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¿Qué tiene que ver la resurrección de Cristo conmigo?

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Miguel Pastorino - publicado el 27/03/16
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La vida eterna irrumpe en la historia

La vida eterna irrumpe en la historia

La palabra “resurrección” en la Biblia se ha usado con diversos sentidos, pero la experiencia de la resurrección de Jesucristo, que no es una vuelta a la vida biológica, sino la irrupción de la vida eterna en la historia, es tan inabarcable conceptualmente, que justamente por no pertenecer a la naturaleza de este mundo, excede todo lo que podamos pensar o decir.

Y ante las confusiones reinantes en lo que concierne a la teología sobre la resurrección, digamos brevemente lo que no es.

Lo que no es resurrección

La resurrección no es una vuelta de la muerte, sino un paso, a través de la muerte, hacia una vida en la que la muerte ya no tiene poder.

Cuando Lázaro murió (Jn 11) y fue “resucitado”, volvió a morir. Pero cuando Jesús resucitó, “ya no muere más” (Rm 6,9). Aunque el evangelio use la misma palabra, se refiere a dos realidades completamente distintas. Una cosa es la vida biológica (bios) y otra es la vida divina o vida eterna (zoé).


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Resurrección tampoco es sólo decir que Cristo vive en nuestra memoria, que sus palabras viven entre nosotros como podemos decir de Platón o Cervantes.

Pensar así sería como afirmar que nosotros “lo resucitamos” a él, mediante gestos, palabras y recuerdos. Para la fe cristiana es exactamente lo contrario: nosotros vivimos gracias a él.

Obviamente la resurrección no tiene nada que ver con la reencarnación, ya que en la fe judía y cristiana no se concibe la disociación entre la identidad del cuerpo y la persona.



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La resurrección no es información acerca de otro mundo. Ser testigo de la resurrección es experimentar que su amor por mí no tiene límites, que su amor por mí es más fuerte que todo lo malo que hay en mí, que todos mis límites, mis fracasos, mis pecados, mi negatividad, que mis méritos…, es saberse amado para siempre, para la eternidad, con un amor que perfora la muerte.

Un amor más fuerte que la muerte

El amor siempre demanda inmortalidad, porque amar a alguien es querer que viva para siempre. Cuando amamos, nuestro amor quiere mantener a la persona amada viva de alguna manera, aunque sea en el recuerdo.

Pero nuestro amor no puede ir más lejos, no es más fuerte que la muerte. La vida biológica pertenece al dominio de la muerte.

La paradoja del amor es que amamos como si fuéramos inmortales y al mismo tiempo la muerte arranca de nuestro lado todo lo que amamos.

Deseamos algo que no somos capaces de crear. Todo lo que soñamos y deseamos chocará con el límite de la muerte tarde o temprano.



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Pero “si el amor a los demás fuese tan grande que no sólo pudiera revivir su recuerdo, sino a ellos mismos, entonces estaríamos ante un amor que no estaría sometido por la vida biológica, un amor que superaría el poder de la muerte”  (Ratzinger). Y nosotros no tenemos ese poder.

La Buena Noticia de la Pascua es que quien más nos ama, sí tiene ese poder. Pero si Jesús nos amó y nos ama como nadie, si entregó su vida por nosotros con un amor que nadie nos tiene ni nos tendrá, si él venció a la muerte, ¿la venció solo para sí mismo?

Obviamente que no. Sino que su victoria sobre la muerte alcanza a los que ama, a todos. Por esto san Pablo puede decir: “Si Cristo resucitó, nosotros también resucitaremos” (1 Cor 15, 12-34). Si su amor ha vencido a la muerte, entonces vencerá la nuestra también.


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Nuestro amor individual no puede vencer la muerte, pero si aceptamos su amor de dejarnos amar hasta el fin, nos hará entrar en la vida definitiva de Dios.

La vida de Cristo resucitado es una vida que deja atrás el poder de la muerte y es una vida nueva y definitiva. Por esto podemos decir: “¡Feliz Pascua!”, porque somos amados de tal manera que quien nos amó hasta el extremo, no nos dejará perecer en el olvido, sino que nos resucitará para la vida eterna.

¡Feliz pascua! porque ya no hay miedo a la muerte, porque su amor ha tenido y tendrá la última palabra.

La resurrección de Cristo: absoluta novedad

Cristo al resucitar no retornó a la vida anterior en la tierra, sino que escapa a las leyes de la naturaleza y a la posibilidad de morir. Ratzinger lo explica de la siguiente manera:

“Por eso sus mejores amigos, no lo reconocen, y sólo lo “ven” cuando él mismo hace que lo vean; sólo cuando él abre los ojos y mueve el corazón, puede contemplarse en nuestro mundo mortal el rostro del amor eterno que ha vencido a la muerte, y su mundo nuevo y definitivo, el mundo que viene.

Por eso a los evangelistas les resulta tan difícil describir los encuentros con el Resucitado. Porque es el mismo, pero también totalmente otro. Es aquel en quien se da una total identidad entre el Crucificado y el Resucitado. Es el mismo, pero transformado. Sólo se le percibe en el ámbito de la fe. Los evangelistas quieren transmitir esto, precisamente: que el encuentro con el Resucitado se realiza en un plano totalmente nuevo.

…Encontrarse con el Resucitado es una experiencia que nada tiene que ver con el encuentro con otra persona de nuestra historia. Los relatos de la resurrección muestran el acontecimiento fundamental en el que se apoya la liturgia cristiana.

Nos muestran que la fe no nació en el corazón de los discípulos, sino que les vino de fuera y los fortaleció frente a sus dudas y los convenció de que Jesús había resucitado realmente. El Resucitado ha entrado en el reino de Dios y es tan poderoso que puede hacerse visible a los hombres, puede mostrar que en él el poder del amor ha sido más fuerte que el poder de la muerte”.

Por otra parte, el que ha resucitado no es un ser humano cualquiera, sino aquel que ha inaugurado una nueva dimensión de la relación con Dios que nos afecta a todos, creando así un nuevo ámbito de vida.

¿Cómo hablar de su resurrección?

Dado que nosotros no poseemos una experiencia de este tipo, no debe sorprendernos que supere todo lo que podamos pensar o imaginar. Ratzinger afirma:

“Es un acontecimiento dentro de la historia que, sin embargo, quebranta el ámbito de la historia y va más allá de ella… Podríamos considerar la resurrección algo así como una especie de “salto cualitativo” radical en que se entreabre una nueva dimensión de la vida, del ser hombre. Más aún, la materia misma es transformada en un nuevo género de realidad. El hombre Jesús, con su mismo cuerpo, pertenece ahora totalmente a la esfera de lo divino y eterno”.

Las cartas de san Pablo a los Colosenses y a los Efesios en sus himnos cristológicos cuando hablan del cuerpo cósmico de Cristo indican que su cuerpo transformado es también el lugar en el que los hombres entran en comunión con Dios y entre ellos, participando así de una vida indestructible.

Ratzinger afirma que el hecho de la resurrección de Jesucristo es un “género nuevo de acontecimiento”, una realidad que teniendo su inicio en la historia y habiendo dejado su huella en ella, la supera y la trasciende totalmente.

“La predicación apostólica, con su entusiasmo y su audacia, es impensable sin un contacto real de los testigos con el fenómeno totalmente nuevo e inesperado que los llegaba desde fuera y que consistía en la manifestación de Cristo resucitado y en el hecho de que hablara con ellos. Sólo un acontecimiento real de una entidad radicalmente nueva era capaz de hacer posible el anuncio apostólico, que no se puede explicar por especulaciones o experiencias interiores, místicas. En su osadía y novedad, dicho anuncio adquiere vida por la fuerza impetuosa de un acontecimiento que nadie había ideado y que superaba cualquier imaginación”. (Benedicto XVI)

Bibliografía.

Benedicto XVI. (2009). Jesús de Nazareth. (Tomo II). Madrid: Planeta.

Ratzinger, Joseph (2000). Introducción al cristianismo. Salamanca: Sígueme.

Van Breemen, Piet. (1996). Como pan que se parte. Santander: Sal Terrae.

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