La cosmología hebrea está llena de sutilezas que a veces nos pasan inadvertidas
En líneas generales, para la cosmología hebrea veterotestamentaria, el mundo en el que habitamos es un disco relativamente plano cubierto por una cúpula. Algo así como los platos con tapa que utilizamos para guardar una tarta, con perdón.
Debajo de este disco se encuentra el Seol (esto es, el lugar de los muertos, que no necesariamente el infierno, más cercano a como los griegos entendían el Hades, en todo caso) y las llamadas “aguas profundas”.
Por fuera de la cúpula, había aún más agua (las llamadas “aguas superiores”) y, por encima de ésta, los llamados “altos cielos”, el “cielo de cielos”, donde mora Dios.
Ahora bien, la idea de que el cielo es una enorme cúpula sólida no es exclusiva de la cosmogonía hebrea. De hecho, no es erróneo decir que es, hasta cierto punto, patrimonio común de los pueblos antiguos.
Por ejemplo, la noción más común a propósito del asunto, lo mismo entre griegos que entre romanos, era suponer que el cielo es una gran bóveda de cristal a la que las llamadas “estrellas fijas” están adosadas, aunque algunas variables decían que la cúpula no era de cristal, sino de hierro o de bronce.
Que los hebreos mantenían ideas similares a las de sus otros pares mediterráneos se puede ver claramente en varios pasajes bíblicos.
Por ejemplo, en el libro de Job (37:18) se lee: “¿Y con ayuda de quién formó Dios los cielos, firmes como bronce fundido?”.
El “firmamento” era considerado como el espacio de separación entre las “aguas superiores”, más arriba de los cielos, y las “aguas inferiores”, de las profundidades, incluidos los océanos.
La cúpula de la tierra se consideraba como asentada sobre pilares, llamados “fundaciones” o “cimientos de la tierra”.
Ahora bien: en la cúpula hay una serie de ventanas, escotillas o puertas desde las que cae la lluvia (esto es, las aguas superiores). El ejemplo más famoso de la apertura de estas puertas es, desde luego, el diluvio de Noé, en el libro del Génesis.
Por último, en lo profundo de la tierra estaba el Seol. En general, se supone que la palabra “Seol” procede de una raíz hebrea que significa, “hundido”, o “hueco”. En consecuencia, se asume que el Seol es una cueva, o un lugar bajo de la tierra.
En la Septuaginta (la versión griega del Antiguo Testamento) se le tradujo como Hades, mientras que en la Vulgata, como Infernus.
Sin embargo, la palabra “Seol” se utiliza, en un sentido muy general, para referirse, en la escatología veterotestamentaria, al reino de los muertos, tanto de los buenos (Génesis 37:35) como de los malos (Números 16:30).
En cierto sentido, se puede entender al Seol como “infierno” tanto como “limbo” en el que reposaban los justos antes de la muerte y resurrección de Cristo.
Pero como este limbo de los justos desaparece después del descenso de Cristo a los Infiernos, en el Nuevo Testamento el Seol siempre está referido al infierno de los condenados.
Sin embargo, al igual que con la mayoría de los conceptos y nociones bíblicas vinculadas a la escatología y la cosmogonía, hay debates a propósito de la interpretación de estos pasajes.