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El Juez: cuando el amor hace tambalear todo

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José Luis Panero - publicado el 11/04/16
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Una radiografía de unos días en la vida del Presidente del Tribunal Penal de una remota región de Francia.El pasado 8 de abril los cines españoles acogían, de mano de Surtsey Films, la comedia francesa El juez, escrita y dirigida por el veterano cineasta parisino de 60 años Christian Vincent (La cocinera del presidente, 2012) a ratos drama judicial, a ratos irónica.

Y es que El juez es, en esencia, la radiografía de unos días en la vida del Presidente del Tribunal Penal de una remota región de Francia. En concreto, la radiografía de un hombre un tanto excéntrico y gris, Michel Racine -que se ha caracterizado por ser duro en sus condenas, pues siempre son de más de 10 años-, durante el juicio por el caso del homicidio de un bebé. En el jurado popular aparece un antiguo amor que apenas confesó en su día los sentimientos, Ditte Lorensen-Coloret, y vuelve ahora de la forma más inesperada y azarosa a su rutina que podría hacerle tambalear todos sus cimientos.

Vaya por delante que este relato francés no tiene nada en común, más allá de lo que expresan en sí mismos los juicios con sus rigideces y formalismos al uso, con otras grandes películas sobre el género, si podemos llamarlo así, como Vencedores o vencidos (Stanley Kramer, 1961), 12 hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957) o la más reciente B, la película  (David Ilundain, 2015). Tal vez sea, exclusivamente con el formato que desarrolla esta última con quien se encuentran más semejanzas. Del mismo modo que también es bueno recordar que, aunque se trata de una comedia francesa, no comete excesos ni frivoliza con el asunto que da fuste al filme.

Desde ese punto de vista, El juez es sincera y resulta ponderada, y, entre otros hallazgos, evita los arquetipos propios del cine judicial. No en vano, Vincent es realizador, diríamos que casi especialista en ese tipo de cine que afronta con madurez las familias rotas o los casos de divorcio. Eso sí, la aventura facilita que se pueda mantener una sonrisa de cara a la pantalla durante un buen rato.

Por otro lado, El juez, ahora en la línea de 12 hombres sin piedad, naturaliza y humaniza el ambiente de los altos cargos de la judicatura, que a menudo el cine los exhibe con demasiado hermetismo. Así las cosas, Vincent sabe colocarse de tal modo que la trama amorosa no resulte impostada. El director relata una historia romántica de fondo, aséptica en la superficie, con diálogos y situaciones del todo verosímiles a fin de que el espectador crezca con ella de modo fluido. Baste recordar que en el pasado festival de Venecia se alzó con el premio al mejor guión.

Pero lo que sin duda hace de este filme algo brillante es la interpretación del también actor parisino Fabrice Luchini, que da la medida perfecta de este juez hosco, ceremonioso y desencantado con su vida personal. Por este trabajo, el festival de Venecia lo reconoció como mejor actor y se hizo acreedor de la muy deseada Copa Volpi.

Y si el trabajo de Luchini es brillante no lo es menos el de la actriz danesa Sidse Babett Knudsen, galardonada con el premio a la mejor actriz secundaria por su trabajo en esta película en los Premios César. Huelga decir el buen hacer del realizador en la dirección de actores por la química lograda entre ambos, pues son quienes consiguen hacer de El juez una película a la que le han conferido credibilidad absoluta, sobre todo por el peso de la premisa con la que arranca el filme.

El juez, pues, se convierte en una historia atractiva e inteligente, sencilla, equilibrada en su trama y subtrama, sin ñoñerías ni risas fáciles, y reforzada en su personalidad y carácter por el dúo protagonista. Podría ser incluso la columna vertebral o el modelo a seguir para las generaciones venideras. Deliciosa.

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