¿Qué propósito cumplen las heridas –no solo las físicas– en nuestra vida? La escritora Dawn Eden, quien sufrió abusos sexuales durante su infancia, encontró la respuesta a esta cuestión en el ejemplo de algunos santos. Ellos le ayudaron a curar las grietas de su alma.
“El perdón da testimonio de que el amor es más fuerte que el pecado”, afirma la escritora Dawn Eden, autora del libro Mi paz os doy (Diana, 2014).
Ella, en su proceso de superación personal por los abusos sexuales que sufrió durante su infancia, se dio cuenta de que tenía que pedir la gracia de perdonar a su madre, con quien tenía una relación muy difícil.
En ese camino de perdón y sanación, Eden se ha sentido siempre acompañada por los santos.
Sin embargo, asegura que, para poder aprovechar las gracias que nos llegan a través de su intercesión, es preciso que seamos capaces, primero, de “reconocer nuestras grietas”.
Sanar a través de las heridas
Los santos, a quienes imaginamos perfectos, en realidad lo son porque, “durante sus vidas, permitieron que Dios los perfeccionara y purificara”.
Y esto es lo que han enseñado a Eden santos como los que presentamos a continuación: “Que todo el sufrimiento nos permite llegar a ser como Aquel que sufrió en la cruz”.
Las vidas de estos “amigos de Dios” muestran –y así lo ha experimentado la autora– que el Señor desea curar nuestras heridas; y, lo que es más importante, sanarnos a través de ellas haciendo que todo lo que hemos padecido sirva para acercarnos más a Él”.
Estos santos no solo se unieron más a Cristo en el dolor, dando así sentido a sus heridas, sino que ejemplificaron que es posible perdonar a quien nos ha herido.
Aunque, para ello, tal como dice Benedicto XVI, “es necesaria una pizca de bien que permita comenzar a cambiar el odio por el amor y la venganza por el perdón”.
San Sebastián: Unir nuestras heridas a las de Cristo
Existe un amor que sufre, afirma Eden, que ha llevado a algunos santos a configurarse de tal modo con Cristo y con su Pasión que, hasta en su propio cuerpo padecieron heridas y estigmas.
Como las santas Catalina de Siena, Margarita de Cortona o Gema Galgani. Todas ellas experimentaron una “gran alegría por sus sufrimientos en unión con Cristo”.
¿Por qué Dios ha permitido que algunos santos participen tan estrechamente de la Pasión de Jesús?
Por un lado, todos los cristianos están llamados a “completar” con los propios sufrimientos, para la propia redención, la Pasión de Cristo. Y a exclamar, como san Pablo:
Un ejemplo de esto es san Sebastián. Representado habitualmente atravesado por flechas, lo más interesante de este santo no es que fuera terriblemente martirizado, sino que sobreviviera a ello.
Santa Irene lo recogió y curó sus heridas. “Sebastián debió de haberse dado cuenta de que Dios lo había curado para cumplir una misión”, explica Eden.
Y esta misión consistía en salir al encuentro de Diocleciano, el emperador que ordenó su martirio –y el de miles de cristianos–, para avisarlo de que su alma estaba en peligro.
Diocleciano, al verlo vivo, mandó matarlo a garrotazos. Según Eden, Sebastián representa “una alegoría de lo que le sucede a alguien que ha padecido abusos sexuales: periódicamente, revive sus sufrimientos, traumas y heridas a modo de ‘segundo martirio’, tal como le ocurrió a san Sebastián”.
Sin embargo, revivir periódicamente el dolor “permite que la persona tenga una idea mejor de quién es y de lo que le sucedió. De esta forma, el sufrimiento se acerca más a la redención y nos cura”.
Santa Josefina Bakhita: Recuperar en Dios nuestra identidad
Esta santa africana recuerda en sus escritos cómo, a punta de pistola y cuchillo, no fue capaz de gritar ni de pronunciar su propio nombre.
De hecho, cuenta Eden que santa Josefina Bakhita, como resultado del miedo y la convulsión extremos, se olvidó del nombre que le pusieron sus padres para recordar únicamente el de Bakhita, tal como la llamaron sus secuestradores.
Sufrió pérdida de identidad, algo que comparten muchas víctimas de traumas infantiles.
Bakhita fue tratada como mercancía: en seis años, fue vendida varias veces. Esto suponía ser expuesta desnuda ante los compradores, experiencia que, sin duda, agravó su herida.
Pero lo que permitió a Bakhita alcanzar la santidad no fue la experiencia de su esclavitud, sino la de saberse redimida, señala Eden.
Durante su juventud, sufrió abusos y padecimientos, pero su vida adulta es un ejemplo de sanación y perdón.
En una de estas ventas, durante el tiempo que pasó con unas religiosas cuidando a la niña de sus amos, recibió la fe.
Allí, poco a poco, aprendió el amor del Padre, lo que le permitió “hallar su identidad dentro de la familia de Dios”, explica Eden.
Fue en el seno de esta familia donde conoció a un Padre que la amaba y una fe que la llevó a perdonar a sus abusadores y maltratadores.
San Ignacio de Loyola: Entregar nuestra memoria a Dios
Los recuerdos (todos, estén frescos en nuestra memoria o no) constituyen el cimiento de nuestra identidad.
Y nuestra mente, cuenta Eden, ante sucesos traumáticos como la pérdida de una madre a corta edad o una herida de guerra – como le sucedió a san Ignacio de Loyola – trata de ocultar la memoria de los hechos más dolorosos; pero, tanto si se recuerdan como si no, “permanecen en nosotros”.
Por eso, san Ignacio, en un momento de su vida, ofrece a Dios su memoria, su libertad, su mente y todo su ser…
En ese instante, está ofreciendo aquello de su pasado que no puede cambiar; pero que, sin embargo, está ahí y le ha hecho ser tal como es.
Se abandona a la providencia de Dios y reconoce que, en su vida, hay pasajes oscuros.
Por tanto, para dar un primer paso en el perdón a uno mismo, a quienes nos hicieron daño o incluso a Dios (porque a veces no entendemos que Él permita ese dolor), podemos seguir el ejemplo del santo.
Él “descubrió que el Espíritu Santo era capaz de usar todas las experiencias que lo habían formado para llevarlo al amor de Cristo”.
Eso nos conduce a comprobar que la memoria no es un enemigo, sino que, tal como explicó Benedicto XVI, “memoria y esperanza son inseparables”.
Y por eso, “envenenar el pasado no da esperanzas, sino que destruye nuestros cimientos emocionales”.
Santa María Goretti: El perdón es más fuerte que cualquier pecado
Dice el catecismo:
Según Eden, esto no significa que perdonar no conlleve sufrimiento, sino que la unión con Cristo demanda un martirio interior.
Una de esas mártires que da testimonio de que el perdón es posible es santa María Goretti, “mártir de la castidad”.
Goretti se resistió a ser abusada por Alessandro, el joven vecino de la familia Goretti que, en varias ocasiones, trató de aprovecharse de ella.
Al final, a punta de navaja, él la obligó a entregarse para salvar su vida, a lo que Goretti, al saber que ella no estaba pecando, le contestó que él iría al infierno si la forzaba, es decir, se preocupó por el alma de Alessandro.
Al día siguiente, Goretti muere perdonándolo y deseando que esté con ella en el Cielo.
La castidad encuentra su más alta expresión en la misericordia: el perdón ejercido por un corazón herido permite que el cuerpo se parezca más al de Cristo resucitado.
Por Margarita García
Artículo publicado originalmente por Revista Misión