El pasado fin de semana, aproximadamente 150.000 venezolanos cruzaron la frontera colombiana en busca de medicamentos y productos de primera necesidad
No se trata solamente de una guerra semántica, aunque a ratos tiene visos de ello. “A Venezuela no le ha gustado que Colombia defina el cruce temporal (esto es, la apertura momentánea y controlada de la frontera colombo-venezolana, cerrada por decisión del presidente venezolano Nicolás Maduro hace unos meses atrás, so pretexto de combatir el llamado contrabando de extracción) como la apertura de un corredor humanitario”, se lee en la nota escrita por Alfredo Meza y Ana Marcos para El País, de España.
No gusta, precisamente, porque definir el cruce como “corredor humanitario” es asumir frontalmente que Venezuela atraviesa por algo que es mucho peor que una crisis de abastecimiento.
El presidente venezolano tomó la decisión de abrir las fronteras el pasado fin de semana, quizá forzado por el estrepitoso fracaso de la medida que procuraba, según el mandatario, aliviar la crisis: según datos recogidos por el mismo artículo de El País, en el pasado primer semestre del año la ONG Observatorio Venezolano de Conflictividad Social registró que, de las 3.507 protestas producidas en Venezuela en ese período, 954 (esto es, el 27%), tienen que ver con el rechazo a la escasez y el desabastecimiento de alimentos y medicinas.
Así, el gobierno venezolano no ha tenido otra opción salvo relajar, así fuese momentáneamente, el bloqueo fronterizo levantado desde el pasado mes de agosto no sólo para apaciguar los focos de protesta, sino también para paliar, así fuese temporalmente, una escasez que sólo se ha agravado con el tiempo.
La tesis de Maduro suponía que, de cerrar los pasos oficiales en la frontera colombo-venezolana, mermaría el contrabando de alimentos básicos subsidiados en Venezuela (una medida que el Gobierno adoptó después de las expropiaciones de fábricas productoras de alimentos básicos durante el mandato de Chávez, para también procurar paliar las distorsiones económicas introducidas por un control de cambio que ya tiene más de una década) hacia Colombia.
Pero ni el contrabando disminuyó ni la escasez mermó: sólo en Caracas, la capital venezolana y, por ende, la ciudad más abastecida, la escasez es de 60.7% en insumos de la dieta básica. En las ciudades de la provincia, el número es mucho más alarmante.
A pesar de las evidencias, el gobierno de Maduro “se niega a reconocer que el problema está la falta de producción de bienes básicos y no en su distribución, pero la apuesta sigue”, reza el artículo de Meza y Marcos.
Y mientras se negocia con Colombia cuál podría ser la manera idónea de normalizar el tránsito fronterizo entre ambas naciones, los militares venezolanos adquieren más poder en el gobierno civil: a Vladimir Padrino, ministro de la Defensa, le ha sido otorgado, por orden presidencial, el control ya no sólo sobre puertos y aeropuertos (que ya estaban bajo control militar) sino además el control sobre la distribución de la totalidad de esas importaciones.
Vistos los resultados de los experimentos previos de control (incluido el de cambio), es difícil suponer que tenga éxito.