Vuelve el director manchego, Almodóvar, al único terreno en el que habitualmente da lo mejor de sí, el melodramaEnvuelta en la polémica de los papeles de Panamá, se estrena sin promoción la última cinta de Pedro Almodovar, tras la desastrosa Los amantes pasajeros. Con Julieta, vuelve el director manchego al único terreno en el que habitualmente da lo mejor de sí, el melodrama. Y lo hace sin abandonar la que es su especialidad, la cirugía del alma femenina.
El argumento se centra en el personaje de Julieta (Emma Suarez/Adriana Ugarte), una mujer viuda que desde hace más de diez años no sabe nada de su hija Antía (Priscilla Delgado/Blanca Parés), por voluntad de esta última. Ha aprendido a vivir sin ella hasta que un encuentro fortuito con Beatriz (Michelle Jenner/Sara Jiménez), la amiga de la infancia de Antía, abre de nuevo la herida de la ausencia en el castigado corazón de Julieta.
Pedro Almodóvar no abandona sus obsesiones: Julieta es una película sobre los vínculos y su otra cara, las pérdidas. Para el cineasta español siempre hay un vínculo telúrico y estructural que aparece en sus películas como el centro de gravedad de la mujer: la relación materno-filial. Baste recordar, como botón de muestra, cintas como Volver, Todo sobre mi madre e incluso Hable con ella, en la que la maternidad “resucita” al personaje de Alicia.
Y ese vínculo a menudo aparece en sus largometrajes declinado desde la ausencia o la pérdida. En Julieta tenemos dos mujeres que, frente a su dolor y sentimiento de culpa, optan por huir. Julieta huye tratando de empezar su vida de cero: nueva vida, nuevo país, nuevo hombre… Antía se refugia en la vida espiritual para romper radical e injustamente con todo su pasado. Pero tarde o temprano emerge la fuerza imbatible, casi salvaje, de la maternidad, como algo de lo que es imposible escapar, una maternidad entendida también en sentido posesivo.
En esta película, los varones -Lorenzo (Darío Grandinetti) y Xoan (Daniel Grao)-, casi siempre en segundo término en el cine almodovariano, son menos planos que en otras de sus películas. Pero son hombres, que a pesar de su fuerza dramática, siempre están supeditados a los personajes femeninos.
Julieta no es, desde luego, la película más redonda del director manchego desde el punto de vista de su guión, que en ciertos momentos sabe a poco y se diluye. También la puesta en escena es más fría que en otras ocasiones, menos emocional y “melodramática”. Pero las señas de identidad de Almodóvar son inconfundibles. Su estética, su fascinante paleta de colores, el uso -siempre al límite del exceso- de la banda sonora de Alberto Iglesias, y sobre todo, su prodigiosa habilidad para dirigir mujeres, para sacar de ellas todos los registros posibles.
Habría que preguntarse si Almodóvar ha dado algún paso en los últimos años en la visión del ser humano que plasma en sus películas. Es como si estuviera encallado en un punto definido por un dolor y una soledad que buscan a la desesperada un remedio eficaz. De hecho, el final de Julieta, aunque alberga sin duda una esperanza, no parece colmar del todo esa necesidad herida e insatisfecha de sus personajes. Al salir del cine, el espectador tiene el agridulce sabor de haber visto una gran película sobre las mujeres, pero de mujeres siempre rotas y destinadas a sufrir.