no deja señales, pero produce derrames sanguíneos internos y deja al preso atontado.
Otra tortura fue no dejarle dormir para producirle un agotamiento mental y físico. En un período, se le mantuvo despierto durante 82 horas. Después de días y días de tortura, los comunistas dijeron al público que había firmado una confesión, que después se demostró que era falsa.
Un funcionario que escapó relata: «Miré al cardenal y me pareció tan pequeño, que tuve la sensación de que tendría que cogerle en brazos y llevarle. Saqué unos polvos de mi bolsillo y se los ofrecí. Él me miró con ojos penetrantes y vi que creía que quería matarlo. Me quedé sin poder hacer nada; después, la mirada acusadora desapareció de sus ojos. Comprendió que quería ayudarle. Y le dije: “Tómelos, estos polvos no le matarán, le pondrán enfermo y su efecto durará sólo hasta que le lleven al hospital de la prisión; de esta forma, escapará a la cámara de tortura”. El cardenal me apartó suavemente mi mano extendida y, de pronto, aquel hombre pequeño se me apareció grande y majestuoso. Se inclinó hacia mí, apoyó su mano en mi frente y me dijo con una voz llena de un calor sobrenatural: Hijo mío, vigila y reza. Creo que me bendijo. Yo, al cabo de una hora, estaba camino de la frontera».
Sabía que era semilla de eternidad. Que Dios siempre espera con el galardón de los que saben perseverar y fructificar hasta el final. Gigante de la fe, amarrado al Señor solía rezar: «Señor, sal fiador por mí que me acosan». En 1975 murió en Roma con la bendición del Papa Pablo VI.
El cardenal Mindszenthy pudo soportar todas las torturas, porque Dios era su fortaleza. ¿Y tú?¿Soportas por lo menos las pequeñas contradicciones, zancadillas o dificultades ante el testimonio sacerdotal?
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí
Quiero en este Año de la Misericordia, con este VIA CRUCIS SACERDOTAL, hacer un acto de fe alrededor de la Cruz de un Cristo que, en diversas circunstancias y a veces en condiciones extremas, se convirtió en la fuerza, el resorte, la razón de ser, de vivir, sufrir, creer, llorar, amar y servir en 14 sacerdotes diferentes.
El Vía crucis, de una forma u otra, cada uno lo vamos viviendo en la Vía Dolorosa de nuestra vida. El testimonio de muchos hermanos nuestros, en este caso sacerdotes, nos anima a seguir en la brecha, a empujar y no decaer en nuestro deseo de hacer de este mundo un rincón donde Dios reine, bendiga y sea la cumbre de la felicidad de todo el que le busca.
Que la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo –anuncio central de todo sacerdote– nos conmueva para estar firmes en la fe de nuestra consagración sacerdotal.
Javier Leoz,
delegado episcopal del Año de la Misericordia,
Archidiócesis de Pamplona y Tudela, Navarra
Artículo originalmente publicado por Alfa y Omega