La contaminación sonora puede tener efectos más graves de los que suponemos
A algunos más que a otros, pero a todos nos molesta el ruido. No es una cuestión de gusto, sino, sepámoslo o no, de salud.
El ruido es, por su propia naturaleza, perjudicial: es el causante de la liberación de cortisol, la llamada “hormona del estrés”.
Quienes viven en ambientes ruidosos (las cercanías de aeropuertos o autopistas, por ejemplo) experimentan niveles elevados –y crónicos- de cortisol en la sangre.
De acuerdo a un informe de la Organización Mundial de la Salud, publicado en 2011, 3000 muertes por enfermedades cardíacas en ese año estaban relacionadas con excesiva exposición al ruido ¿Cuál es la cura? Silencio.
Ya sabemos qué hace el ruido. ¿Qué hace, entonces, el silencio?
Para empezar, como señalaba la propia Florence Nightingale, el silencio es parte de la propia cura del paciente, incluso más que la llamada música “de relajación”, precisamente porque el escuchar música requiere de cierto estado de alerta y de ciertos niveles de atención.
Un experimento, llevado a cabo en 2006, a propósito de los efectos de la música en el cerebro, arrojó un resultado inesperado, como lo reseña Nautilus: los momentos de silencio, entre canción y canción, revelaron ser más interesantes que aquellos en los que se estaba expuesto al sonido.
Más aún –como demuestra el experimento de la doctora Imke Kiste, de la Universidad de Duke-, dos horas de silencio diarias impulsan el desarrollo de células en el hipocampo, la región del cerebro relacionada con la memoria y la formación de recuerdos.
Y si bien la formación de células nuevas no siempre implica beneficios directos sobre la salud, en este caso las células parecían convertirse en neuronas perfectamente funcionales.
Considerando que, por ejemplo, la depresión y ciertas formas de demencia están asociadas con bajas tasas de neurogénesis, precisamente, en el hipocampo, este tipo de descubrimientos podrían tener aplicaciones insospechadas.