Una mirada a los días en los que los libros se hacían a mano que podría ayudarnos a recordar que cada libro es un tesoro
Hace no demasiado tiempo, los libros se imprimían uno a uno. A mano. El proceso exigía dedicación, minuciosidad y una atención al detalle excepcional, desde el momento en el que se armaban las cajas de tipos para luego entintarlas y pasar el papel por la prensa, hasta el proceso de doblar, alisar y cortar los pliegos para coserlos, encolarlos y encuadernarlos debidamente. Y si bien hoy día contamos con medios más rápidos para el mismo proceso, ello no implica que el trabajo editorial no siga siendo un arte.