Tras los pasos que trazó el cura gaucho hace poco más de un siglo Llegar a Villa Cura Brochero es más fácil hoy que cuando el cura gaucho tenía encomendado el curato en la localidad entonces conocida como Villa del Tránsito. De hecho, José Gabriel Brochero abrió 500 kilómetros para vincular los parajes de su extenso curato, conectar escuelas, templos, amén de haberlos construido.
Sus inicios fueron a lomo de mula atravesando la sierra, y aunque hoy desde Córdoba capital se llega en poco más de dos horas en un camino todo asfaltado, con Aleteia y nuestro fotógrafo Marko Vombergar nos animamos a seguir trazos de ese camino y perdernos en los bellos paisajes pastoreados por Brochero hace poco más de un siglo.
Se trata del Camino de Brochero, conocido también como el Camino del Peregrino. Une Giulio Cesare, junto al camino de las altas cumbres, con la parroquia que guarda las reliquias del santo.
La sinuosa traza por la sierra nos presenta, providencialmente, ovejas y corderos que parecen salidos de la parábola relatada por Jesús de Nazaret. Providencialmente porque el Cura Brochero era un cura con “olor a oveja”, como le gusta decir al papa Francisco.
Son animales que parecen perdidos a la vera del camino, pero atentos y poco miedosos para quienes se acercan, como hacía el cura gaucho, que tomaba mate con cualquiera, incluso con la última de las ovejas.
Colores de un eterno otoño en los que se funden tierra y cielo para arropar arroyos acompañan un recorrido que nos devela la preocupación de Brochero por llevar el progreso a su curato.
El acueducto Los Chiflones, restaurado para la beatificación del hoy santo en 2013, fue planificado y ejecutado por el mismo Brochero en 1882 para llevar agua del Río Panaholma hasta el colegio de niñas y la fuente de la plaza central de Villa del Tránsito.
Entre ladrillo y roca se respira humedad y sacrificio de un pueblo acompañando las ideas de su párroco.
El camino del peregrino nos lleva también por Villa Benegas, donde entre oveja y oveja asoman las cruces de las capillas testimonio de un camino que a pie o caballo recorrían los pobladores de la sierra hasta llegar a las casas de ejercicios donde el cura se dedicaba a la salvación de las almas.
Testimonio también de un cura que acercaba la fe a las periferias, porque como decía Francisco en su carta con motivo de la beatificación de Brochero en 2013, el Cura “no se quedó en la sacristía a peinar ovejas”.
Pastos cortos tras el duro invierno de nieve, respetan el camino de ripio y tierra, como añorando aquella caravana de fieles que siguiendo al cura cabalgaban primero a la capital cordobesa, y luego hacia la casa de ejercicios espirituales que el cura construyó en su pueblo.
Hay en el camino de Brochero, recorrido tanto por turistas como por devotos del santo, una añoranza nostálgica, como si la sierra se hubiese quedado quieta, pura, para que la retratemos eternamente y recordemos cómo su insigne pastor la tiñó de santidad.