Asegurar la frontera, dar la bienvenida al extranjero y servir al más vulnerable: los tres elementos de una política humanista de migraciónEsta semana se lleva a cabo –por parte de la Iglesia católica de Estados Unidos—la Semana Nacional de Migración, como ha venido sucediendo desde hace un cuarto de siglo. Nada más que esta vez bajo el signo de urgencia por las tensiones migratorias y contra refugiados de Medio Oriente, producto de la campaña del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump.
A todos los recursos ordinarios que la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB, por sus siglas en inglés) dispone para estas jornadas –subsidios de homilías, indicaciones para las celebraciones litúrgicas, peticiones de oración, etcétera—se ha unido en esta ocasión una carta del presidente y el vicepresidente de la Conferencia, el cardenal Daniel DiNardo de Galveston-Houston y el arzobispo José H. Gómez de Los Ángeles, respectivamente.
Si bien es cierto que la Semana Nacional de la Migración es la oportunidad que tiene la Iglesia estadounidense de reflexionar sobre las muchas formas en que inmigrantes y refugiados han contribuido con ella y con el país; este año los católicos, por voz de los dirigentes de la USCCB, están “invitados a crear una cultura de encuentro donde los ciudadanos viejos y nuevos, junto a los inmigrantes recientes y de hace mucho tiempo, pueden compartir uno con el otro sus esperanzas de una vida mejor”.
Un acto de grande esperanza
Contra la corriente que ve en la migración una amenaza y, al mismo tiempo, un desplazamiento de valores, tradiciones y empleos, la declaración conjunta de DiNardo y Gómez trata de establecer la premisa que “la migración es, más que nada, un acto de gran esperanza”.
¿Por qué razón? Porque los migrantes y refugiados –la mayor parte de ellos, sobre todo los refugiados– huyen de sus países debido a guerras y persecuciones que los inspiran a arriesgarlo todo por una oportunidad de vivir en paz.
“Como católicos en los Estados Unidos, la mayoría de nosotros puede encontrar historias en nuestras propias familias de padres, abuelos o bisabuelos que han dejado el viejo país por un futuro prometedor en Estados Unidos (…) Debemos recordar esos momentos cuando nuestros seres queridos se vieron obligados a buscar la misericordia de los demás en una nueva tierra”, dicen DiNardo y Gómez en su declaración conjunta.
Grande y buena tradición
Los dos prelados firmantes de la misiva, con antecedentes extranjeros, recuerdan que los estadounidenses “tienen un gran patrimonio de dar la bienvenida al recién llegado que está dispuesto a ayudar a construir una mejor sociedad para todos”.
No son ingenuos, saben muy bien que en ocasiones, el miedo y la intolerancia han puesto a prueba ese patrimonio. “Ya sea que emigraron de Irlanda, Italia o muchos otros países, las generaciones anteriores enfrentaron intolerancia. Gracias a Dios, nuestra nación creció más allá de esas divisiones para encontrar fuerza en la unidad y la inclusión”.
Al tiempo que pidieron valorar las palabras de la escritura, “no se olviden de practicar la hospitalidad, ya que gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a los ángeles.”(Heb 13:2); urgieron a todos los católicos a ver en esta Semana Nacional de Migración 2017, una oportunidad “para acoger la importante labor de seguir asegurando la frontera, de dar la bienvenida al extranjero y servir a los más vulnerables, todos los componentes de una política humana de inmigración”.