Un homenaje a este español pionero desconocido del cine
Los hay con nombre propio corto y que suena bien en cualquier idioma (Oscar, César, David), con inspiración animal (Oso, Concha) o vegetal (Palma, Biznaga). En España se optó por bautizar al más importante premio cinematográfico con un apellido.
Pero curiosamente se trata del apellido de un pintor, que sin discutirle los méritos y su lugar de privilegio en la Historia del Arte española y universal realmente tiene poca relación con el cine dado que cuando don Francisco de Goya y Lucientes falleció en 1828 aún faltaban 67 años para que los hermanos Lumière sumieran en el pavor a los asistentes a la proyección de la entrada de un tren en una estación.
Quizá hubiera sido más apropiado que la célebre efigie, el “cabezón” que cada año entrega la española Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, en lugar de recrear al famoso sordo mostrase el aspecto de Segundo de Chomón, auténtico pionero en España del cinematográfo y protagonista de esta película que probablemente llega demasiado tarde puesto que la figura de este turolense que rivalizó en talento y maestría con el propio George Meliès ha sido ignorada por el gran público, quedando apenas como el apunte cultureta del entendido no ya en cine ni en historia del séptimo arte sino del que acumula datos casi marginales sobre los nombres menos conocidos por la generalidad del aficionado medio a meterse en una sala oscura a ver la luz danzando en un muro gigantesco llenándolo de colores y rostros.
Además de la parte de justicia histórica y reconocimiento a su labor como pionero, “El hombre que quiso ser Segundo” supone una declaración de amor a los inicios de un por entonces incipiente Arte que pugnaba por surgir del encasillamiento como entretenimiento ajeno a la narrativa, era difícil desembarazarse del abrazo de la identificación con la atracción de feria, la maravilla de barraca que permitía asomarse a una primitiva recreación de la figura en movimiento a base de ese engaño de las 24 mentiras por segundo (de hecho incluso menos puesto que en los comienzos del cine las películas se proyectaban con un menor número de fotogramas por segundo).
Pero por si este reconocimiento, casi homenaje, fuera poco lo que sin duda llama la atención y es remarcable y gratificante de contemplar esta cinta es que consigue ser un documental, un largometraje y un juego mágico, todo al mismo tiempo, y sin fracasar en ninguno de esos empeños. Un juego que comienza con la búsqueda (digamos, en nuestro mundo real) del rastro de un mellizo de Segundo de Chomón, que por haber nacido justo antes en el mismo parto recibió el nombre de Primo y que, presuntamente, habría ayudado a este en sus labores cinematográficas-
Mientras descubrimos cómo Segundo de Chomón experimenta con trucajes y maquetas que asombrarían a los propios Meliés y Lumière, inventa travellings y coquetea con el cine en color y hasta con lo que décadas más tarde llegaría con la animación por ordenador y el stop motion, el espectador se ve arrastrado a una combinación perfecta de ficción y reconstrucción, a una (re)creación que no puede por más que apasionar al amante del cine y fascinar al espectador “normal”.
Justo lo que, precisamente, siempre pretendió Segundo de Chomón.