La última película que visteis fue “Titanic”, hacéis cenas románticas en el suelo de la cocina, y ¿las escapadas a la naturaleza sirven para sacar al niño a pasear? !Este texto está dedicado a vosotros!“Ahora, todo esto se os va a acabar” – esto es lo que oímos, mi marido y yo, de nuestros simpáticos conocidos, tíos y primos, poco antes de la llegada al mundo de nuestro primer hijo. No es que yo no estuviera preparada para los cambios, pero tales predicciones tan siniestras, no ayudaban y no aumentaban la autoconfianza, de una embarazada que está en la recta final.
La aparición del hijo significa el final de la espontaneidad
Los amigos más experimentados en el tema de los niños, viendo con temor nuestra vida de estudiantes llena de escapadas, de viajes y de decisiones espontáneas, se sentían con derecho a prevenirnos del inminente final de estas maravillosas aventuras.
A día de hoy, sigo sin saber si lo hacían debido a la preocupación, pero las sonrisas furtivas y miradas, parecían más bien de satisfacción que de la comprensión, y esto me hace pensar que se frotaban las manos con alegría, esperando que nos sumemos a este grupo de parejas oprimidas por los cuidados de los hijos, que aunque nunca admiten oficialmente que su vida se ha vuelto más dura, han tenido tiempo para experimentar de primera mano que los hijos significan: sudor, esfuerzo y lágrimas.
Algunos incluso tienen una teoría que la aparición de un hijo en una relación es equivalente a su fin (de esta unión, no del hijo). Porque se acabarán todas esas cenas románticas en los pubs de moda, salidas al cine y paseos nocturnos por la ciudad, viajes de fin de semana a la otra punta del país y los viajes de vuelta para llegar al trabajo el lunes a las 8:00 de la mañana.
Y, en primer lugar, se acabará esa “vida sexual intensa” propia de los recién casados, ya que el primer lugar vendrá el parto, luego la alimentación del bebé por “X” meses y la falta de tiempo permanente, junto con la fatiga crónica. El espíritu está dispuesto, pero la carne…
Aparte de las previsiones en si mismas, es interesante que este tipo de visiones tan siniestras sobre la paternidad, con un abanico de todos los tonos de negro y gris, son lanzadas con frecuencia por… la gente sin hijos. ¿Dónde han adquirido este tipo de conocimiento?
Tal vez, pero…
Bueno, no voy a andar con rodeos diciendo que el hijo no cambia nada en la relación. Pero, sin duda su aparición no inicia automáticamente los créditos finales con la palabra “EL FIN” para el matrimonio. Por supuesto que la modificación de la fórmula de 1 + 1 por la de 2 + 1 es un poco dolorosa, muy exigente y, definitivamente, cierra una etapa en la vida.
Es verdad, los primeros años de vida de un niño ponen muchas restricciones en el funcionamiento de la pareja. Pero no es que cualquier salida, cena romántica o escapada sea imposible. Se pueden organizar, pero requieren de un plan, una logística complicada, y ya veces hay que hacer lo imposible por encontrar a alguien de confianza, que en ese momento se haga cargo del pequeño.
Y, por supuesto, hay muchas menos salidas de este tipo, sobre todo al principio (ya que el uso de los servicios de la niñera amenaza con la quiebra, y además… el pequeño demanda el interés y los tiernos cuidados de los padres – de mamá y papá, no de una abuela, tía, niñera).
Por supuesto, que también cambia el sexo. Y, es verdad – la frecuencia es otra, porque las tardes y las noches, como lo saben muy bien los padres, buenos conocedores de este tipo de batallas, están para hacer lo que queda pendiente del día, porque antes el pequeño requiere de una atención constante (cólico / dentición / moquillo / etc.).
Y los viajes. Por supuesto que se viaja menos, aunque hay algunos que mantienen el nivel, pero esto requiere de una buena situación económica y sofisticación a nivel de un maestro en la logística. Se necesita una cuna para el peque, planta baja o ascensor (¿Arrastrar la sillita por las escaleras? ¡No lo aconsejo!), cambiador/ bañera y una larga lista de otros accesorios absolutamente necesarios. Por lo general, se me quitan las ganas, sólo de pensar que tengo que empaquetar todos esos artilugios (hasta antes de tener el hijo, no lo habría creído que un coche tipo combi se puede cargar hasta el techo con… las cosas del niño).
Una lección para aprender a valorar
A la naturaleza no le gusta el vacío. Muchos placeres se suspenden (¡por un tiempo!), pero en su lugar aparecen otros nuevos a estrenar. ¿Me vais a creer, si os digo que se puede disfrutar de una verdadera cena romántica en el suelo de la cocina (mirando al pequeño que mueve los imanes de la nevera desde hace media hora)? Yo tampoco me lo habría creído hasta experimentarlo de primera mano. En lugar de vagar por la noche por los bares de moda de la ciudad, ahora tenemos baños jugando con burbujas de jabón, leyendo las aventuras de un pequeño pez blanco y largas sesiones con el inhalador (hace frío, ¡piérdete ya!).
Pero ¿sabéis qué? ¡Es muy agradable! Porque al final, estamos juntos. Podemos olvidarnos (¡al menos por unas horas!) de los teléfonos que suenan sin parar y los correos electrónicos urgentes. Y de las pilas de los polvorientos periódicos.
Además, no hay nada que enseñe a valorar las salidas para dos, como ser padres.
Y cuando, finalmente, después de un mes de tener que estar por obligación en casa, después de subirse al Monte Everest haciendo lo imposible por coordinar los cuidados del pequeño, salís corriendo fuera como unos perritos cuando les sueltan la correa… os dais cuenta del hecho de que desde hace media hora estáis hablando de vuestro hijo, contempláis sus imágenes en el teléfono y, de hecho, ya le estáis echando de menos.