Pieza de acompañamiento de Train to Busan, este largometraje de animación completa la visión del género zombi de Yeon Sang-hoFrente a sus dos primeros largometrajes, los animados The King of Pings y The Fake, agresivamente críticos y con una visión muy negativa de la sociedad surcoreana, el salto a la imagen real del director Yeong Sang-ho, Train to Busan, llama la atención por su trasfondo (ligeramente) esperanzado, y por la historia de redención y de (auto)concienciación de su protagonista, Seok-woo (Gong Yoo).
Un cambio de tono que se comprende viendo la película de animación que el coreano ha rodado de forma paralela, Seoul Station, y que representa, sin la presión económica de responder en taquilla –la empresa de Yeong, Studio Dadashow, está especializada en la producción de obras animadas de coste muy bajo–, una aproximación a la temática zombi mucho más fiel a sus ideas sobre su propio país.
Y es que, más allá de los muertos vivientes que llenan la pantalla –si bien, siendo más fieles a la mitología, tendríamos que hablar de infectados a lo 28 días después–, lo que está desplegando el director es una crítica muy amarga sobre las desigualdades y las brechas sociales que se producen en la Corea del Sur contemporánea, convertida, a partir de la presión económica de las chaebols –las grandes empresas coreanas–, en un entorno capitalista que está viéndose muy afectado por los embates de la crisis económica.
No sólo porque Yeong insinúe, sin dejárselo demasiado mascado al espectador, que la epidemia zombi está siendo provocada por el comportamiento egoísta e individualista de los habitantes de Seúl –algo que reitera la actitud de muchos de los personajes que aparecen–, sino sobre todo por cómo emplea las localizaciones en las que se mueven sus protagonistas para subrayar los mensajes consumistas y los signos de opulencia, desprovistos de significado y de utilidad en un momento de crisis como la mostrada.
Argumentalmente, el director parece querer realzar el paralelismo con Train to Busan desarrollando una relación padre/hija, en apariencia, con resonancias a la que se producía en su anterior The Fake… Si bien el inesperado giro final le da la vuelta al mensaje, y dota de unas resonancias especialmente tristes al entorno en el que se cierra la historia de amor en torno a la que gira Seoul Station, la de esa pareja disfuncional y desorientada que forman Hye-sun y Ki-woong.
Ambos pretenden representar a esa juventud coreana, asfixiada en sus sueños por la situación económica general, que sigue luchando, continúa conservando la esperanza, a pesar de los continuos obstáculos que les pone su contexto más inmediato –proyectados aquí en esa epidemia zombi que puede verse como algo con mayor contenido político… ¿o acaso es casual la actitud nerviosa de las autoridades frente a ella?–.
En todo caso, el largometraje incluye unas cuantas set pieces que, sin ser tan brillantes como las de Train to Busan, demuestran que la exhibición de músculo narrativo desplegada en ella no es casual, sino que responde al talento de Yeon para generar tensión con pocos elementos escénicos.
Si aquí falta rotundidad es, en gran parte, por la pobreza formal de la animación: las limitaciones presupuestarias redundan en cierta simplificación en el diseño de los personajes –especialmente los secundarios–, y sobre todo, en unos movimientos acartonados y artificiales, provocados por la falta de finura de la animación digital, que le resta mucho impacto a las agresiones de los muertos vivientes.