Un bellísimo universo casi monocromo, colmado de soledad y silencioEn forma de presentación cronológica de la carrera de Georges de La Tour (1593-1652), el Museo del Prado expone 31 obras del artista.
A menudo de carácter religioso, estas pinturas de sorprendente lirismo y monumentales formas sumergen al espectador en un universo casi monocromo, colmado de soledad y silencio.
Redescubierto en Francia en 1915 por Hermann Voss y presentado al público en 1934 con motivo de la exposición Pintores de la realidad, Georges de La Tour había sido hasta entonces un pintor olvidado, confundido a menudo con artistas españoles.
De hecho, su San Jerónimo leyendo una carta fue considerado durante mucho tiempo una obra de Zurbarán.
Durante el siglo XX, recuperó completamente su posición entre los grandes maestros franceses del siglo XVII, con dos exposiciones monográficas en París, en 1972 y 1997.
Este año y en su honor, el Museo del Prado invita al público a (re)descubrir las fascinantes obras de pintor de Lorena.
Georges de La Tour, pintor loreno
Originario de Vic-sur-Seille, en Lorena, Georges de La Tour vive en un período crucial para la historia de Lorena, que perdía la independencia política de su ducado y se encontraba en mitad de la Guerra de los Treinta Años.
La juventud de La Tour está marcada por el profundo realismo de sus obras religiosas, de lo que da fe la serie del Apostolado de Albi. Esta es también la época de su primera escena nocturna conocida, Pago del dinero, que ahora se conserva en Ucrania.
A continuación su técnica evoluciona hacia una pintura más luminosa y el artista se esmera en repetir ciertos temas en múltiples variantes, entre los que destacan San Jerónimo penitente y María Magdalena.
El fin de su carrera está marcado por una atención particular hacia las escenas religiosas nocturnas.
El silencio se adueña de todo, la paleta se vuelve más monocroma y las formas más geométricas, como en La Adoración de los pastores del Louvre o El recién nacido del museo de Rennes.
La proliferación de escenas religiosas puede tener explicación en la renovación de la vida religiosa de mano de los franciscanos en Lorena, después de la Guerra de los Treinta Años.
Los aficionados a estas obras fueron numerosos, para empezar el rey Luis XIII, que le nombró pintor ordinario del rey, seguido por el gobernador de Lorena, el mariscal de La Ferté, además de Richelieu, Claude de Bullion o el arquitecto Le Nôtre.
Hacia lo esencial y la introspección
El enfoque de La Tour es diferente en las escenas y en las escenas nocturnas. Las primeras están marcadas por una luz clara y un trazo limpio y preciso en la representación de las figuras.
En cambio, las segundas, casi siempre iluminadas por una vela, ofrecen una gama de colores más limitada, los volúmenes están como simplificados.
La pintura de Georges de La Tour está depurada de elementos anecdóticos, arquitectónicos y paisajes. Está centrada en lo esencial.
Así, sus santos están a menudo representados sin halo luminoso y sus ángeles sin alas.
Al final de su carrera, tiende cada vez más a esta economía, dirigiéndose hacia una creación más meditativa, con luces casi sobrenaturales que sacan a las figuras de la realidad. Ningún gesto, ningún movimiento viene a perturbar la introspección de las figuras.
Georges de La Tour 1593-1652, Hasta el 12 de junio de 2016 en el Museo nacional del Prado, Madrid (España)