… y qué alegría cuando lo vuelves a ver¿Cuáles son los mayores sufrimientos y alegrías de la vida humana? Entre los sufrimientos más intensos seguramente deberíamos contar el añorar a un ser querido. Y entre las mayores alegrías, la reunión con ese ser amado al que tan dolorosamente echamos en falta. Agustín de Hipona lo explica así:
“Había un montón de detalles por parte de mis amigos que me hacía más cautivadora su compañía: charlar y reír juntos, prestarnos atenciones unos a otros, leer en común libros de estilo ameno, bromear unos con otros dentro de los márgenes de la estima y respeto mutuos, discutir a veces, pero sin acritud, como cuando uno discute consigo mismo. Incluso esta misma diferencia de pareceres, que, por lo demás, era un fenómeno muy aislado, era la salsa con que aderezábamos muchos acuerdos. Instruirnos mutuamente en algún tema, sentir nostalgia de los ausentes, acogerlos con alegría a su vuelta: estos gestos y otras actitudes por el estilo, que proceden del corazón de los que se aman y se ven correspondidos, y que hallan su expresión en la boca, lengua, ojos y otros mil ademanes de extrema simpatía, eran a modo de incentivos que iban fundiendo nuestras almas y de muchas se hacía una sola”.
¿Quién no querría formar parte de una hermandad como esta? (¿Sabemos los cristianos que así es como deberíamos ser?).
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A veces, cuando llevamos mucho tiempo separados de un ser querido, no nos damos cuenta de cuánto le hemos añorado hasta que nos reunimos de nuevo con él. Y entonces la alegría del encuentro tiene un tinte de tristeza.
¿Por qué? Porque el dolor de la separación ha terminado por fin. Experimentamos una especie de conmoción al final de ese dolor, al igual que cuando nos quitan un diente en mal estado y, con él, también se llevan el dolor que causaba.
No éramos conscientes de cuánto dolía hasta que por fin cesó el dolor. Y entonces surge una tristeza, una especie de lástima hacia nosotros mismos, cuando podemos ver, con el fin de ese sufrir, con cuánto dolor habíamos estado conviviendo durante tanto tiempo.
Nos impacta la tolerancia que tenemos para nuestro propio dolor, que no notamos por completo hasta que el malestar llega a su fin, como en la reunión con un ser querido.
Todo el dolor de la añoranza del ser amado parece surgir a flote, todo a la vez, cuando nos reencontramos con él o ella.
Y, al igual que con el fin del dolor de muelas con el que habíamos aprendido a vivir, también termina el dolor de la separación cuando nos reunimos con los seres queridos, un dolor del que no somos plenamente conscientes hasta que la dicha de la reunión lo hace manifiesto, al tiempo que lo termina.
Por tanto, una reunión tras un largo periodo de distancia puede resultar agridulce, pues abrazamos por fin a esa persona tan amada como añorada y notamos, con piedad y compasión, nuestro propio dolor por echar de menos a aquellos que queremos.
¿Qué quiere decir añorar a alguien? ¿Es el mero reconocimiento de una ausencia? No. Yo mismo podría decir que la mayoría de las personas que he conocido están ausentes hoy, pero no puedo decir que las eche de menos, al menos no a la gran mayoría.
Los franceses tienen una maravillosa forma de expresar esta pena activa de añorar a alguien, una forma más explícita que nuestro acostumbrado “te echo de menos”. Los franceses dicen “tu me manques”, que es, literalmente, algo parecido a “me faltas”. Mucho mejor, ¿verdad?
Es una forma más directa de manifestar que alguien está presente en su ausencia. Señala a ese pedazo que está ausente de uno y que es, justamente, ese otro al que se añora.
De alguna forma, aprendemos a vivir día a día con el presente dolor de aquellos que están ausentes, mientras anhelamos su compañía y nos esforzamos por una feliz reunión con los amigos lejanos.
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Los cristianos tenemos una esperanza de feliz reencuentro incluso con los que están separados de nosotros a través de la muerte. Esperamos una reunión feliz y eterna con ellos en el paraíso.
Es bien posible que haya lágrimas de lamento ahora que, como cristianos, nos dolemos por los nuestros y sufrimos por los que nos faltan. Prometamos consolarnos mutuamente y prometámonos ayuda mutua para llegar al hogar de nuestro Padre Celestial, nuestro único hogar verdadero.
En este consuelo mutuo, para mantener la fe en nuestros amados fallecidos rezando diariamente por su descanso eterno, quizás estas palabras de san Ignacio de Loyola nos sean de ayuda. Poco antes de su muerte, san Ignacio escribió:
Si en este mundo habitaran
nuestra patria y verdadera paz interior,
qué gran pérdida sería para nosotros
cuando se nos arrebatan
cosas o personas que
nos aportan tanta felicidad.
Pero como peregrinos que somos en esta tierra,
con nuestra eterna ciudad
en el Reino de los Cielos,
no debiéramos tener por
gran pérdida el que
aquellos que amamos
partan algo antes que nosotros,
puesto que pronto habremos de seguirles
al lugar donde Cristo, Señor y Redentor nuestro,
nos tiene preparada en su dicha
la más feliz de las moradas.
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