En su debut en el largometraje cinematográfico, Joel Surnow utiliza un estilo reminicente de su experiencia previa en la pequeña pantallaUna de las principales razones por las que se habla insistentemente de que estamos viviendo una época dorada de la televisión –más allá de que esté de moda afirmarlo con rotundidad– es porque una gran parte de los que lo afirman le dan, en realidad, más importancia a qué les cuentan que a cómo lo hacen… O lo que es lo mismo, se fijan mucho más en los arcos argumentales y en el desarrollo de personajes que a cómo se refleja todo ello, y en algunos casos, cómo crece, a través de la puesta en escena.
No es casual, en ese sentido, que la acogida de una serie tan rabiosamente visual como Hannibal haya sido minoritaria, mientras otra mucho más narrativa, y –que me perdonen sus fans más recalcitrantes– también más plana desde el punto de vista expresivo, Juego de tronos, resulte ser uno de los mayores éxitos de los últimos años.
Ahí radica el principal defecto que arrastra, ya desde sus primeros compases, el debut de Joel Surnow –uno de los showrunners de la serie 24– en la ficción cinematográfica, Small Time: que su máximo responsable está demasiado pendiente de trazar un desarrollo argumental determinado, y arrastrar a su personaje principal, Al Klein (Christopher Meloni), hacia cierto dilema existencial respecto a su papel como padre, como para expresarlo a través de algo más que unos encuadres funcionales, puramente utilitarios.
Y es que no hay ideas visuales especialmente interesantes planteadas durante el metraje, pero sí un buen puñado de soluciones de carácter televisivo, como esos montajes musicales para introducir escenas y/o resumir largos periodos de tiempo, o su insistencia en definir y resolver conflictos a través de los diálogos.
No es Small Time, desde luego, un largometraje precisamente sutil. Más bien al contrario. Surnow deja muy claro, incluso en sus primeras secuencias, hacia quién deben orientarse las simpatías del público: básicamente hacia Klein, su socio Ash Martini (Dean Norris) –definidos a través del prototípico perfil de los caraduras encantadores, como buenos vendedores de coches usados– y todos los que le rodean. Y aunque intenta matizar, dotar de una mínima complejidad a los personajes de carácter negativo, la desmaña de sus esfuerzos no consigue más que restarle eficacia a un conjunto que, igualmente, sufre de un notable maniqueísmo.
Claro que Surnow tiene muy claro que, pese a las limitaciones de sus planteamientos dramáticos, puede apoyarse en unos intérpretes, en general, de origen televisivo –de hecho, el director utiliza a unos cuantos procedentes de 24, como Dean Norris, Xander Berkeley, Gregory Itzin o, en lo que apenas es un cameo, Carlo Rota–, pero con suficiente solidez como para levantar a un puñado de personajes esquemáticos.
Aun así, quien realmente se echa el proyecto a sus espaldas es Meloni, un intérprete que, tras apartarse de la serie que le dio el éxito, Ley y orden: Unidad de víctimas especiales, se ha labrado una interesante carrera como secundario de lujo, si bien aquí reafirma su presencia física, su particular carisma y, sobre todo, su versatilidad como actor dramático.