Dicen que es una película sobre el fundamentalismo religioso, pero, afortunadamente, es mucho más que esoEl profesor de la Universidad de Londres Guy Westwell nos recuerda en su artículo Hollywood tras el 11-S y el sueño del terror incluido en el libro Los mensajeros del miedo. Las imágenes como testigos y agentes del terrorismo (Rialp, Madrid, 2010) una controvertida tesis de otro profesor, Peter N. Stearnes quien enseña historia en la Universidad George Mason de Virginia. Stearnes sostiene que hay dos factores decisivos para comprender lo que él llama el “miedo americano”. Uno, la “otredad racial”, es decir el miedo sintomático al extranjero que nació con el nativo americano y que posteriormente pasó al afroamericano.
Y un segundo factor, que según Stearnes fue decisivo para el llamado miedo americano, como es el compromiso cristiano evangélico caracterizado por un rebaño temeroso de la ira de un Dios vengativo propio de tiempos más oscuros de la civilización.
El miedo americano nació en la costa Este del país, donde se asentaron las primeras colonias de británicos allá por los siglos XVI y XVII. En una tierra inhóspita preñada de amenazas, los nuevos habitantes de lo que terminaría siendo Estados Unidos venían de una Europa cada vez más secularizada y encerrada en sí misma. Tal vez por esto cuando los recién llegados colonos pusieron el pie en el nuevo continente todo les dio miedo. Y puede que todo esto explique acontecimientos tan poco célebres como el de los juicios de Salem, en el que diecinueve personas fueron ahorcadas acusadas por un juez de brujería.
En este truculento contexto se desarrolla La bruja, la ópera prima del director norteamericano Robert Eggers. En el film, una familia vive aislada muy cerca de un bosque frondoso aunque no pasa mucho tiempo para que el citado bosque, de frondoso, pase súbitamente a siniestro. El juego que plantea Eggers es astuto, porque radica en poner a una familia temerosa del demonio muy cerca de una bruja real. Sus miedos están justificados, aunque nosotros sabemos que en circunstancias normales no sería así, pero puede que dadas las circunstancias en la película estén haciendo bien. O tal vez no.
Se ha dicho que La bruja es un alegato contra el fundamentalismo religioso tal vez porque al final unos cartelitos aseguran que algunos diálogos de la película han sido sacados de sentencias judiciales reales de la época. Es una forma de verla aunque yo creo que la película, afortunadamente, es mucho más que eso. El miedo del que habla La bruja está bastante más arraigado al americano medio. De hecho, creo que el miedo del que habla el film de Eggers es precisamente ese “miedo americano” del que hablábamos al principio. Un miedo a Dios, sí, pero también a sus semejantes, a la familia, a la naturaleza y claro, también a las brujas.
Cocinada a fuego lento y con un cuidado detalle por la puesta en escena La bruja es una excelente película de terror en la que casi no hay sangre pero sí momentos turbadores. Eggers sabe cómo combinar lo qué dice con cómo lo dice y lo hace sin prisas, pero tampoco sin pausa, hundiendo unos cimientos que como el mejor de los miedos, llega muy hondo.