Cuando nos preguntamos “¿Cómo ha podido Dios permitir esto?, no basta la simple buena disposiciónLa vida humana siempre ha sido algo incierto y arriesgado.
Quizá estamos más seguros de nuestra incertidumbre porque ahora somos informados instantáneamente de las tragedias que suceden en todo el mundo y estamos sujetos a problemas que antes eran impensables – reactores nucleares que se descomponen o aviones comerciales que se estrellan en los rascacielos.
Todos estamos sujetos a pérdidas, violencia y muerte nunca antes vistas.
Nuestra vida puede cambiar en un instante: cuando nuestro médico dice “cáncer”, o cuando nuestro cónyuge dice “divorcio”, cuando nuestro jefe dice “despedido”, cuando nuestra hija adolescente dice “embarazada”.
En esos momentos parece que el piso se nos desmorone, y parece inevitable gritar “¿Dónde está Dios?”. En esos apuros no deberíamos sorprendernos si susurramos “¿Cómo ha podido Dios permitir esto?”.
Frente a estas preguntas angustiosas, no basta la mera buena disposición. No es suficiente decir “no te preocupes, sé que todo irá bien”.
En esos momentos, las banalidades vacías de los deseos vanos harán más mal que bien. Lo que se necesita es la esperanza sobrenatural.
Josef Pieper nos guía al respecto: “… no hay otras palabras en la Sagrada Escritura o en los discursos humanos en general en que podamos evocar de manera tan triunfal la actitud de una persona que permanece firme en la esperanza contra toda la destrucción y a través de un velo de lágrimas como las del paciente Job: ‘Aunque tenga que matarme, yo confiaré en él’”.
No es difícil imaginar que Jesús en la cruz, al sentir que su Padre lo había abandonado, haya evocado las palabras de Job (Mt 27, 46).
En “Cartas del diablo a su sobrino”, C.S. Lewis describe la actitud de un tentador “mayor” a un joven tentador: “Nuestra causa nunca está tan en peligro como cuando un humano, que ya no desea pero todavía se propone hacer la voluntad de nuestro Enemigo, contempla un universo del que toda traza de Él parece haber desaparecido, y se pregunta por qué ha sido abandonado, y todavía obedece”.
Hace unos años se hizo pública parte de la correspondencia privada de santa Teresa de Calcuta. Algunas cartas indicaban que su camino de fe fue a menudo un largo camino en la oscuridad, con pocas o ninguna consolación.
Y, sin embargo, siguió caminando – siguió amando, sirviendo, dando testimonio y orando. Sus luchas recodaban silenciosamente la angustia y la fidelidad de Job y Jesús.
Te puede interesar:
La “noche oscura” de los santos
Al definir la desesperación como lo opuesto a la esperanza y “el pecado más peligroso”, santo Tomás de Aquino advierte que “nada es más odioso como la desesperación, porque el hombre que está afligido pierde su constancia en el cansancio cotidiano de su vida, y peor aún, en la batalla de la fe”.
En nuestra época caótica, en nuestras experiencias privadas de pérdida y dislocación, ¿cómo evitar la desesperación y cómo lograr asirnos a la esperanza?
De las Escrituras y de los santos podemos aprender tres cosas: recordar, resistir y estar dispuesto.
Recordar la fidelidad de Dios – como se ve en la revelación y en la historia de la Iglesia.
Resistir a las ilusiones – sobre todo a aquellas que presentan el dolor actual como permanente y según las cuales este mundo es nuestra verdadera y única morada.
Estar dispuesto a actuar basándose en la verdad más que en los sentimientos – la verdad es que Cristo ha vencido al pecado y a la muerte y compartirá su victoria con su pueblo fiel.
Robert Mc Teigue, S.J., es miembro de la provincia de Maryland de la Compañía de Jesús. Profesor de Filosofía y Teología, enseñó en América Septentrional y Central, en Europa y Asia, y es conocido por sus lecciones de Retórica y Ética Médica. Tiene una larga experiencia de dirección espiritual, ministerio de retiros y formación religiosa, y actualmente está comprometido en el ministerio pastoral en las parroquias.