Una figura que para muchos es una muy conveniente excusa para ocultar la propia negligencia
La demonología medieval (como posteriormente también la del Renacimiento) es minuciosa, ordenada, específica, aunque a veces parezca confundirse –según algunos medievalistas- con historias del folklore local de la región que corresponda.
Quizá haya sido este último el caso de Titivillus, un demonio al que se le atribuía, cuando no la autoría, al menos la labor de recopilar los errores en los trabajos de los copistas y escribas medievales para luego usarlos en su contra, acusándolos de negligencia en su trabajo.
La primera mención que se conoce de Titivillus está en el trabajo de Juan de Gales (John Galensis), en su Tractatus de Penitentia de 1285. Posteriormente, también se describió a Titivillus como el demonio encargado de provocar la charla ociosa, la mala pronunciación y la murmuración y omisión de palabras durante la oración o cualquier oficio religioso.
En algunas representaciones, se le ve cargando un fajo de libros (o un saco) donde llevaría estas palabras, que se le imputarían luego a las almas en el juicio individual, para halarlas al infierno. En algunas obras literarias, especialmente inglesas, en las que Titivillus aparece, el propio demonio omite palabras, sílabas e incluso frases enteras.
En el monasterio de las Huelgas, en Burgos, la imagen de la Virgen de la Misericordia protege bajo su manto a un grupo de monjas cistercienses (y a sus benefactores). Fuera del manto se ve, al lado derecho, a Titivillus cargando, precisamente, un fajo de libros.