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¿Fue la Edad Media una época oscura para el conocimiento?

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Centro de Estudios Católicos - publicado el 20/10/16
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Fe y Ciencia: Desmontando falsos mitos: La “luminosa” Edad OscuraHoy en nuestra sección Fe y Ciencia, abordamos un tema complejo: ¿es verdad que la llamada Edad Media fue una época de oscurantismo y estancamiento del conocimiento humano? Te invitamos a ver y compartir el video:

La “luminosa” Edad Oscura

La trayectoria de numerosos científicos y eruditos medievales parece situarse en las antípodas del oscurantismo que una historia repetitiva y escasamente crítica ha impuesto en nuestra cultura.

En este espíritu San Beda el Venerable (672-735), monje benedictino británico, y una de las personas de mayor erudición en su siglo, fue autor de una trascendental “Historia Eclesiástica del Pueblo Inglés”. También fue un científico notable. En su obra “De temporum ratione” (El cálculo del tiempo), estudió el movimiento del Sol y de la Luna, concluyendo que ambos astros influenciaban el flujo de las mareas.

La vida de San Beda inició cronológicamente aquella época que se ha venido a denominar imperfectamente la “Edad Media”. Un análisis objetivo de este momento histórico, que alcanza hasta el siglo XV, muestra un período particularmente provechoso y creativo para la cultura y las ciencias.

La mal reputada “Edad Media” atestiguó la fundación de las universidades y de notables avances tecnológicos, particularmente en áreas como la agricultura, la arquitectura y la hidráulica. La estructuración del comercio y las finanzas aportaron los medios para costear e impulsar investigaciones científicas y sorprendentes proyectos tecnológicos.

Según el historiador Rodney Stark la ciencia logró dar un paso gigantesco gracias a los siglos de progreso sistemático, liderado por los escolásticos medievales. «Estos actuaron en las universidades, una creación puramente cristiana. La ciencia y la religión –añade Stark– no son solamente compatibles. Son inseparables. El impulso científico fue el fruto de la labor de estudiosos cristianos y devotos».

Uno de los mayores esplendores del Occidente cristiano fue el vasto movimiento monacal, fundado por San Benito de Nursia (480-547), al que perteneció San Beda.

El Cardenal inglés John Henry Newman describió el impacto de los monjes benedictinos para la civilización: «El mundo fue engrandecido por personajes silenciosos, que habitaban los campos y las profundidades de los bosques, que iban despejando y construyendo. Otros hombres silenciosos se sentaban en los fríos claustros, cansando sus ojos, descifrando y copiando y re-copiando manuscritos antiguos, llenos de sabiduría, que habían salvado del olvido. Las marismas y los bosques dieron paso a las ermitas, a los monasterios, a las granjas, a los pueblos, a las escuelas, a las universidades y a las ciudades».

Los monjes lideraron un fenómeno particular en la cultura, el nacimiento del monasterio como centro de innovación tecnológica. La función primordial de los monasterios era la oración contemplativa y el trabajo: “Ora et labora”. Pero a la vez los religiosos necesitaban sostenerse. Sus requerimientos cotidianos y de las poblaciones que surgieron alrededor de los claustros, ayudaron al desarrollo de una amplia gama de capacidades tecnológicas, como la agricultura, la irrigación, la arquitectura, la metalurgia y la textilería.

Los monasterios hicieron de la agricultura una ocupación esencial. Se perfeccionó el arado, se desarrolló el uso de fertilizantes naturales, y el concepto de la siembra por temporadas, con descansos y rotación para los campos.

Henry H. Goodel, un respetado historiador de la agricultura, manifestaba que el esfuerzo de estos grandes monjes del pasado «salvó el campo en un momento en que nadie podía haberlo conseguido».

Los monasterios se construían en la vecindad de los ríos para que el flujo del agua impulse la maquinaria hidráulica. Se extendió el empleo de la fuerza impulsora del agua para moler grano, tamizar la harina, elaborar telas y curtir pieles. Toda esta tecnología pasó luego al ámbito seglar, con sus consiguientes beneficios.

Esta actividad estimuló la economía y el comercio. El continente europeo fue interconectándose nuevamente por caminos recuperados del antiguo Imperio romano, como por nuevas rutas que complementaban la navegación de los ríos, canales artificiales y océanos.

El intercambio de productos exigió la implementación de normas comerciales y el nacimiento de un sistema bancario. Conjuntamente con la fragilidad de la existencia incierta de aquellas épocas, asoladas por hambrunas, plagas y guerras, gracias al esfuerzo de los monjes, el nivel de vida del pueblo fue mejorando notablemente.

 Alfredo Garland Barrón

Artículo originalmente publicado por Centro de Estudios Católicos

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