Un tema escondido, pero latente y muchas veces naturalizado en países como Colombia El caso de Yuliana Samboliní, una niña colombiana de siete años violada, torturada y asesinada, conmocionó en los últimos días a la sociedad entera y la exclamación de justicia no se hizo esperar. El principal sospechoso del crimen confesó su autoría fue procesado y ahora enfrenta la instancia judicial.
Detrás de este lamentable episodio aparece un tema que suele percibirse como invisible, pero que en realidad está más latente que nunca: la explotación sexual de menores.
Pues el principal sospechoso de este crimen también fue investigado como cliente de las redes delincuenciales que operan en Bogotá (Colombia), indica El Espectador.
Según un informe reproducido por este medio que realizó la Fundación Renacer en Colombia–organización que lucha contra la explotación sexual de menores-, los niños y adolescentes terminan victimizados por proxenetas, comerciantes y hasta familiares, quienes muchas veces optan por mirar hacia un costado.
La investigación, concentrada en algunas zonas particulares de Bogotá, también saca a la luz que varios espacios destinados a actividades legales se transforman en perfectos escenarios para la proliferación de redes de explotación. Incluso, muchos de los responsables de estos lugares terminan favoreciendo la actividad por omisión solo para que sus negocios no tengan una caída.
Por ejemplo, sucede en hoteles, lugares de apuesta, pero también en supermercados y papelerías.
Y todo esto sucede a la luz de las autoridades que no actúan con firmeza para tomar las riendas sobre el asunto.
La investigación prosigue estableciendo que la explotación sexual de menores en Bogotá se ha normalizado y en muchos casos en vez de interpretarse como crimen se lo termina aceptando como un trabajo.
“El hecho de que una madre sea trabajadora sexual, no necesariamente puede ser considerada como explotadora. Al contrario, en el contexto de la calle, los proxenetas pueden tener acceso muy fácil a los niños de nuestra localidad. Pues si viene a buscar una trabajadora sexual adulta, ahí se pueden camuflar más fácil a las niñas e incluso a los niños”, expresa a El Espectador una comisaria de una de las localidades colombianas más afectadas por el tema.
El rol de los familiares en la complicidad de esta explotación forma parte de uno de los capítulos más tristes del tema. Pues en muchos casos estas personas cercanas terminan sacando réditos económicos debido a que los niños y adolescentes de esta forma también colaboran para pagar los gastos hogareños.
A raíz de esta situación generalizada Bogotá se ha transformado en un lugar elegido por parte de turistas que buscan a este tipo de pequeños, ocasión que también termina promoviendo la trata de personas.
Para la Fundación Renacer, los teléfonos móviles y las redes sociales se han transformado en excelentes canales para seguir haciendo invisible el delito debido a la capacidad de ostentar con el anonimato.
“Los teléfonos móviles y las redes sociales ofrecen una cierta invisibilidad corporal -ya no es necesario exhibir el cuerpo en calles y parques- y al mismo tiempo un manto de protección a los explotadores”, especifica el estudio.
Por último, aparece el tema de las secuelas en los menores. Del testimonio de quienes participaron del estudio de desprenden problemas de baja autoestima, depresión, adicciones, embarazo precoz, abortos y enfermedades de trasmisión sexual, entre otros.
La explotación sexual de menores no es un tema exclusivo de Bogotá, ni muchos menos otros países de diversos continentes. No obstante, representa un gran llamado de atención (el gran objetivo de la Fundación Renacer tras la elaboración del informe) y al mismo tiempo de exhortación para que alguien de una vez por todas se anime a quitarle la venda a un tema que parece invisible, pero que está más latente que nunca.