Ya existen estudios que evalúan su introducción en colegios del norte de Europa y Corea del SurLas tabletas, computadoras y otros elementos digitales que llegan a las aulas de nuestros colegios suponen un gran reto para los centros educativos y para los maestros.
En muchas ocasiones es preciso adecuar las instalaciones para poder ofrecer internet, o comprar equipos que no son baratos y, además, adaptar los métodos de enseñanza, los ritmos de las clases y la labor docente a esta nueva realidad.
Se trata de un esfuerzo que no debería abordarse sin reflexionar previamente sobre las ventajas, inconvenientes y consecuencias de esta novedad y sin entender cómo aprovechar estos instrumentos y qué perjuicios puede ocasionar su mal uso.
El primer dato a tener en cuenta es que toda la sociedad se digitaliza rápidamente y esto afecta ya y todavía afectará más en el futuro a quien desee ingresar en el mercado laboral con una cierta esperanza de éxito.
Casi cualquier trabajo exige el uso del ordenador y tener unas nociones al menos básicas si no de programación sí del manejo de programas informáticos o aplicaciones.
En los últimos años las tabletas se han generalizado en los colegios privados de España, Brasil, México o Chile, aunque en muchos casos su implantación no se ha producido de una manera adecuada y ha obedecido más a criterios de mercadotecnia, de imagen pública del centro y de captación de alumnos que a un verdadero proyecto educativo novedoso y eficaz.
En Colombia el gobierno ha dado un paso decidido a través de la estrategia “Computadoras para Educar”, con la que pretende dotar de tabletas y ordenadores a todos los colegios públicos del país con la colaboración de los operadores de telecomunicaciones.
Este gasto no va unido, sin embargo, a una formación previa de los docentes, al desarrollo de una metodología adecuada y al análisis de las ventajas que se desean obtener.
Sin esos parámetros previos corremos el riesgo de encontrarnos ante una medida meramente populista que no mejorará la calidad de la educación.
Las tabletas se implantaron en distintos países del norte de Europa hace más de diez años y ahora se presentan los primeros análisis sobre el rendimiento y beneficios de su uso en el aula.
Desde hace un par de años Andreas Schleicher, que es el Director de Educación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y del famoso programa PISA (Programme for International Student Assessment, en español “Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes”), afirma en todos los foros en los que participa que la experiencia del uso de las tabletas en las aulas ha sido muy negativa: los alumnos se distraen, supone pérdidas de tiempo innecesarias y no aporta motivación a largo plazo.
En algunos países, como Corea del Sur, los centros educativos han podido elegir entre introducir o no elementos digitales en su metodología docente y los resultados han resultado demoledores, demostrándose que los estudiantes que no cuentan con estos instrumentos obtienen mejores resultados que los que los utilizan habitualmente dentro del colegio.
Una vez que hemos recogido estos datos, ¿cómo deberíamos actuar?
Nos vendrá bien una comparativa histórica que, aunque provenga de una situación muy diferente de la actual, nos puede iluminar sobre aspectos muy importantes de los cambios educativos que estamos experimentando.
Sin lugar a dudas la revolución pedagógica más importante que ha vivido la humanidad, muy por encima de la invención de la imprenta, fue la aparición de la escritura y la sustitución progresiva de una educación basada exclusivamente en la oralidad.
La enseñanza meramente oral exigía dar la máxima importancia a la memoria como único sistema de retención del saber, a establecer una colaboración estrecha con el profesor como exclusiva fuente de conocimiento y a provocar que los contenidos fuesen asumidos por el alumno con rapidez.
La escritura permitió, sin embargo, demorar la adquisición de buena parte del saber a un momento posterior, enfatizar la importancia de la comprensión y elevar el nivel de exigencia de la formación de los jóvenes porque podían dedicar un tiempo fuera de las clases para estudiar.
Platón, el gran filósofo ateniense, vivió ese momento histórico en primera persona y tuvo que tomar una postura al respecto.
No rechazó terminantemente la escritura (de hecho él escribió sus diálogos mientras que Sócrates, su maestro, que todavía pertenecía a una cultura oral, no lo hizo), pero quiso advertir a sus conciudadanos de que contar con el texto escrito para su consulta en cualquier momento no era precisamente “saber”.
Para “saber”, el conocimiento tiene que penetrar en el alma del sujeto y fecundarla, produciendo un cambio interior que denominamos crecimiento y maduración.
Nuestra situación respecto a los contenidos digitales es similar. Es cierto que Internet pone a nuestro alcance todo tipo de información, pero esto no puede sustituir al desarrollo interior que produce la acumulación y comprensión de los conocimientos, que proporcionan competencias en la interpretación de la realidad que no vamos a adquirir de ninguna otra manera y que serán determinantes para el futuro.
Por este motivo hay que recalcar que los instrumentos tecnológicos no pueden ser un fin en sí mismos y que si no se utilizan en el aula con criterio y en base a objetivos claros y definidos producirán, como hemos visto, perjuicios.
Puede ser que las tabletas aligeren las mochilas de nuestros hijos pero convertirlas en meros sustitutivos del papel de los libros de texto es ignorar sus verdaderas aplicaciones, que tienen que ver, fundamentalmente, con la adquisición de nuevos conocimientos de origen propiamente digital: programación, robótica, entornos web, diseño de aplicaciones informáticas, presentaciones eficaces, hojas de cálculo, etc., y tal vez también el aprendizaje del uso de programas a nivel de usuario, aunque esas destrezas no requieren formación previa y los jóvenes las adquieren espontáneamente.
Si los profesores, los alumnos, el centro o el mismo sistema educativo no está capacitado para dar el salto hacia estos conocimientos propios del paradigma digital que nos espera tras las puertas y las tabletas sólo van a servir como una plataforma distinta para presentar los conocimientos que ya podemos aprender con los métodos tradicionales, es mejor dejarlas de lado, porque todos los estudios independientes demuestran que van a ser contraproducentes para la educación de nuestros hijos.