Siete grados de amor hacia Dios. Siete estados diversos, que manifiestan un vínculo indisoluble con el Señor. Santa Beatriz de Nazaret (1200, Tienen – 1268, Nazaret) los atravesó todos hasta alcanzar la felicidad eterna.
La priora cisterciense siguió este recorrido de ascesis mística que se cuenta en un tratado, recogido en el volumen Los siete modos de amor (Editorial José J. De Olañeta).
A través del recorrido místico de santa Beatriz podemos comprender también nosotros en qué estado de amor nos encontramos.
"Esta santa mujer llegó a la estado de la perfección lo más brevemente posible. A través de siete grados o estados de amor ella logró llegar a su amado", escribe el autor del libro.
11º grado: Aspirar a la pureza
El primer grado consiste en un gran y ferviente deseo de alcanzar esa libertad, pureza y nobleza del espíritu.
Por eso santa Beatriz deseaba sobretodo pasar sus días en esa pureza de ánimo, para llegar más rápidamente al estado de una vida perfecta.
En este estado ella estaba preocupada sobre todo de la reflexión sobre el conocimiento de sí, necesaria para observarse con lucidez y comprenderse profundamente a sí misma.
22º grado: Amar sin recompensa
El segundo modo del amor hacia Dios era un estado en que –no por recompensa o una gracia presente o gloria futura, sino simplemente por sí mismos– santa Beatriz servía al Señor con el afecto del corazón y una humilde devoción, sin pensar en lo que había podido recibir a cambio.
33º grado: Caridad y sufrimiento
La venerable mujer deseaba corresponder al obsequio de la caridad con un afecto incondicional. Y para hacer esto dedicó no sólo los afectos interiores sino todas sus fuerzas corporales.
Cuando el cuerpo no daba más de sí por problemas de salud, lo compensaba con un ferviente deseo del corazón.
En este estado, por lo tanto, era atormentada por graves dolores y oprimida por angustias, que no lograban, sin embargo, frenar de ninguna forma el ejercicio de la caridad.
44º estado: Quietud y deseo de amor
El cuarto modo del amor era un estado divertido y quieto en el que el Señor vertía en el corazón de santa Beatriz, "como en un vaso purísimo", la miel de su amor, sin ninguna añadidura corporal ni espiritual.
En este estado, un fuerte afecto de amor se manifestó con tal vigor que la venerable mujer fue restituida de "naturaleza celestial", como si el encuentro con Dios estuviera a la puerta.
55º grado: Fuerte agitación
El quinto modo era como una locura de santo deseo y de amor, que reconoció dentro de sí con tanta fuerza que, como una fiera rugiente y salvaje –cuenta el autor– sacudía, injuriosa, toda la morada de su cuerpo.
Y así santa Beatriz enloquecía dentro de la habitación de su corazón, como si quisiera alcanzar con la violencia lo que había estado buscando. En este estado, nada interior ni exterior podía permanecer quieto ni en reposo.
66º grado: Amor sereno
El sexto grado del amor era el estado de vida sublime en el que recibió en la habitación de su corazón el amor de Dios, como uno que reina con tranquilidad y gobierna con seguridad; y así, sin obstáculos, lo conservó en el centro de su corazón.
En este estado de serenidad santa Beatriz se volvió un punto de referencia para la comunidad de hermanas y su ministerio pastoral alcanzó el nivel más elevado.
77º estado: Hacia la felicidad eterna
Sigue el séptimo grado del amor, es decir, ese inefable deseo de gozar de la felicidad eterna, que ningún idioma puede expresar, y así quien no lo ha sentido no puede aprehenderlo con ningún sentido ni comprenderlo con la inteligencia.
En este estado santa Beatriz saludaba a los ángeles, veneraba a los arcángeles, y sobre todo a los espíritus dignos de honor de los santos serafines, a los que una vez fue asociada en un éxtasis del espíritu y por eso los amaba con especial amor y veneración.
La venerable mujer recorría las moradas santas de los patriarcas y profetas, las filas gloriosas de los apóstoles, de los mártires, cantaba el cántico de amor por Cristo junto a santas vírgenes y glorificaba al Señor omnipotente con cada santa acción de alabanza y gracia.