Cuando das el regalo de la adopción espiritual, el que lo recibe no lo debe saber nuncaLa preparación para las Navidades de mi infancia empezaba semanas antes de Acción de Gracias. El negocio familiar era un invernadero comercial que también producía plantas de hoja perenne, con las que realizaban guirnaldas, coronas y mantos para tumbas. La llegada de la Navidad era una carrera frenética para tenerlo todo listo, sin el enfoque espiritual sobre el Adviento ni la venida del Mesías.
El día de Navidad para nosotros significaba una pila regalos envueltos espléndidamente bajo el árbol. Una vez que todos los niños teníamos los paquetitos delante, todos a la vez rompíamos las envolturas para desvelar los regalos ocultos.
A menudo mi diversión se volvía muda. No porque fuera una niña poco agradecida, todo lo contrario, quedaba abrumada por el exceso.
En ocasiones me alejaba de la pila de regalos abiertos y me quedaba al margen, junto al sofá, para observar a los demás. Me alegraba ver el disfrute de los otros y quería ver el momento en que se abrían mis regalos para ellos. El hecho de hacer un regalo me calmaba y me renovaba.
Hoy en día, el hacer regalos de forma anónima —en mi parroquia tenemos un Árbol de Regalos del que puedes escoger de forma aleatoria nombres a quienes regalar anónimamente; y luego está el Amigo Invisible que hacemos entre los amigos cercanos— conlleva una dicha especial para mí.
También le tengo cariño al anonimato como devota intercesora en mis oraciones.
Una de mis formas favoritas para rezar por otra persona es “adoptar” esa alma durante un año. Al principio empezó como una práctica mensual, para fomentar el perdón en situaciones de congoja y liberar nuestras dos almas. Era un acto de fe deliberado y una afirmación: aunque una situación difícil pueda parecer inolvidable, se puede superar.
Al poco, con esta disciplina creció en mí una profunda paz, algo que parecía más amor que un esfuerzo. La alegría de acompañar un alma, a toda la persona, en un viaje espiritual, era un regalo que podía ofrecer a Nuestro Señor. Es una forma de bendecir a Dios por bendecirme con la oportunidad de rezar por otro. Ser intercesor significa pedir por una persona, un futuro santo, en una oración intensa de fraternidad, sea cual sea la circunstancia del día a día.
La oración que combina los frutos del espíritu y de la adopción espiritual aporta semillas de fácil cultivo en el huerto del alma.
Primero, sé receptivo a las necesidades de una persona en concreto por la que orar; únicamente adoptarás una persona (viva) durante un año. Podría ser una madre en circunstancias apuradas, un amigo con una enfermedad crónica, tu mecánico que tiene dudas sobre la religión, un inmigrante reciente tratando de encontrar su sitio, o quizás un antiguo estudiante que inaugura sus estudios en un nuevo ámbito.
Una vez que el Espíritu Santo te haya ayudado a discernir esa persona, escoge un día significativo —que será el mismo día en que renueves al año siguiente— para empezar la adopción. Ese día podría ser Navidad, el año nuevo ordinario o litúrgico, el día de tu santo patrón, o mi elección, el Día de Todos los Santos.
Durante el resto del año, tu alma adoptada espiritualmente será parte de tu vida diaria, lo cual va parejo a la idea de “orar sin cesar”. Aquí tienes algunas sugerencias para practicar oraciones de adopción. Seguramente también se te ocurrirán otras opciones más:
- Incluye a tu adoptado/a en tus oraciones matinales y nocturnas.
- Ofrece diariamente una decena o un rosario completo para él/ella.
- Siempre que visites una iglesia con velas votivas, enciende una por tu alma adoptada.
- Cuando estés haciendo alguna tarea diaria, ofrece una rápida oración jaculatoria, como “Jesús bendice hoy a X con tu gracia”.
- Al azar, cuando la persona te venga a la mente, recita el Memorare incluyendo a esta persona al final: “… ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas [por _____], antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente”…
- ¿Ofrendas o sacrificios? También, ofrécelos a Nuestro Señor en nombre de tu alma adoptada.
- Imagina a esa alma acompañándote durante la Adoración.
En raras ocasiones digo a mi persona escogida que ha sido adoptada espiritualmente. En algunas situaciones he sentido que a mi adoptado le vendría bien saber que hay alguien velando por él o por ella. En estos casos, comparto con ellos mis intenciones y les pido que me mantengan al día de sus necesidades durante este periodo.
Se forja una amistad especial, una que permanece en el espacio y llega a la eternidad. Es una manera de ayudar a una persona a que incremente el deseo de buscar, recibir y cooperar con la voluntad de Dios.
Existe también una anticipación de la dicha que sentirán estas personas cuando un día entren en la eternidad y se revele el regalo oculto, y una esperanza en que mis amigos adoptados se deleiten con las oraciones secretas que los acercaron más a Dios.