Aunque quieran escaparle al rótulo por entender que es su trabajo, eso es lo que son, unos auténticos héroes Parecían escenas de una película. Un bombero descendía con un arnés saltando de balcón en balcón de un alto y moderno edificio de Buenos Aires, bajando colgado y en brazos una bebé de cerca de dos años. Descendió unos cinco pisos, y luego se la pasó a otro bombero para que complete el exitoso descenso y la niña pueda abrazar a su padre que la esperaba abajo.
Pero no era una película. El edificio de 37 pisos del barrio porteño de Palermo, recientemente inaugurado, emanaba humo desde los pisos inferiores. Éste bloqueaba el camino de los habitantes hacia la escalera de emergencias, por lo que algunos estaban siendo evacuados por grúa. Pero ésta no llegaba a los pisos superiores.
Y mientras se disipaba el humo para poder llegar a la escalera, no había otra manera de descender de los pisos más altos que la arriesgada que proponían los bomberos desde los balcones.
La madre estaba con la niña, comunicándose por teléfono con el padre que estaba abajo. Juntos confiaron la vida de su hija en los bomberos que acababan de conocer. La beba lloraba y pataleaba, pero debía descender por esa vía. No podía esperar a que se disipe el humo en los pasillos y puedan llegar a la escalera de escape, como su mamá y otros habitantes del edificio.
Casi escapando a los rótulos de héroes, el bombero Martín Mattei, el primero que bajó a la niña, aclaró al noticiero de Canal 13 que lo que hicieron fue “poner en práctica lo que practicamos en las guardias”.
Sus pequeños y cuidados pasos perpendiculares a las paredes, centímetro a centímetro, abrazando con un brazo a la niña y con el otro soltando de a poco a la cuerda, fueron seguidos en vivo por las cámaras de televisión. Roberto Ferreyra tomó la posta cinco pisos más abajo, en la explanada de un edificio lindero, y tuvo la responsabilidad de entregarle la niña al papá. Éste, emocionado, los abrazó a los dos.
Contaba en la televisión el superior de los bomberos que en esos momentos los no tienen lugar para la emoción, concentrados en su labor de rescate. Y a veces, cuando regresan al cuartel, suelen darse cuenta de lo que han logrado y se emocionan.
Para los bomberos fue la oportunidad de poner en práctica aquello para lo que cotidianamente se entrenan. Y que ejecutan en muchas ocasiones en circunstancias menos espectaculares que ésta, en una torre de más de 30 pisos, a la vista de todos. Para la opinión pública fue un valiente acto propio sólo de los héroes. Con o sin las cámaras, los bomberos son justamente eso. Héroes.