Entrevista al pianista de Yarmouk“Cuando empecé a tocar el piano en las calles de Yarmouk, entre los edificios destrozados por las bombas, lo hice porque vivíamos en una situación terrible y la gente, los niños sobre todo, necesitaban escuchar el sonido de la música y no sólo el de las explosiones. Todos necesitábamos agarrarnos a una esperanza”.
“Cierto, entonces no imaginaba que lograría escapar de esa pesadilla. En verdad, pensaba que podría tocar dos o tres días, y que después mi vida, de repente, acabaría bajo los escombros de cualquier edificio alcanzado por un cohete”.
El que habla es Aeham Ahmad, el pianista de Yarmouk: los videos de sus conciertos entre los escombros, hace dos años, se han hecho virales y han dado la vuelta al mundo.
https://www.youtube.com/watch?v=5JFCvLAJPns
Ahora es él — que desde hace más de un año vive en Wiesbaden, Alemania — el que va de conciertos a todo el mundo. También ha publicado un primer álbum con sus composiciones, titulado Music for hope y dedicado a los sirios “que quieren vivir libres pero no tienen voz”. Ha sido recibido por Angela Merkel y por el presidente alemán, Gauck, y ha ganado el premio Beethoven por su compromiso por los derechos humanos.
Pero, y esto es lo más importante para él, ha logrado traer a Wiesbaden a su mujer y sus dos hijos, a los que tuvo que dejar en la ciudad cuando escapó, en 2015, después de que los milicianos del ISIS le quemaran el piano. “Seguí lo que vosotros llamáis la ruta balcánica y lo conseguí, pero para mi mujer y mis hijos hubiera sido demasiado peligroso”.
Si en Yarmouk, donde nació hace 28 años de una familia de prófugos palestinos, su música era una forma de resistencia a la guerra, un instrumento para dar consuelo contra el tornar de los bombardeos, hoy sus conciertos son un testimonio.
“Yo toco y canto la tragedia de Siria. No sólo lo que cuentan los periódicos sobre los combates entre le ISIS, al Nusra, el ejército de Assad, los rusos: yo canto sobre todo la resistencia de la gente que quiere vivir, que quisiera salir del horror en el que ha caído ya desde hace años”.
“La mía es una música de inspiración clásica — en las calles empece tocando a Beethoven, que había estudiado en el Conservatorio de Damasco — unida a los versos y la melodía del canto árabe, pero las palabras de mis composiciones cuentan un drama moderno y terrible”.
Algo terrible, sin embargo, está sucediendo hoy fuera de Siria: el ISIS y otros grupos terroristas están exportando la violencia, hablan de venganza, han cometido atentados sanguinarios en las últimas semanas en Berlín y Estambul. Aeham Ahmad ejecutó un concierto en la iglesia del Recuerdo, situada en la plaza donde estaba el mercadillo de Navidad atacado por el camión asesino en la capital alemana.
“Estoy contra toda forma de terrorismo y de violencia. Soy musulmán pero no me reconozco en quienes usan el nombre del islam para cometer atrocidades. Mis hermanos cristianos y mis hermanos judíos son como yo y tienen los mismos derechos. Durante dos mil años en Siria hemos vivido unos al lado de otros. El problema no es religioso. No es una guerra de religión. Hay que dejar la religión fuera de esta guerra. Es más, ninguna guerra se puede hacer en nombre de la religión”.
Para Aeham Ahmad Siria es el terreno de lucha de intereses estratégicos, económicos y políticos. “Esto lo he visto con mis ojos en el infierno de Yarmouk. La guerra no es del pueblo sirio, es contra el pueblo sirio. La gente normal quiere vivir en paz. Los que combaten son grupos financiados y apoyados por potencias extranjeras, pero los que mueren son los sirios”.
“Nosotros somos las primeras víctimas del terrorismo y de la violencia. Y la trágica contabilidad del conflicto lo demuestra, aunque de los más de cuatrocientos mil muertos no se suele hablar en los periódicos. Para aislar a los terroristas hay que interrumpir el aprovisionamiento de armas, vigila los tráficos del petróleo, no minusvalorar el papel de los combatientes extranjeros que son miles. Un gran error es pensar en manipular a los grupos de milicianos: esto significará tenerlos en contra un día. De esta lógica perversa sabe mucho Turquía”.
Pero, en un drama de estas proporciones, ¿puede ayudar la música? “Quizás la música no basta. Pero la música puede servir para hacer comprender la tragedia que se está consumando. Al menos, esta es mi esperanza: la misma esperanza que me empujaba a tocar el piano montado en el carrito de mi tío bajos las bombas en las calles devastadas de Yarmouk”.