William Wey, un escritor inglés del siglo XV, da detalles y consejos para quienes viajan a Tierra Santa
Durante la Edad Media, los peregrinos cristianos cruzaban Europa y Oriente Medio visitando iglesias, santuarios y demás lugares considerados sagrados.
Llegar a Jerusalén podía tomar meses, y una empresa de este tipo requería una amplia, cuidados y detallada planificación.
A Dios gracias, a partir de la segunda mitad del siglo XV, estos peregrinos podían hacer uso de los consejos de viaje ofrecidos por el escritor William Wey, nacido en 1407, como se lee en este artículo publicado por Medievalists.net.
Wey fue un erudito inglés, conocido por ser uno de los primeros becarios de la universidad de Eton y por escribir relatos detallados de sus peregrinaciones, incluyendo dos viajes a la Tierra Santa: el primero en 1458, y otro cuatro años más tarde.
Wey comienza su sección de consejos de viaje, explicando cómo se debe organizar el peregrino para cruzar el Mediterráneo, desde Venecia hasta el puerto de Haifa, en Tierra Santa, en las laderas del Monte Carmelo.
Esto implicaba, entonces, firmar un contrato con el capitán de algún barco lo suficientemente grande y seguro como para aguantar la travesía.
Wey añade que este contrato debe hacerse por escrito, e incluso en presencia de funcionarios del gobierno veneciano, con datos específicos que incluyen el número de días que el buque puede tardar haciendo escala en los puertos a lo largo del camino. El escritor también aconseja:
“Escoja usted mismo un lugar en la cubierta más alta del barco, ya que debajo, en los puestos más bajos, el calor es ardiente y el sitio apesta. Si quiere un buen lugar y estar cómodo en el barco, recibiendo buenos cuidados, tendrá que pagar cuarenta ducados por su pasaje, incluyendo carne y bebida hasta el puerto de Haifa, y el pasaje de vuelta a Venecia”.
Una vez hechos los arreglos de transporte, Wey da consejos sobre lo que debe comprar en Venecia antes de emprender el viaje.
Su primera sugerencia es conseguir tres barriles, cada uno de diez galones de capacidad, dos para el vino y uno para el agua.
“Guarde uno de los barriles de vino”, escribe, “y presérvelo hasta que regrese de Tierra Santa, porque le hará bien durante la travesía. Una vez haya dejado de Venecia, incluso si está usted dispuesto a pagar veinte ducados por barril, no lo va a conseguir. Beba vino del otro barril, e intente llenarlo de nuevo en algún puerto en el camino”.
El siguiente paso es comprar un baúl: “de esta manera podrá proteger sus pertenencias, como el pan, queso, especias, frutas y otros productos esenciales”.
A pesar de que el capitán del buque proporcionará dos comidas al día, según estipulado en el contrato, Wey dice que se necesita mucho más alimento del que se le proveerá en el barco, incluyendo carne de cerdo, queso, huevos, fruta y un suministro de, por lo menos, seis meses de galletas; de lo contrario, explica el cronista, “a menudo estará usted muy hambriento”.
De hecho, Wey incluye en sus listados otra buena cantidad de artículos necesarios para el viaje, incluyendo laxantes, una sartén, cuencos para mezclar alimentos y bebidas, platos, y velas, entre otros.
“También debe comprar en Venecia una pequeña bacinilla”, añade, “porque si se enferma y no puede subir a la parte superior del barco, va a tener que usarla para hacer lo que tiene que hacer”. A buen entendedor…
El autor, además, aconseja cambiar el dinero que se lleve encima en moneda veneciana, más aceptada internacionalmente, pudiendo así comprar más artículos a lo largo de la travesía.
También, a medida que el barco se detiene en varios puertos en camino a Tierra Santa, Wey sugiere desembarcar rápidamente para poder estar entre los primeros que compren alimentos, antes de que lleguen los otros viajeros y los vendedores aumenten sus precios al ver mayor demanda de productos y servicios.
Sin embargo, advierte que se debe ser “muy cuidadoso con los frutos, ya que a menudo aflojan los intestinos y, en aquellas partes, estos males conducen a la muerte a los ingleses”.
Una vez que el buque llegue a su destino, el puerto de Haifa, Wey explica que tendrá que cargar su comida durante todo el vieja por tierra a Jerusalén, ya que Haifa no tiene mucho que vender. Escribe el autor:
“Mantenga la vista en sus cuchillos y las cosas que cuelgan de su cinturón, porque los sarracenos le querrán robar lo que lleve colgando en cualquier descuido, si es que pueden. Cuando vaya a comprar un burro en Haifa llegue allí a buena hora para poder seleccionar un mejor burro: no tendrá que pagar más por un mejor burro que por uno no tan bueno”.
Wey termina sus sugerencias de viajes para el peregrino medieval con estas palabras:
“Recuerde todo lo que he escrito y, con la Gracia de Dios, tanto en la ida como en la venida, irá con bien en su viaje para complacer a Dios y aumentar sus bendiciones, que Jesús le concede”.