Un debate antiguo y actualLos aplausos en misa tienen una larga historia, algunas veces pacífica, alguna otra vez controvertida.
En la antigüedad sucedía, sobre todo en la homilía. Se conservan homilías de san Agustín en las que se señalaba cuándo aplaudían los asistentes, lo cual sucedía con frecuencia, varias veces en la misma predicación. Y no era un caso único.
De todas formas, los momentos en que podía suceder una cosa así eran limitados. De hecho, se limitaban a tres momentos: la entrada, la homilía y la salida.
Por lo demás, la solemnidad de la liturgia se consideraba ajena a un comportamiento que, siendo bueno en sí mismo, se entendía más propio de la calle o del teatro que del templo.
En la actualidad, después de un paréntesis de siglos, se ha vuelto a recuperar el aplauso en esos tres momentos, al menos en circunstancias especiales, por ejemplo las celebraciones masivas con el Papa.
Así sucedía sobre todo con Juan Pablo II, aunque se ha mantenido con sus sucesores. No es algo que esté previsto en los libros litúrgicos, pero no ha sido algo mal visto.
¿Y en la música? Bueno, aquí hay que distinguir entre dos cosas. La primera es aplaudir la música. Mientras dura la celebración, está fuera de lugar. Supondría centrarse en lo secundario, desviando la atención de lo principal. Si se considera que la actuación de los músicos merece una alabanza, lo propio es felicitarles cuando haya acabado la ceremonia.
Caso distinto es que el aplauso forme parte de la pieza musical misma. No es muy frecuente, pero puede suceder. Cuando eso es así, habría que considerar ese aplauso como un instrumento más.
Y la valoración de su conveniencia o inconveniencia se traslada así a la pieza musical en su conjunto: se trataría entonces de ver si lo que se toca o canta encaja bien en la liturgia que adorna.