Una joya católica oculta: Como Dorothy Day, una obediente hija de la Iglesia llamada al trabajo socialIncrustadas entre las miles de brillantes estrellas elevadas al rango de santo canonizado de la Iglesia católica, se encuentran las que yo llamo “joyas ocultas”. Buscarlas es como detenerse en un mercadillo: nunca sabes lo que puedes encontrar.
Hace poco hice un gran descubrimiento: Beata Sára Salkaházi.
Sára nació en Hungría en 1899 y, ya desde muy joven, demostró tener una personalidad independiente y una voluntad muy fuerte. Su hermano la describía como una “marimacho” que lo quería hacer todo a su manera. Lo primero que hizo como mujer joven fue hacerse maestra. También empezó a escribir artículos sobre los pobres.
También le indignaba la forma en que eran tratadas las mujeres en la sociedad y quería entender mejor cómo oponerse a esta discriminación. Así pues, abandonó la enseñanza y se empleó como aprendiz de encuadernador, donde quedó relegada a las labores más duras e ingratas. Pensó que, si hacía “un trabajo de hombres”, tal vez podría entenderlos mejor (no tengo conocimiento sobre lo que pudo haber descubierto). Mientras tanto, continúa escribiendo sobre los marginados de la sociedad.
Más tarde, Sára empezó a trabajar en una sombrerería, vendiendo y fabricando sombreros de mujer. Desde este punto, su vida empezó a transformarse lentamente en la vida de una periodista y, pronto, se convirtió en editora del periódico que sacaba el Partido Socialista Cristiano, que se centraba sobre todo en asuntos de mujeres. En este momento de su vida, Sára no era religiosa en absoluto. De hecho, era más bien agnóstica, con tendencias hacia el ateísmo.
Pero entonces entró en contacto con la Sociedad de Hermanas Sociales. Sintió una firme vocación a formar parte de su grupo y preguntó si podría unirse a ellas. Las Hermanas Sociales eran una orden relativamente nueva dedicada a la caridad y a asuntos sociales y relacionados con la mujer. Sára, habladora vivaz, fumadora empedernida y fuente incontrolable de energía, fue rechazada como posible candidata. Pero esto no la desalentaría.
Sára continuó intentando unirse a las Hermanas. Incluso abandonó su hábito de fumar, que resultó ser un reto mayor del que jamás imaginó. Su perseverancia por fin tuvo frutos en 1929 cuando, con 30 años, Sára fue admitida en la Sociedad de Hermanas Sociales. Su lema era del profeta Isaías: “Heme aquí: envíame” (Is 6:8). El agnosticismo de Sára Salkaházi había desaparecido por completo.
La hermana Sára, un manojo de nervios, empezó a organizar trabajo con organizaciones benéficas católicas, a editar y publicar un periódico femenino, a gestionar una librería religiosa, a dar clases y a supervisar un refugio para pobres. Entonces, Sára recibió la petición de los obispos de Eslovaquia de organizar el Movimiento Nacional de Jóvenes mujeres. Su vida era de una actividad que nunca había previsto y había más responsabilidades en camino. Algunas de las hermanas de la orden pensaban que estaba “presumiendo”.
En un año, Sára recibió 15 encargos diferentes, desde dar clases en el Centro de Formación Social a cocinar para los necesitados. Quedó exhausta, no sólo física, sino también espiritualmente. El mayor desafío de Sára fue lidiar con el hecho de que la orden no la consideraba “digna” de renovar sus votos temporales. A Sára se le rompió el corazón. Rezó y rezó y decidió “continuar el camino” de Quien la había llamado. Un año más tarde, sus oraciones encontraron respuesta y renovó sus votos.
Por entonces, la ideología nacionalsocialista se estaba propagando por Hungría y el partido nazi húngaro estaba ganando fuerza. Comenzó la persecución de los judíos. La Sociedad de Hermanas Sociales empezó a ofrecer refugios seguros para el pueblo judío. La hermana Sára abrió el Hogar para las Trabajadoras, que ayudaba a las mujeres que habían quedado desplazadas. En marzo de 1944, las tropas alemanas dieron comienzo a la ocupación de Hungría.
La hermana Sára se percató del extremo peligro al que se enfrentaban todos los húngaros y se ofreció como alma víctima para sus compañeras Hermanas Sociales. Era necesaria una autorización para ello, así que pidió permiso a sus superioras. El permiso le fue garantizado y, por entonces, sólo ellas sabrían de su autosacrificio.
En 1943, la hermana Sára empezó a sacar clandestinamente refugiados judíos de Eslovaquia. Durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, ayudó a cientos de judíos en edificios propiedades de la Sociedad de las Hermanas Sociales. Como directora del Movimiento de Trabajadoras católicas, hizo pasar de forma clandestina a más de cien personas, por sí misma, hasta un lugar seguro. Por desgracia, el tiempo no jugaba en su favor.
En la mañana del 27 de diciembre de 1944, la hermana Sára y otra hermana regresaban de una visita a otro hogar de jóvenes. Poco sabían de la traición de una de las mujeres que trabajaba en el refugio. Pudieron ver a los nazis reunidos delante de su casa. Podrían haber escapado, pero Sára, como directora, no estaba dispuesta a huir. Entraron en la casa y fueron arrestadas al instante.
Aquella noche, la hermana Sára, su amiga catequista, cuatro mujeres judías y una trabajadora cristiana fueron subidas a un vehículo y conducidas hasta orillas del Danubio. Allí las desnudaron, las fusilaron y arrojaron sus cuerpos desnudos a las heladas aguas del río. Milagrosamente, el sacrificio de la hermana Sára debió haber sido aceptado por el Señor, porque ninguna de las demás hermanas de su comunidad sufrieron daño alguno.
La hermana Sára Salkaházi fue declarada “Justa entre las Naciones” por Yad Vashem en 1969. El 17 de septiembre de 2006, el cardenal Peter Erdö, arzobispo de Budapest, leyó una proclamación del papa Benedicto XVI en la que beatificaba a la hermana Sára.
La proclamación decía: “Asumió el riesgo de proteger a los perseguidos [durante] días de miedo. […] El testimonio y martirio de Sára Salkaházi contiene un mensaje actual, (…) revela las raíces de nuestra humanidad”.
Beata Sára Salkaházi, te lo rogamos, reza por nosotros.