Análisis sobre los avances en búsqueda de la resurrección científicaLa ciencia nos hará inmortales. Así lo aseguran un montón de científicos, y hasta le han puesto una fecha: el año 2045. Y no, no será el momento de descongelar a Walt Disney porque, en contra de lo que se ha dicho y repetido hasta la saciedad, no está congelado en ningún almacén oculto a la espera de la resurrección científica. Lo incineraron a los dos días de su fallecimiento, a finales de 1966.
Veamos datos más concretos. El neurocientífico Randal Koene, exprofesor de la Universidad de Boston, dirige un equipo de investigación sobre la inmortalidad humana financiado al cien por cien por el multimillonario ruso Dmitri Itskov y en el que están involucrados otras figuras de prestigio: Theodore Berger (Universidad del Sur de California), Michail Lebedev (Universidad de Duke) o Alexander Kaplan (Universidad de Moscú), entre otros. El grupo presentó algunos de sus avances en una reciente conferencia en Nueva York y los asistentes se quedaron atónitos.
Su plan de acción es el siguiente: en primer lugar se situará el cerebro dentro de un nuevo entorno cibernético que le proporcione toda la energía y nutrientes necesarios, alimentándolo con sustitutos biotecnológicos de la sangre convenientemente preparados. Lo mejorarán y repararán con prótesis neuronales y lo conectarán a un sistema de órganos creados artificialmente. De esta manera se intentará mantenerlo vivo (por ahora no pueden asegurar por cuánto tiempo) en un lugar controlado y regulado mientras se relaciona con los demás a través de un avatar, imagen tridimensional u holograma.
El profesor José Luis Cordeiro, famoso conferenciante que pertenece a la Singularity University (una universidad fundada por un consorcio en el que participan Google y la NASA, entre otras instituciones), considera que es más razonable que toda la amalgama de cables y órganos artificiales se introduzca junto a nuestro cerebro en un esqueleto metálico recubierto de piel artificial, de manera que siga teniendo aspecto humano e incluso sea idéntico a su original.
Otra posibilidad, más sencilla, es acumular el contenido de nuestro cerebro en una memoria externa conectada a un universo virtual en el que sigamos “vivos” después de nuestro fallecimiento. Esta opción tiene la ventaja de que el mundo digital al que se nos destine puede ser completamente controlado desde el exterior, lo que permitiría asegurar la ausencia de sufrimiento, guerras y otras penurias.
Ahora bien, todos los científicos citados coinciden en que cualquiera de estas posibilidades pasa por resolver un problema central: la conservación de la propia identidad.
Efectivamente. No cabe duda de que en poco tiempo se podrá construir un disco duro de un tamaño razonable en el que quepan todos los recuerdos de un sujeto. También tendremos la capacidad de construir robots que parezcan humanos, órganos artificiales, hologramas hiperrealistas… pero no sabemos cuál es el camino a seguir para mantener la identidad de alguien si su cerebro se va resquebrajando y tenemos que repararlo con elementos artificiales.
Es más, ¿se puede considerar que soy un ser vivo si mi identidad -mi personalidad-, aunque se logre clonar, ya no puede cambiar, si ha quedado detenida en un determinado momento y para siempre? ¿Se puede decir que yo sigo siendo yo si mi cuerpo es sustituido por silicona y cables? ¿No afectará esto a mi propia identidad de forma indiscutible? ¿O es que pensamos que todo lo que yo soy se resume en mi actividad cerebral?
Espero que me perdonen todas las eminencias científicas citadas, pero creo que el problema de fondo no está en la capacidad técnica de hacer esto o lo otro, sino en que hay mucha ignorancia sobre lo que es un ser humano, también entre los científicos.