¿En qué lugar nos sitúa como seres humanos, servir pasivamente como público deglutidor de algunos contenidos que aparecen en los medios?“El espejo negro (traducción del título de la serie, “Black Mirror”) puedes encontrarlo hoy en cada pared, en cada escritorio, en la palma de cada mano. La fría y resplandeciente pantalla de un televisor, un monitor de ordenador, un tablet, un smartphone…”
(Charlie Brooker, creador y guionista de “Black Mirror”)
El primer episodio de la primera temporada de la serie “Black Mirror” puede tener estos días (entre elecciones generales en España y Brexit) una vigencia comparable tan solo al último de la segunda temporada, “El momento Waldo”, que también hundía las raíces de su trama en los entresijos de la política y la percepción por parte de la opinión pública de la realidad que transmiten los medios de comunicación.
La premisa de esta primera entrega del “Espejo Negro” era sobradamente impactante pero su ejecución y resolución no lo fue menos: un joven miembro de la familia real (la princesa Susana, duquesa de Beumont) es secuestrada y a cambio de su liberación los raptores piden que el Primer Ministro mantenga relaciones sexuales completas con un cerdo (sus scrofa domesticus, por su denominación taxonómica) en directo ante la televisión. Y establecen una serie de condiciones que impiden poder “trucar” la realización de dicho acto.
Inicialmente la respuesta gubernamental pasa por mantener la discreción y por la inflexibilidad ante tan disparatado chantaje pero conforme avanza el plazo otorgado y dado que no hay la menor pista para encontrar a la secuestrada comienza a plantearse el cumplimiento de la petición de los secuestradores. Un dedo cortado que aparece cuando todo está a punto para escenificar (con trampa) la petición lleva al convencimiento de que no hay más remedio que acatar los requisitos.
Mientras el público, a través de los medios de comunicación, ya conoce todos lo detalles y no tarda en aparecer el dilema moral… los dilemas morales, en realidad: ¿debe ceder el Primer Ministro al chantaje? Y si finalmente lo hace ¿deben los ciudadanos contemplar la transmisión en directo del Primer Ministro manteniendo relaciones sexuales completas con un cerdo (sus scrofa domesticas)?.
Y he ahí la andanada que lanza Charlie Brooker sobre el espectador de la serie, tanto como sobre los ciudadanos que aparecen en el episodio: ¿permaneceríamos atentos frente al televisor encendido que emitiese tal contenido? Porque el secuestrador obliga a la comisión del acto y su emisión, pero somos nosotros quienes disponemos del libre albedrío de ser espectadores de tan deleznable contenido… o de apagar el televisor y permanecer ajenos.
No avanzaremos (¡¡¡nada de spoilers!!!) la resolución del conflicto planteado en el primer episodio de esta polémica serie, pero la reflexión no debemos llevarla a un caso tan extremo como el de la ficción televisiva sino a la cotidianeidad de nuestro comportamiento como espectadores: ¿en qué lugar nos sitúa como individuos, como seres humanos, servir pasivamente como público deglutidor de algunos contenidos que aparecen en los medios?
Como el árbol que cae en un bosque desierto donde nadie hay para escuchar el ruido que hace al caer, un acto monstruoso difundido en directo ante las cámaras pasaría completamente inadvertido aunque todas las cadenas lo emitieran si nadie lo contemplase. Pero esa es la cuestión ¿seguimos siendo dueños de la libertad para apagar el espejo negro, el que ocupa la pared principal de nuestro hogar o el que ocupa un lugar de privilegio en nuestro bolsillo y nuestra mano?
“Si la tecnología es una droga, ¿cuáles serían sus efectos secundarios?”
(Charlie Brooker, creador y guionista de “Black Mirror”)