Las heridas del corazón quedan…Expresar con palabras y gestos el amor a las personas es una de las cosas más bonitas de la vida. ¿Sabes hacerlo o tienes que volverlo a aprender? En la maduración y educación de los sentimientos, alerta ante tres errores que pueden hundirte, a ti y a los que te rodean:
1. Reprimirlos:
La alegría, el miedo, la melancolía, la ira, la impaciencia,… ¿Sabes reconocerlos? Quizás alguien te ha transmitido -o tú te has convencido a ti mismo- que es mejor no sentir, no expresar, cumplir una misión obedeciendo como un autómata.
Pero los sentimientos importan. Reconocerlos es el camino para una vida sana. Obviarlos, reprimirlos, hacer como si no existieran, la vía a la enfermedad: el desasosiego, la falta de fuerza, la depresión, la amargura,…
“Las represiones provocan estados de fuerte angustia que, a su vez, se traducen en estados de tensión o alarma permanentes. Se vive en constante conflicto… Si las represiones no son reorientadas, impiden la maduración de la personalidad”, advierte José Kentenich, citado en el libro Nuestra vida afectiva.
Las heridas del corazón quedan. Las caricias que no se hicieron, las alegrías que no se celebraron, las lágrimas que no se compartieron, no vuelven.
2. Buscar compensaciones:
Se trata de sustituir el impulso que se quiere expresar por una conducta inadecuada. Es fácil intentar combatir sentimientos no asimilados -de culpa, de soledad, miedo, escrúpulos,…- “lavándose las manos”. El miedoso puede tender a aferrarse a multitud de reglas para no arriesgar, o el que rehuye el afecto a ideologías para racionalizar los sentimientos,…
Acudir constantemente al celular o alargar la jornada laboral para evitar conversaciones profundas puede ser el inicio de un problema si se institucionaliza. Entonces aparecen castigos implícitos, como “si no me habla, yo tampoco”.
3. No reconocer las culpas y limitaciones:
Si eres humano, eres imperfecto, tienes debilidades y te equivocas. Si no percibes esto, quítate la máscara y camina hacia la humildad. Cuánto daño hace querer camuflar y justificar siempre las propias limitaciones. En cualquier relación personal, si no se acepta la propia culpa y se pide perdón, los sentimientos no maduran.
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