Zygmunt Bauman invita a ir más allá de las propias necesidades y deseos cuando la vida se ha reducido al consumo “La libertad es nuestro destino: una suerte que no puede ser ignorada y nunca nos abandona”, escribe Zygmunt Bauman.
El hombre siempre ha aspirado a la libertad y se ha peleado durante siglos por ella generando dinámicas y rupturas que han modificado sistemas y tradiciones: pero hoy ¿qué significa libertad? ¿Nuestra sociedad occidental es verdaderamente libre? El libro El destino de la libertad. ¿Qué sociedad después de la crisis económica? (Editorial Città Nuova) recoge las intervenciones de un congreso del mismo título llevado a cabo en Perugia en 2014 que tuvo como protagonistas al famoso intelectual Zygmunt Bauman, teórico de la sociedad líquida, y los sociólogos Mauro Magatti y Chiara Giaccardi.
Los tres estudiosos reflexionan sobre el resultado paradójico que el enorme desarrollo económico de las últimas cuatro décadas ha producido sobre la libertad, aumentando de manera exponencial por una parte las posibilidades de elección del hombre, y por otra encerrándolo en una visión completamente individualista de la existencia.
El hombre, así, se ha vuelto esclavo de sí mismo, dependiente del consumismo y los instrumentos tecno-económicos y, por lo tanto, como es de esperar, menos libre.
“Yo soy capaz de controlar mi vida, por lo tanto, soy feliz”
Bauman abre su intervención partiendo de los resultados de un importante estudio llevado a cabo por un prestigioso grupo de investigadores de muchas universidades europeas, entre ellos la socióloga Aleksandra Kania que ha realizado una investigación comparativa sobre los valores de la sociedad europea.
El estudio mostró las diferencias de las visiones de valores entre las naciones, pero también arrojó luz sobre un elemento común a todos los países. A la pregunta “¿Eres feliz?” surgió una fuerte correspondencia entre la percepción de la propia felicidad y la percepción del control sobre la propia vida. Conexión que lleva a afirmar, dice Bauman, “yo soy capaz de controlar mi vida, por lo tanto soy feliz”.
“Todo esto significa que una persona para sentirse verdaderamente libre debe tener la capacidad de autodefinición, de producir su propia identidad y evitar cualquier constricción. Según esta investigación, por lo tanto, esto sería el concepto de libertad compartido por la gran mayoría de la población europea”.
¿La libertad salvará a la sociedad o contribuirá a la degradación de la humanidad?
Bauman prosigue afirmando que la libertad tiene determinados efectos sobre la sociedad en base a cómo declina su concepto. Él identifica dos actitudes:
“El primero presenta la libertad como una relación social en que cada persona tiene la posibilidad de imponerse a sí misma. (…) Ahora, este tipo de libertad tiene la tendencia a dividir, tiende a crear una divergencia más que una convergencia. Divide a las personas en sujetos y objetos. El sujeto es aquel que proyecta y decide lo que sucederá; en definitiva, es aquel que tiene el poder de llevar adelante este proyecto y que tiene la facultad y la capacidad –cuando encuentra una resistencia por una parte de otras personas involucradas– de lograr imponerse”.
Otra visión, que Bauman considera la más correcta, útil y “genuina”, es la que “valora, principalmente, el derecho a escoger que posee cada individuo; considera, en segundo lugar, la asunción de responsabilidad de las propias elecciones y las consecuencia que éstas provocan; y comprende, finalmente, la esperanza que todo aquello que estas elecciones comportan producirá una mejora para la sociedad, (…) una concepción de la libertad que está basada en el dar más que en el tomar, en el añadir, más que en el sustraer”.
El estudioso, por lo tanto, esencialmente está de acuerdo con la visión de libertad expresada por el Papa y referida durante la misma conferencia por el cardenal Bassetti: “La libertad es esencialmente una triada: primero que nada, es la posibilidad de la verdad; en segundo lugar, significa asumir la responsabilidad; y finalmente significa tener esperanza”.
Competencia y solidaridad
“La competencia es, de hecho, una competición que impulsa a cada ser humano a llevar hacia delante la propia posición y que lleva a afirmar: “Yo quiero que las cosas sean como yo las deseo”. La solidaridad, en cambio, presupone la idea que todos los hombres y mujeres puedan vivir juntos de manera colaborativa y puedan buscar ser, todos, más felices”.
Bauman subraya que no cree en la categoría de la necesidad, y afirma cómo en la sociedad actual están fuertemente en riesgo algunos elementos de la libertad: las capacidades de elección se están restringiendo, la responsabilidad de decisión es negada a muchos, y la esperanza – para muchos jóvenes de poder realizar lo que han aprendido de sus estudios y su formación – parece estar ya casi perdida.
¿Cómo se llega a esto? Bauman afirma que un importante principio de reflexión puede ofrecerlo el economista francés Thomas Piketty, que ha estudiado tanto las dinámicas que guían la acumulación y la distribución del capital, como la evolución de las desigualdades entre los siglos XX y XXI.
Piketty ha subrayado que “el crecimiento moderno y la difusión de los conocimientos han permitido evitar el apocalipsis marxista, pero no han modificado las estructuras profundas del capital y de las desigualdades, o por lo menos no en la medida en que se había imaginado que se podría hacer en las décadas del optimismo que acompañaron la segunda post guerra”.
“No tendremos otro dios fuera de nuestros ídolos”
El hombre contemporáneo tiende a asumir cada vez con mayor frecuencia la primera actitud en relación al concepto de libertad ilustrado por Bauman, concentrándose exclusivamente en las propias necesidades y deseos. Sobre este tema se ocupan principalmente las intervenciones de Mauro Magatti y Chiara Giaccardi.
Ellos subrayan cómo “el deseo, que por definición no tiene objeto, ha sido traducido en una serie de necesidades, y su tensión irresoluble ha sido reducida a la búsqueda del gozo a través de objetos que se han vuelto ídolos (o divinidades portátiles), o personas usadas como objetos. “No tendremos otro dios fuera de nuestros ídolos”, parece ser el mandamiento del Occidente capitalista”.
Nos hemos vuelto todos bulímicos
“Antes no teníamos elección, las trayectorias estaban ya trazadas, ahora parece que podemos inventar una vida nueva cada día. Hemos pasado del menú fijo al self-service, pero la mesa de la abundancia siempre está puesta y todos los platos son equivalentes, porque en el fondo nadie vale verdaderamente. Y sobretodo ninguno se sacia; por lo tanto, nos hemos vuelto todos bulímicos (…) La vida se ha reducido al consumo: escoger qué consumir es la única libertad que se nos concede, la única presentada como deseable”.
El individuo moderno hambriento de libertad, ha conquistado una que no sacia, porque está vacía de contenido y de sentido. La búsqueda continua de una satisfacción personal, el no poner nunca un límite a los propios deseos, que desborda los límites entre los cuales moverse y orientarse respecto a sí y a los demás, ha conducido al hombre a perderse en la ilusión de un placer absoluto donde la única falsa libertad es consumir sin fin y sin gozar realmente.
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