A cien años de la muerte del icono del Séptimo de Caballería, recordamos cuando, un día antes de morir, fue bautizado en la catedral de Denver.Hace cien años, el 10 de enero de 1917, William Frederick Cody, mejor conocido como Buffalo Bill, moría en Denver, Colorado. El célebre ex soldado del Séptimo de Caballería en la Guerra Civil estadounidense, quien además había servido como guía lo mismo para el ejército que para el Ferrocarril del Pacífico, el legendario cazador de búfalos que se había convertido en icono de las praderas del oeste norteamericano, ya era entonces una especie de empresario que llevaba de un lado a otro su “Buffalo Bill Wild West Show”, una especie de circo con el cual dio la vuelta al mundo, quizá caricaturizándose un poco a sí mismo.
Pero su leyenda, como bien dice el artículo publicado por Marco Roncalli en Avvenire, no desapareció con su muerte. Por el contrario, sólo comenzaría, no sólo en los alrededores de Lookout Mountain, en Colorado, donde no sólo se encuentra su tumba sino, además, un museo que lleva su nombre (uno de los más visitados de los Estados Unidos, de hecho) sino también en países como Italia, a donde Cody habría viajado cuando menos dos veces: una en 1890 y otra en 1906.
Las visitas de Buffalo Bill a Italia son dignas de recordarse por dos razones. La primera, quizá la más evidente, porque fue él quien llevó a Europa el mito del indómito Oeste, adaptando el formato del circo que recientemente Phineas Barnum habría inventado. Para no perder tiempo, Cody viajaba de una ciudad a otra en tren e instalaba, en espacios abiertos, su fantástico simulacro de la batalla de Little Big Horn, en la que los Sioux vencerían, y luego el combate cuerpo a cuerpo del propio Buffalo Bill contra el jefe Mano Amarilla. Miles de espectadores sucumbían a la publicidad que les invitaba a ver el “show”.
La segunda razón tiene que ver con el día en el que Buffalo Bill instaló su campamento en los prados romanos, un 3 de marzo de 1890, bastante cerca del propio Vaticano, después de haber descartado el Coliseo, al considerarlo no “apto para su espectáculo”. En todo caso, es sabido que Cody pidió reunirse con el Papa León XIII, pero su primera solicitud fue rechazada, porque la comitiva de la Buffalo Bill and Company era demasiado numerosa, pero luego se permitió al propio Cody y a algunos de sus acompañantes pasar para asistir al paso del Pontífice en la Sala Ducal.
Según la nota de Roncalli, al día siguiente, en la nota del New York Herald, se leía que “uno de los sucesos más extraños jamás ocurridos entre las paredes austeras del Vaticano fue la entrada sensacional hecha esta mañana por Buffalo Bill, a la cabeza de sus vaqueros y los indios (…) entre los frescos inmortales de Miguel Ángel y Rafael, y en medio de la más antigua aristocracia romana, de repente apareció una banda de salvajes con las caras pintadas, cubiertas de plumas y armas, armados con hachas y cuchillos (…) De repente, apareció una figura hermosa y caballeresca. Se trataba del Coronel William F. Cody, Buffalo Bill. Saludó al Camarlengo con un gesto y dio un paso a través de las filas de los guardias”.
La prensa también señala que uno de los indios primero saludó la llegada del Papa gritando, se arrodilló para pedir su bendición y luego, levantándose, volvió a gritar. La mayoría de los indios americanos que acompañaban a Cody eran, de hecho, católicos. Algunos cronistas señalan que León XIII esbozó una pequeña sonrisa, quizá intrigado.
El museo de Denver aún conserva los regalos que el Pontífice diera a Buffalo Bill y sus acompañantes: rosarios y medallas del pontificado, con el que correspondería a los regalos que Cody le había llevado. Después de la visita, llevaría su espectáculo a Florencia y a otras ciudades italianas, a las que volvería en 1906, antes de retornar finalmente a Denver, donde ya la famosa Madre Cabrini había fundado una serie de orfanatos.
El día antes de morir, el 9 de enero de 1917, a pesar de haber sido masón toda su vida, Buffalo Bill pidió al padre Christopher Walsh que le bautizase como católico. Como señala Roncalli, no sabremos nunca si se trata de una conversión tardía, o si la bendición de León XIII maduró con el tiempo.
Para leer el artículo completo de Roncalli, publicado en Avvenire (en italiano) puede hacer clic aquí –